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Ministro pone en un brete a Rousseff

* Por Carolina Barros. A deshojar margaritas se dedicó en la última semana el ministro brasileño de Defensa, Nelson Jobim.

Su confesión de que en las presidenciales de 2010 votó por su amigo y padrino de casamiento José Serra (el candidato del PSDB que compitió contra Dilma Rousseff) descerrajó una balacera de entrevistas y declaraciones en las que tanto la propia presidenta como su antecesor en el cargo, Luiz Inácio Lula da Silva, distintos actores políticos y el propio Jobim salieron a marcar (o corregir) posición. Finalmente, el titular de Defensa mostró el pétalo de «te quiero, Dilma» y dejó claro que su deseo era permanecer en el actual gabinete y que disfrutaba de sus tareas en el cargo.

No sería un punto y aparte para Jobim. Ayer en Brasilia recrudecían versiones de que podría ser reemplazado en el cargo por el vicepresidente Michel Temer (del centrista PMDB), en una jugada parecida a la de Lula en 2004, cuando después de la renuncia de José Viegas a esa cartera, nombró en su lugar al vice José Alencar. La especie, que destila un tufillo vengativo originado en el propio PMDB, el partido de la alianza gobernante al que Jobim -ministro desde 2007, nombrado por Lula- pertenece y no votó en 2010, se entremezcla con una investigación por corrupción contra ocho generales brasileños, lista que incluye al comandante general del Ejército, Enzo Martins.

Iniciada en mayo, la causa escudriña los supuestos gastos irregulares (sobrefacturación de más de u$s 12 millones) realizados por el Departamento de Ingeniería y Construcción del Ejército entre 2004 y 2009 en el tendido de carreteras con el Departamento Nacional de Infraestructura y Transporte. De probarse las sospechas, sería otra mancha para un área que hace un mes se cobró la dimisión del ministro de Transporte, Alfredo Nascimento. Respecto de los uniformados, Jobim dijo que, de estar involucrados, «los responsables serán castigados».

A pesar de estos episodios -y del choque de caracteres, fuertes, como son los de Dilma y Jobim-, la presidenta brasileña necesita preservar en el cargo a su ministro. ¿Las razones? De peso. Por el prestigio que tiene en las FF.AA. y por su experiencia en el área judicial (como expresidente del Tribunal Supremo de Justicia), Jobim es, desde 2009 cuando se lo encargó Lula, un armador fundamental en el proyecto de ley para la creación de una Comisión de la Verdad. En un principio rechazada por los uniformados, la Comisión investigará los crímenes ocurridos durante los «años de plomo» de la dictadura, uno de los proyectos dilectos de Dilma (exguerrillera y víctima de la tortura), que deberá tratarse este semestre en el Congreso.

Jobim ya logró bastante: negoció con las FF.AA. que las familias de los desaparecidos podrán acceder a los archivos para conocer qué ocurrió con sus parientes. A cambio, los militares que dieran testimonio no serían procesados criminalmente. Además de llegar a un acuerdo con la ministra de Derechos Humanos, María do Rosario, Jobim ya habría logrado, por adelantado, varios votos positivos en el bloque del PSDB (Partido de la Social Democracia, de Fernando Henrique Cardoso y Serra) en Diputados.

Al mismo tiempo, la continuidad del ministro valida la de los proyectos a mediano y largo plazo del «armagedón» brasileño, iniciados por Jobim durante la presidencia de Lula. Si bien en un principio Dilma congeló la compra de aviones caza y submarinos (a los franceses), la modernización de las FF.AA. planeada por Jobim sigue su curso. Tanto que, en estos momentos, diseña con la presidenta un reaseguro legal que otorgue garantías a los inversores privados en los proyectos mixtos a mediano y largo plazo con Defensa. «Queremos asegurar los proyectos de larga maduración», dijo Jobim. «Y asegurarle al sector privado que pueda invertir en un plazo de veinte años», agregó.

De acuerdo con el ministro, el Gobierno busca revivir de manera «planeada y consistente» aquella industria nacional de material de defensa que floreció en Brasil entre 1974 y 1989. Ésta, según puntualizó en una entrevista a Folha de Sao Paulo, «fue un poderoso instrumento de política exterior del país» (en 1983 había 120 empresas involucradas en el sector y 32 fuerzas armadas de distintos países se contaban entre sus clientes). Ya hay cerca de 700 empresas registradas en el Ministerio de Defensa dentro del plan de Estrategia Nacional de Defensa (END). Entre ellas, las dos que más «presencia brasileña» exportaron durante los años de Lula: la aeronáutica Embraer y la «multi» Odebrecht. La primera estaría lista para asociarse con la francesa Dassault para el montaje de los aviones caza Rafale. La segunda ya emprendió la construcción de los astilleros en Río de Janeiro, que a su vez armarán los submarinos Scorpene, lo que incluye uno a propulsión nuclear. Ambas empresas, asociadas con las francesas y de la mano de Jobim, continuarían siendo las favoritas. Ahora con Dilma.