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Moda y belleza

* Arnaldo Pérez Wat. La moda presenta a la modelo con una hermosura sorprendente, pero sorprende menos al segundo día. La belleza de la obra de arte, al contrario, perdura.

Moda es un término que tomamos del francés mode y que se define como uso, modo o costumbre que está en boga durante algún tiempo o en determinado país, en especial en los trajes, telas y adornos, principalmente los recién introducidos.

Dice Nicolas Boileau-Despreaux: "La historia de la moda es la historia de la locura". Y, verdaderamente, el culto que se le rindió en toda época la volvió una diosa caprichosa que cambia en forma constante y contra la cual el ser humano no tiene posibilidades, pues no puede dejar de inclinarse ante sus exigencias.

Y no puede renunciar a sus caprichos porque nadie desea ser feo. El deseo de belleza y la complacencia del adorno son inherentes a la especie humana.

Las Cruzadas ampliaron las posibilidades comerciales en la Edad Media y desde Granada y Valencia los árabes difundieron un lujo desenfrenado que suscitó furiosos anatemas y airadas protestas por parte de escritores, políticos y religiosos.

No obstante, es imposible abolir la moda; nació con el hombre. Es imposible que todos vivan como en la comunidad de los amish o como los anacoretas. Pero si Dios lo permitiese, ocasionaría una hambruna y una crisis tal que retrocederíamos a la época de las cavernas: calcule que no se pudiera cambiar el modelo de los vestidos, tampoco el de los autos, ni los de la arquitectura, ni de muchos otros objetos personales.

Más a las mujeres. La moda, comercialmente, se traduce en una fuente de bienestar y prosperidad para todos los países. Tiene sus caprichos a corto y largo plazo y atrae más a las mujeres que a los varones. Un ejecutivo, por ejemplo, debe vestir como los otros ejecutivos: de luto. Una dama, en cambio, en un evento importante, no puede llevar el mismo vestido que otra. Ello obedece a que la mujer usa vestidos no sólo para producir agrado al hombre, sino también para producir desagrado a otra mujer.

Otra consecuencia se deriva de lo precedente: el guardarropas del ejecutivo no es voluminoso, pero el de las mujeres está lleno de vestidos que no usan. Así un ejecutivo abrió, por error, un ropero de su esposa y éste estaba tan atestado de prendas que salieron polillas que todavía no habían aprendido a volar.

¿Por qué la belleza se concibe como una diosa caprichosa? Porque ya dijo Isócrates que es una tiranía de corta duración. Tal sentencia tiene todavía vigencia en la pasarela, en la que la moda presenta a la modelo con una hermosura sorprendente, pero sorprende menos al segundo día. La belleza de la obra de arte, al contrario, perdura. ¿Por qué? Porque además de exhibir trajes en el tablado, el modisto sigue los dictados de lo exterior: el comercio de la materia prima, clima, estado social, etcétera. El pintor, en cambio, añade su emoción a la antedicha belleza. De esta manera, la modelo, al cuarto o quinto día, no llama la atención si no muda el vestido. En cambio, el cuadro de ella parecerá una novedad cada vez que lo miremos, si ha salido de la mano de un gran artista.

Dicho de otra forma: vemos las fotos del desfile y deseamos estar allá. Vemos valiosos cuadros de ese desfile y deseamos permanecer aquí, frente a las pinturas. Porque la belleza de la pasarela, como el brillo de las mercaderías de un bazar, desaparece pronto, con la variación cotidiana. Porque, inversamente, el artista junta los opuestos y los enlaza de manera tan prodigiosa y original a su sentir y pensar, que ya no deja posibilidad para el cambio: con su último toque, nos parece que es imposible agregar modificaciones.