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Más inflación, menos crecimiento

*Por Rogelio Frigerio. De acuerdo con las estadísticas oficiales recientemente publicadas, el PBI nominal (sin ajustar por inflación) subió un 25,9% en 2010.

El crecimiento del PBI nominal tiene un componente vinculado con el incremento de la producción, y otro vinculado con el aumento de precios. Según el Indec, los precios de todos los bienes y servicios incluidos en la estimación subieron, en promedio, un 15,4% durante el año pasado. Así, el crecimiento real del producto (sin los efectos de la inflación) habría ascendido, para el Gobierno, a 9,2% (25,9/15,4-1).

Dentro de los precios implícitos del PBI, se encuentran los precios minoristas. En este marco, y dado un determinado crecimiento del producto nominal, una subestimación del índice de precios al consumidor, implica una subestimación de los precios implícitos del PBI y conduce a una sobrestimación del nivel de actividad.

Considerando los números oficiales de 2010, en los últimos tres años la economía habría acumulado una expansión de 17,5%, contemplando un crecimiento del 0,9% en 2009 y del 6,8% en 2008. Sin embargo, esas estadísticas habrían subestimado sistemáticamente la inflación minorista. De esta manera, la suba de los precios implícitos del PBI habría sido superior y, el crecimiento real habría sido inferior. Según nuestras estimaciones, el PBI real se habría expandido un 5,8% en 2008, habría caído luego un 3,4% en 2009 y, se habría recuperado y crecido un 7% en 2010. Así, la expansión acumulada en los últimos tres años ascendería a 9,4%, casi la mitad de los números oficiales.

La diferencia entre el crecimiento publicado para 2009 por el Gobierno y la caída estimada por nosotros, también sustenta la hipótesis de que los números oficiales sobrestiman el crecimiento de 2010. El sector agropecuario, la industria, el comercio y el transporte de cargas, registran para el Indec un incremento coincidente con el estimado por nosotros el año pasado, sin embargo no registran la misma caída para el 2009 respecto al año anterior y, en consecuencia, sobreestiman su impacto sobre el crecimiento de 2010 (porque parte de un nivel más alto en el 2009).
Paralelamente, la relación entre el empleo y el PBI, muestra que la tasa de crecimiento de la economía habría sido menor al 9% para 2010. El año pasado, el empleo registrado subió un 3%, muy poco para una economía que crece al 9% anual. Si no se crearon puestos de trabajo en blanco, se deberían haber generado entonces más puestos informales. Sin embargo, las estadísticas oficiales tampoco muestran este incremento del empleo “en negro”. Sin una creación de empleo acorde, una generación de valor del 9% anual sólo podría haber sido posible con fuertes aumentos de productividad del trabajo y/o con un crecimiento espectacular de los excedentes empresarios.

Ninguno de estos dos fenómenos se refleja en las estadísticas oficiales. Esta subestimación y la consecuente sobre estimación de la tasa de crecimiento trae aparejados beneficios y costos para el Gobierno. Por el lado de los beneficios, hay que computar que la subestimación de la inflación minimiza el CER, por lo cual “pisa” el ajuste por inflación de la deuda soberana nominada en pesos. De esta manera, implica un menor stock de deuda, una mejor relación deuda/PBI y menos recursos destinados al pago de intereses. Por el lado de los costos implican un mayor pago de deuda por cupón de PBI y por ende, mayores necesidades financieras.

La subestimación de la inflación también impacta negativamente sobre los mecanismos de formación de expectativas. La inflación oficial no tiene credibilidad entre los agentes económicos, que no saben cuánto es la inflación “de verdad”. En este marco, se forman expectativas inflacionarias superiores a la inflación observada y se demandan ajustes salariales que se ubican por encima del aumento del nivel general de precios y de los incrementos de productividad, presionando sobre los costos de producción y acelerando (en una segunda vuelta) el proceso inflacionario.

La subestimación de la inflación y la consecuente sobrestimación del crecimiento, tiene más costos que beneficios económicos. Pero esos costos económicos no son comparables con los que corresponden a la descontada desconfianza de la población hacia el Estado y los poderes públicos.