¿Mensajearse es pecado?
Tantos desastres he visto causados por mensajes textos y otras yerbas, que quizás se justifique una opinión.
Valga comenzar por el inicio, allá cuando ni siquiera se había inventado el teléfono, ni siquiera las palomas mensajeras... Miremos a ese hombre del Cromagnon. Lo veo volviendo de caza con un dinosaurio a la rastra, y mientras la cromagnona avivando un fueguito dificultoso, el señor deposita el dinosaurio en la puerta, entra agotado y se recuesta frente al fuego.
La señora cromagnona es su más reciente adquisición y espera ansiosa que el señor luego de reposar un rato cumpla con sus otras obligaciones. Pero nuestro héroe en lugar de acusar las sinuosas curvas de su mujer, entra en una ensoñación y, ¿adivinen con quien sueña? Con la mujer del colega que duerme en la otra cueva.
Eso mismo hace Brad Pitt, casado con la mujer más bella del mundo, cuando entra a su baño a la hora de la ducha, y todos y cada uno de los varones del planeta. Algunos, tecnología y boludez mediante, hasta lo mensajean con un tinte inocultablemente onanista. Pero, con o sin mensaje, el deseo de un hombre es incomprensible. Solo sabemos, que según la sicología, el deseo es "metonímico", es decir, se desplaza como una mariposa hambrienta que una vez que se ha saciado en la flor que consiguió (ojalá me perdonen esta horrible metáfora) vuela, hacia otra que todavía no es suya y probablemente no lo sea jamás.
No cabe aquí decir si está mal o está bien. Simplemente está. Forma parte de una naturaleza. Vienen así de fábrica. Es otro paso más allá del santo marido que relojea escotes y trata de disimular cuánto le gusta ese trasero desconocido que termina de cruzar la vereda. ¿Significa que se irá con él? ¿Indica que dejó de amar a su esposa? Obviamente no. Sin embargo, desde este otro lado, sobre todo cuando una no lo ha terminado de aprender, duele. Duele hasta el escándalo, hasta el abandono, hasta las muchas lágrimas que todas algunas vez hemos derramado en vano. Y duele mucho más, que esa mini tragedia que debería resolverse en la intimidad, se publique a los cuatro vientos.
En síntesis, el deseo es de todos, aunque debe aclararse que la boludez es sólo de algunos. Hay muchas mujeres que ni se enteran. En nombre de ellas , ¡muchas gracias!