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Messi y el canibalismo de los miserables

*Por Alejandro Mareco. Tenemos, los argentinos, un problema; digamos, con más precisión, un gran problema: el mejor futbolista del mundo, al que todos tributan y saludan, el que todo lo gana y que hace que las defensas más caras de Europa parezcan las del equipo de casados de los compañeros de laburo, no viene como un hada madrina a rescatarnos de nuestra larga frustración en las canchas y a llevarnos al paraíso de la felicidad.

Aquel que conocimos hace ya tanto de la mano de otro genio parido en este confín del sur: el gran Diego.

Y por lo que se ve reflejado en las tertulias de la calle y de los medios, en especial en las de las pantallas, no es un problema menor. Por momentos, es como que justamente ese pibe en que depositamos todo nuestro fervor argentino, ese impreciso sentimiento patriota que nos une aún más con las franjas verticales de la camiseta de la selección que con las franjas horizontales de la Bandera, no parece sentir, precisamente, la camiseta tanto como la sentimos nosotros; "nosotros", que en general no la vestimos y, si la vestimos, en esta época nos la ponemos encima de un pulóver.

La cruel ironía. La ironía no suele ser un recurso habitual de esta columna, por aquello de que la ironía es una dosis de burla con la que se evita la confrontación desnuda. Pero entre lo increíble de estos días de Copa América en nuestro suelo, está la intensidad de la demanda de felicidad que le exigimos a Lionel Messi y de la que, ante la frustración de los dos primeros partidos, se decanta luego el canibalismo hacia su figura. Este es ejecutado por los silbidos de hinchas desencantados y, luego, por una legión de miserables cuyo sueño suele ser la crisis del sueño de las mayorías.

Es curioso cómo, para muchos, la defensa de los intereses nacionales es una consigna irrenunciable cuando se trata de nuestro destino en el fútbol y no cuando la pelota juega en otros campos de decisiva importancia para el destino argentino en la historia.

Entonces, es sencillo ser irónico. ¿Sólo se tiene conciencia de patria cuando se trata del fútbol? Y si la respuesta es sí, pues entonces que todo el peso de conciencia de la patria caiga sobre Messi. El pibe no canta el Himno con la fuerza que quisiéramos (ojalá que antes de las grandes operaciones de dinero fuese obligatorio cantar el Himno, como signo de compromiso de que vamos a defender los intereses argentinos), no destruye rivales como en el Barcelona... y para qué más mentar.

Si vamos a comparar a Diego con Messi, empecemos por decir que muchos dudaban del talento superior del gran 10 (había tantos que lo consideraban inferior al francés Michel Platini ), hasta que México ’86 lo probó. Para que pudiera hacerlo, fue necesario sostenerlo con un trabajo colectivo. Es decir, empezó desde abajo, mientras que Messi es un santo que llegó con todas las velas prendidas y al que parece que debemos encomendarnos antes de ponernos a trabajar en serio.

Messi es un pibe que se fue del país cuando apenas tenía 13 años. Si no hubiera sido futbolista, es posible que hubiese dejado atrás la patria de su infancia. Pero el día en que aprendió a patear una pelota, soñó con la celeste y blanca sobre su pecho. Por eso, porque es parte del sueño argentino, es que nos pertenece. Debemos estar felices.