Más que prohibido: un amor no escrito
Tomas Eloy Martínez dictaba todos los años en la Argentina un curso para un pequeño grupo de periodistas latinoamericanos.
Por motivos que no vienen al caso tengo amigos en Perú y por esas previsibles solidaridades latinas terminé alojando en mi departamento a un joven periodista y prometedor poeta ,según decía el amigo que me lo mandaba. El joven periodista y prometedor poeta resultó un menudo indígena, con el silencio de todos los incas juntos.
Con más precisión le presté mi escritorio que, con cierta facilidad se transforma en una pequeña casa. Necesitaba por ende pasar unos minutos al día para leer mis e mail y hacer algún breve trabajo. La proximidad que nos imponía el mínimo lugar, no se veía reflejada en nuestra relación. Todo intento de diálogo tropezaba con su silencio arisco... Recién al quinto día, tal vez calmado su pánico al ascensor, a la ciudad desconocida y a esta gringa ciertamente marimacho a sus ojos precolombinos, iniciamos una charla. En realidad fue algo más escaso y domestico pero en algo parecido a una comunicación donde pude comprobar que no era mudo y hablaba castellano. Sirva lo anterior como prueba que mi fuente no era persona dada a las fabulaciones ya que, ni siquiera era dado a las palabras. Recién al sexto día cuando yo una vez más le daba la espalda, comenzó a contar una historia que Tomas Eloy había contado frente al grupo de periodistas esa misma mañana.
Vargas Llosa mismo, gran amigo de Eloy, se la había confiado y decía así:
Vargas Llosa tenía por aquel entonces cerca de cuarenta años, y sus primeros hijos ya nacidos. Vivía en Europa con su amable esposa y había decidido volver a Perú definitivamente. La familia entera emprendió entonces ese gran viaje de retorno en un barco, según las costumbres de la época.
Juntos con ellos viajaba una pareja joven que a su vez tenía niños. A poco de empezar la travesía, la atracción de Vargas Llosa por la mujer de ese prójimo resultaba notable. Al promediar ya era irresistible. Me los imagino haciendo el amor de la proa a la popa sin olvidar el interior de los barcos salvavidas que, según Hollywood son tan propicios a esos menesteres.
Finalmente, muy próximos a llegar a un puerto los amantes, quemados de salitre y ardores, se sentaron cada uno frente a sus respectivos cónyuges y les anunciaron la decisión de abandonar el barco juntos y partir a seguir consumiéndose de amor por ciertas islas del caribe (mi ignorancia en geografía me hacen inimaginable la ubicación de las mismas). La esposa de Vargas LLosa escucho la noticia con el estoicismo y la discreción de una mujer peruana. No amenazó con tirarse al mar ni amenazo tirarlo (lo que hubiese sido definitivamente más justo). De la reacción del otro esposo no ha quedado el menor rastro pero, dado que la esposa salió viva, puede colegirse que también fue mesurada.
Allí quedaron los amantes en tierra, atravesados por un hachazo de Cupido y la nave siguió con los esposos abandonados rumbo al Callao...
Una vez mas y para siempre, el esposo se pierde del relato, queda por imaginar la expresión de la familia Vargas Llosa al ver descender solo a la nuera con los niños.
Más tarde, en la casa familiar la esposa mantuvo una larga charla con su suegro. Él escuchó atentamente la historia y pregunto el nombre de la enamorada... imagino que después guardó un silencio casi insoportable hasta decir: -¡voy a buscarlo! (o algo así). Lo cierto es que tomándose el primer barco (¿avión?) siguió el rastro de su hijo por todas las islas hasta que lo encontró en una posada, Los dos en una hamaca junto al mar, envueltos solo en guayaberas y lascivia.
Don Vargas Llosa padre (supongo) iba de traje y bigotes. Alguno de los dos debió sentirse demasiado vestido o desnudo. Pero no era el momento de pequeñeces. La charla se desarrolló a solas entre los dos hombres. El padre objetó duramente la relación, me llegan textualmente estas palabras del hijo: ¡Tengo casi cuarenta años... no pretenda usted dirigirme la vida! El padre enfatizó hasta quedarse afónico mientras el hijo se ponía cada vez más tozudo
Quizás ya se ponía el sol cuando el padre había agotado los argumentos que incluían la esposa abandonada, los niños sin padre, las malas lenguas de Lima... y cuando vio que el hijo no iba a renunciar a su amada... bajo la cabeza y dijo la verdad... no puedes estar con ella... porque es tu hermana.
Hasta acá lo que me fue contado. Dice mi amigo que Eloy Martínez se arrepintió en el acto de haberlo dicho. Desconozco si Vargas Llosa había escrito ya La Tía Julia... el final queda abierto. O esa anécdota cubrió su obra o la vida se encargó una vez mas de imitar a la literatura .O quizás fue sólo un invento del joven poeta que hoy se me dio por rescatar.
Con más precisión le presté mi escritorio que, con cierta facilidad se transforma en una pequeña casa. Necesitaba por ende pasar unos minutos al día para leer mis e mail y hacer algún breve trabajo. La proximidad que nos imponía el mínimo lugar, no se veía reflejada en nuestra relación. Todo intento de diálogo tropezaba con su silencio arisco... Recién al quinto día, tal vez calmado su pánico al ascensor, a la ciudad desconocida y a esta gringa ciertamente marimacho a sus ojos precolombinos, iniciamos una charla. En realidad fue algo más escaso y domestico pero en algo parecido a una comunicación donde pude comprobar que no era mudo y hablaba castellano. Sirva lo anterior como prueba que mi fuente no era persona dada a las fabulaciones ya que, ni siquiera era dado a las palabras. Recién al sexto día cuando yo una vez más le daba la espalda, comenzó a contar una historia que Tomas Eloy había contado frente al grupo de periodistas esa misma mañana.
Vargas Llosa mismo, gran amigo de Eloy, se la había confiado y decía así:
Vargas Llosa tenía por aquel entonces cerca de cuarenta años, y sus primeros hijos ya nacidos. Vivía en Europa con su amable esposa y había decidido volver a Perú definitivamente. La familia entera emprendió entonces ese gran viaje de retorno en un barco, según las costumbres de la época.
Juntos con ellos viajaba una pareja joven que a su vez tenía niños. A poco de empezar la travesía, la atracción de Vargas Llosa por la mujer de ese prójimo resultaba notable. Al promediar ya era irresistible. Me los imagino haciendo el amor de la proa a la popa sin olvidar el interior de los barcos salvavidas que, según Hollywood son tan propicios a esos menesteres.
Finalmente, muy próximos a llegar a un puerto los amantes, quemados de salitre y ardores, se sentaron cada uno frente a sus respectivos cónyuges y les anunciaron la decisión de abandonar el barco juntos y partir a seguir consumiéndose de amor por ciertas islas del caribe (mi ignorancia en geografía me hacen inimaginable la ubicación de las mismas). La esposa de Vargas LLosa escucho la noticia con el estoicismo y la discreción de una mujer peruana. No amenazó con tirarse al mar ni amenazo tirarlo (lo que hubiese sido definitivamente más justo). De la reacción del otro esposo no ha quedado el menor rastro pero, dado que la esposa salió viva, puede colegirse que también fue mesurada.
Allí quedaron los amantes en tierra, atravesados por un hachazo de Cupido y la nave siguió con los esposos abandonados rumbo al Callao...
Una vez mas y para siempre, el esposo se pierde del relato, queda por imaginar la expresión de la familia Vargas Llosa al ver descender solo a la nuera con los niños.
Más tarde, en la casa familiar la esposa mantuvo una larga charla con su suegro. Él escuchó atentamente la historia y pregunto el nombre de la enamorada... imagino que después guardó un silencio casi insoportable hasta decir: -¡voy a buscarlo! (o algo así). Lo cierto es que tomándose el primer barco (¿avión?) siguió el rastro de su hijo por todas las islas hasta que lo encontró en una posada, Los dos en una hamaca junto al mar, envueltos solo en guayaberas y lascivia.
Don Vargas Llosa padre (supongo) iba de traje y bigotes. Alguno de los dos debió sentirse demasiado vestido o desnudo. Pero no era el momento de pequeñeces. La charla se desarrolló a solas entre los dos hombres. El padre objetó duramente la relación, me llegan textualmente estas palabras del hijo: ¡Tengo casi cuarenta años... no pretenda usted dirigirme la vida! El padre enfatizó hasta quedarse afónico mientras el hijo se ponía cada vez más tozudo
Quizás ya se ponía el sol cuando el padre había agotado los argumentos que incluían la esposa abandonada, los niños sin padre, las malas lenguas de Lima... y cuando vio que el hijo no iba a renunciar a su amada... bajo la cabeza y dijo la verdad... no puedes estar con ella... porque es tu hermana.
Hasta acá lo que me fue contado. Dice mi amigo que Eloy Martínez se arrepintió en el acto de haberlo dicho. Desconozco si Vargas Llosa había escrito ya La Tía Julia... el final queda abierto. O esa anécdota cubrió su obra o la vida se encargó una vez mas de imitar a la literatura .O quizás fue sólo un invento del joven poeta que hoy se me dio por rescatar.