Mensajes poco amistosos
Quienes previeron que, gracias al reemplazo en la Casa Blanca del republicano George W. Bush por el demócrata Barack Obama, mejoraría sustancialmente la relación de Estados Unidos con nuestro país, ya se habrán dado cuenta de la magnitud de su error.
A pesar de los esfuerzos iniciales de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por acercarse al mandatario norteamericano, parecería que en Washington los responsables de la política exterior siguen convencidos de que la Argentina es excesivamente proclive a negarse a respetar sus compromisos internacionales y que por lo tanto resulta necesario enviarle algunas advertencias, de ahí la decisión de Estados Unidos de votar en contra de que el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo le otorguen créditos. Aunque los montos en juego no son muy grandes y, de todos modos, los representantes de otros países integrantes de dichas entidades no comparten la actitud del gobierno de Obama, de suerte que los préstamos fueron aprobados, el que Estados Unidos crea que ha llegado la hora de oponerse abiertamente a la Argentina en las reuniones celebradas por los directivos de instituciones internacionales clave es motivo de preocupación. A pesar de la sensación generalizada de que la superpotencia ha dejado de ser tan hegemónica como antes, sigue siendo el país más poderoso, más rico y más influyente del mundo. Por lo demás, no es el único cuyos dirigentes se sienten molestos por la conducta en el escenario internacional del gobierno de Cristina que, por cierto, nunca ha vacilado en asumir posturas que motivan la extrañeza ajena.
Desde que, a fines del 2001, los republicanos que en aquel entonces gobernaban Estados Unidos optaron por abandonar la Argentina a su suerte, dejándola caer para que el colapso económico sirviera de ejemplo para otros países que a juicio de la administración de Bush y de "los mercados" se manejaban de forma irresponsable, nuestra relación con Washington ha sido mala. La década de "alineamiento automático" se vio seguida por otra de lo que podría calificarse de diferenciación sistemática en la que Néstor Kirchner aprovechó la cumbre interamericana de Mar del Plata para hostigar en público al presidente Bush y solidarizarse con su homólogo venezolano Hugo Chávez. Si bien parecería que Cristina quisiera llevarse bien con los norteamericanos, las revelaciones del por un rato célebre valijero venezolano Guido Alejandro Antonini Wilson, el de los casi 800.000 dólares "para la campaña" que se incautaron en Aeroparque, ante un tribunal de Florida, más la reacción airada de la presidenta, demoró la eventual reconciliación. Con todo, aunque Cristina compartió el entusiasmo mundial que fue ocasionado por el triunfo electoral de Obama, el año pasado el canciller Héctor Timerman se las arregló para enfriar nuevamente la relación al apoderarse personalmente de parte del material, destinado a un programa de colaboración con la Policía Federal, que fue encontrado en un avión militar estadounidense en Ezeiza, para entonces tratar a los norteamericanos de contrabandistas, narcotraficantes y agentes terroristas, lo que, claro está, enojó mucho a Obama que en persona pidió su devolución inmediata.
Así las cosas, lo sorprendente no es que Estados Unidos haya querido enviarnos algunos mensajes, como señaló una funcionaria del Tesoro norteamericano, sino que no lo haya hecho antes de manera mucho más contundente. Sin embargo, hasta hace poco los delegados de Estados Unidos frente a los diversos organismos internacionales procuraron minimizar la importancia de los incidentes diplomáticos que continuaban produciéndose, acaso por atribuirlos a la falta de experiencia de nuestros gobernantes, pero a juzgar por lo que ha ocurrido últimamente, acaba de elegir una actitud menos pasiva. Puede que los miembros del gobierno de Obama se hayan dado cuenta de que la imagen internacional de su país se ha deteriorado a partir de la debacle financiera provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria y el desplome de Lehman Brothers, y que ya no les conviene pasar por alto las manifestaciones de hostilidad de países como la Argentina por suponerse por encima de tales nimiedades. De ser así, el gobierno de Cristina podría verse obligado a archivar el intento de llegar a un acuerdo con el Club de París sin la intervención del FMI.