Militancia para el fracaso
En su actual etapa triunfalista, el kirchnerismo incurre en un peligroso error al olvidar las lecciones de los sistemas autoritarios sobre las consecuencias de la falta de libertad de prensa.
Con estilo agresivo, el monopolio periodístico gubernamental se dedica ahora en forma masiva a difundir encendidas apologías de lo que da en llamar "periodismo militante". No le ha bastado, al parecer, la vergüenza internacional que provocó su convocatoria a impedir o boicotear la comparecencia del premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa en la reciente Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, toda una apoteosis del "pensamiento único en acción".
Acuciado por el repudio creado por su obsesivo intento de imponer la militancia (militarización práctica) de la libertad de expresión, recubre la vieja y nefasta servidumbre con el poco creíble nombre de "militancia periodística".
En lo que los principales intelectuales K tienen buen cuidado es en no recordar que su iniciativa –precursora de esta campaña nacional de adocenamiento, de inmediato apoyada, repetida al pie de la letra y multiplicada por profesantes del principio de la obediencia debida– no es otra cosa que la adaptación a la realidad nacional del viejo principio invocado por Antonio Gramsci acerca del intelectual orgánico al servicio de un proyecto hegemónico. Se intenta la relación entre la organización y las masas como una relación entre educadores y educados.
El periodista militante debe asumir una misión importante en esa transformación, como canal de las líneas que se bajan desde el poder a las masas. No es tarea demasiado compleja. Tiene dos líneas maestras: la primera es la alabanza de cuanto hace o deja de hacer el poder; la segunda es difamar y destruir al periodismo que se obstina por interpretar y comunicar en libertad, sin imposiciones ni restricciones, la visión de la realidad tal como es, no como pretenden que sea la Casa Rosada y sus onerosas adyacencias.
Ese condicionamiento asfixiante recibe nuevas y duras vueltas de tuerca a medida que el país se aproxima a la elección presidencial. El gigantesco aparato propagandístico sincroniza de día en día una sola voz, clamorosa y sistemática. Es la construcción del pensamiento único. La inmensa infraestructura monopólica es movilizada: abarca desde la llamada "televisión pública" hasta la selvática vegetación de medios gráficos financiados por la publicidad oficial, más el apoyo clamoroso de radioemisoras privadas adquiridas por corporaciones cortesanas, que acumularon fortunas por los contratos con el Estado.
Comunismo, nazismo, fascismo, franquismo, maoísmo, castrismo, ganaron durante décadas elecciones y plebiscitos a repetición con el apoyo de su periodismo militante. ¿Nada enseña a intelectuales orgánicos argentinos la visión de esos autoritarismos que yacen hoy en el polvo de derrotas históricas? En el Día del Periodista, bien cabría repasar esas lecciones y rescatar un periodismo libre, objetivo y pluralista, para bien de nuestro país.