Medianoche no es mi hora: El Birra, el Gordo y el Negro ¡se joden!
Medianoche. Volvía de un trabajo con un champagne y algo parecido a un kerosene encima (No es que trabaje de copera, las aclaraciones del caso las di en la nota anterior). Como me sentía mareada, me dije: "Ahora tenés que estar súper atenta porque podés hacer un lío".
Por Cristina Wargon
@CWargon
Di mi dirección al taxista con voz clara y sin vacilar, y guardé prudente silencio durante el trayecto a mi casa, y al bajar, por las dudas, revisé el asiento de atrás ¿y qué encontré allí? ¡Si señores, mi BlackBerry abandonado sobre el asiento! Felicitándome a mi misma, dado que pierdo los celulares por doquier, lo tomé y entré triunfante a casa.
Mientras le contaba a mi cumpa los chismes de la noche, lo dejé al lado de la computadora como acostumbro. De allí en más hice todas mis tareas nocturnas, mal. No me saqué el maquillaje, confundí una pastilla con otra, me olvidé de prender la lucecita chica y poner llave a la puerta. En síntesis, cualquier alma malevolente hubiese jurado que me tiré a dormir la mona.
A una incierta hora de la noche comenzó a sonar el celular. Semiinconsciente pensé: ¡Es la maldita alarma, y es domingo! No encontré mis chinelas, tropecé con la pata de la cama, pero le hice un tacle al bicho y lo acallé. Seguimos durmiendo. A la mañana ya absolutamente despierta me senté a trabajar y lo escuché sonar. Lo alcé y cuando quise atender le noté algo raro ¡¡¡No era el mío!!! "¡Los cambié!", pensé mientras una lágrima amenazaba a rodar por mis mofletes, porque el mío es nuevísimo y el que tenía entre las manos, una batata.
Por las dudas, me levanté a chequear, y allí, sereno, lustroso, nuevito estaba el mío cargándose. Reconstruí: si este que tenía entre las manos era ajeno, alguien se lo había dejado olvidado en el taxi. El mismo alguien que hablaba frenético a la madrugada cuando pensaba que era la alarma. Mientras hacía estos cálculos se comenzó a encender una alerta roja anunciando "falta de batería". Al mismo tiempo comenzó a sonar y yo no sabía qué tocar para atender, me llevó quince días aprender a hablar con el mío, así que con este sólo pude encontrar la función "mensaje de texto".
Hurgando rápidamente llegué a la agenda donde solo había tres números "el Negro", el "Gordo", y el "Birra" ¿No es raro? ¿Cómo alguien va a tener solo tres amigos con seudónimos? Con las manos medio temblorosas escribí un mensaje a alguno de los tres donde quería decir: "Yo tengo el celular perdido, mi nombre es... pasen a retirarlo por Radio 10 antes de las 9".
Eso es lo que "intentaba" decir, pero lo que le apareció al sujeto fue algo como "rol wego le lul prdido, arlo a 10". Es que de los nervios no le acertaba a las teclas. En el acto recibí la respuesta "No te entiendo nada, qué pasa"... Exactamente ahí me empezó a dar miedito... ¿Quiénes eran el "Birra", el "Negro" y el "Gordo"? Qué clase de secuestro extorsivo estaban preparando conmigo metida en el medio... No se los devuelvo nada -pensé- pero ¿si eran pobres adolescentes impopulares, con acné, angustia púber y sólo tres amigos? Si encima yo no les devolvía el celu destrozaría para siempre su fe en la condición humana.
Hice un último intento y controlando los dedos escribí un mensaje claro, citándolos en Radio 10. Después escondí el aparato que no paraba de sonar hasta que terminó de morir sin batería. Me volví a la cama y me dormí con pesadillas: ¿el "Gordo", no sería Valor?
Nunca fueron a buscarlo, ahora sueño que cae una banda de narcotraficantes, rastrean las llamadas y veo a la Federal tirando abajo la puerta de casa mientras yo grito: "¡¡¡El celu no es mío!!!"
La verdad, perder mi propio celular nunca me dio tanta angustia como intentar devolver uno ajeno. Llévenme puchos a Ezeiza.