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Mentiras, sexo y dinero

* Por Ricardo Trotti. La gran diferencia sobre la conducta corrupta por mentiras, sexo o dinero radica en el nivel de severidad y eficiencia judicial con el que se castiga.

A  juzgar por los escándalos más recientes, parece que las causas de la corrupción tienen un tono diferente en los países más ricos y en los menos desarrollados. En las naciones pobres, la corrupción a menudo se ve ligada a los delitos económicos; en las ricas, está más asociada a transgresiones de tipo sexual.

Así se desprende del caso del diputado demócrata estadounidense Anthony Weiner, quien tuvo que renunciar hace unos días por exhibicionismo sexual, mientras en Brasil, el jefe de Gabinete, Antonio Palocci, dimitió por denuncias de enriquecimiento ilícito; ambos por presión de sus colegas y ciudadanos.

Bajo el mismo patrón de conducta de Palocci, en Latinoamérica casi todos los días explotan casos ligados a enriquecimiento ilícito, fraude, soborno, malversación de fondos o se descubre que alguna campaña está siendo subvencionada con fondos foráneos, como acostumbra hacer el presidente Hugo Chávez. Mientras tanto, en Estados Unidos, el caso de Weiner, a pesar de tener alta repercusión en los medios, tanto por sus fantasiosos argumentos para negar los hechos como por la exhibición creativa de sus genitales a través de la red social Twitter, fue menor si se lo compara con otros escándalos sexuales aún frescos en la memoria.

El más patético lo protagonizó el famoso ex gobernador de California Arnold Schwarzenegger. No fue un simple caso de adulterio: su amante por 20 años, empleada doméstica con quien tuvo un hijo, convivía bajo el mismo techo con su esposa y sus otros cuatro hijos. Un caso hasta más enfermizo correspondió al ex director general del Fondo Monetario Internacional (FMI) Dominique Strauss-Kahn, a quien se acusó de intento de violación contra una camarera.

No cortan carreras. En América latina no es que los políticos rehúyan a líos de faldas, pero no ocasionan polémicas mayores. La cultura machista diluye pormenores, calla denuncias y todo lo convierte en anécdotas y chacota. Las infidelidades o desviaciones sexuales no cortan carreras políticas ni activan renuncias. Los ejemplos sobran. Así sean las aventuras del ex obispo católico y presidente de Paraguay Fernando Lugo, las infidelidades y tardanza de Alejandro Toledo y Carlos Menem para reconocer a sus hijos fuera del matrimonio o las evasivas de Daniel Ortega sobre las imputaciones de violación sexual que le hizo su hijastra.

En los países desarrollados, también algunos políticos logran inmunidad sexual. Así sobrevive el italiano Silvio Berlusconi, pese a sus filmadas orgías con menores, o resistió Bill Clinton, argumentando que el coito oral con Mónica Lewinsky no era sexo.

Tampoco en los países del llamado Primer Mundo se pueden descartar problemas de fraude y corrupción, pero son delitos más perseguidos. Los problemas suceden con más frecuencia en compañías privadas, a través de personajes estilo Bernard Madoff, o en las multinacionales que sobornan en el extranjero, como la sueca Skanska, en Argentina; la noruega Discover
Petroleum, en Perú, o la estadounidense Dole, en Colombia.

En realidad, no importa tanto que la corrupción esté ligada a delitos económicos, libidos desbocadas o faltas éticas; lo importante es que los ciudadanos deben exigir conductas ejemplares, como la renuncia de Weiner, para que se incentive una cultura de mayor honestidad en la función pública.

La gran diferencia sobre la conducta corrupta por mentiras, sexo o dinero no radica tanto en sus causas como en el nivel de severidad y eficiencia judicial con la que se castiga y trata de controlar.