"Mi hijo me pedía comida, pero yo no pude comprar nada para darle"
* Por Jesus Rodríguez. Eso le dijo a Clarín el papá de Leandro, uno de los dos chicos que habrían fallecido por desnutrición.
En la guardia del Hospital Juan Domingo Perón, de Tartagal, Martín Arias y su mujer, Dina Sambo, de 20 años, esperaban ayer los resultados de los estudios de laboratorio que debieron realizarle a Fabiola (2 años y 8 meses), porque tiene los mismos síntomas (diarrea y vómito) que llevaron a la muerte a su hermanito Leandro, de 18 meses, el sábado pasado.
Apenado, Martín Arias le confesó al enviado de Clarín : "Cuando el viernes volví del monte donde fui a hacer changas, mis hijos me pedían ‘api’ –comida, en lengua wichi–, pero yo no tenía y como no me habían pagado no pude comprar nada para comer. Aquí hay días que comemos y otros que no.
El sábado, cuando murió Leandro, no habíamos comido nada", recuerda el hombre que vive en la Misión Sachapera 2, donde habitan 45 familias.
La lluvia que cayó durante la madrugada de ayer en Tartagal atemperó las altas temperaturas que no bajaban de los 40 grados en los últimos días: "Tempranito, vinieron los enfermeros del hospital en una ambulancia, y se llevaron a tres chicos desnutridos" , dijo a Clarín, Rubén Aguilera, el secretario de la comunidad donde el hambre ahora golpea como lo hizo hace dos meses en Colonia Santa Rosa, un pueblo del departamento salteño de Orán.
En ese lugar murieron 28 menores por desnutrición en los últimos dos años.
"El problema de la desnutrición comenzó cuando dejamos de recibir el bolsón de Acción Social de la municipalidad y se agrava en época de vacaciones, cuando no funcionan los comedores en las escuelas. Es por eso que tenemos chicos desnutridos", se lamenta Aguilera.
En Sachapera 2, el mes almanaque parece tener 9 días.
Ese tiempo duran los $1.000 que desde Desarrollo Social de la Nación les envían para que durante un mes funcione el comedor comunitario: "No nos alcanza esa plata. Antes dábamos guiso y sopa, ahora alcanza para un solo plato. Damos de comer a casi 130 chicos, ancianos y embarazadas que vienen con sus platitos y se van a comer a sus casas porque no tenemos sillas y mesones. Tienen que comer sentaditos en el suelo. Antes, los $1.000 del cheque nos alcanzaban para 20 o 22 días de comida. Ahora sólo para cocinar nueve o diez días como mucho", dice el cacique Manuel Montes.
A un costado de los ‘wetes’ –precarias casas de paredes que tienen plásticos negros en muchos casos–, hay un pozo donde se ve un caño desconectado que alguna vez trajo agua potable a estas familias que ahora tienen que caminar cinco cuadras para buscarla: "Aquí el agua se junta en tachos y deja de ser potable y se nos enferman los chicos", dice Aguilera.
Hacia el este, negros nubarrones amenazan con descargar una tormenta sobre Tartagal. En un verde potrero de la Misión Kilómetro 6, los muchachos se aprestan a jugar un partido de fútbol. A la sombra de un algarrobo, Víctor Hugo Soruco, de 22 años, no tiene ánimo para meterse en el partido: "Todavía no puedo comprender por qué mi hijita murió. Por qué ella no está con nosotros", se pregunta sin resignación.
La odisea de Víctor Hugo por salvar a su pequeña, Rocío Laura Soruco, de 3 años, la otra menor fallecida, no estuvo acompañada, según su parecer, por los médicos del hospital.
"Murió el 26 de enero, después de ir cinco días al hospital seguidos. Nos mandaban a la casa. El día antes me atendió el doctor Angel y le hizo hacer análisis. Me pidió que la vea a la mañana siguiente a la doctora Lecrer con los resultados. Vuelvo con mi hija al día siguiente y esta doctora no me quiere atender. Voy a buscar al doctor Angel y me dicen que se fue de vacaciones. Me puse firme y le dije a la doctora que me atienda. Agarró los resultados y dijo ‘todo está bien’. Me dio un inyectable para los vómitos y me despachó a la casa. Le pedía que interne a mi hija, pero me dijo que no era necesario. Eso fue a las diez. A las cinco de la tarde, ella murió en mi casa", cuenta Víctor Hugo.
Con el dolor en el rostro por haber perdido a su nieta, Esteban Soruco (62), cacique de la Misión Kilómetro 6, dice: "No me digan los médicos que mi nieta no murió de desnutrición porque la diarrea y los vómitos la fueron llevando a la desnutrición, que ellos no quisieron atender en el hospital".