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Martínez: "Tenía muchas ganas de volver a la televisión"

*Por Sandra Commisso. El nuevo personaje de "El puntero" Después de casi diez años sin continuidad en la TV, habla de su rol en el unitario de El Trece, de su reciente casamiento con Marina Borensztein. Y del amor.

En la adelantada primavera porteña, Oscar Martínez pasea su estampa de caballero decontracté por una esquina de Recoleta. Impecable y relajado, cuesta imaginar que, en los próximos dos capítulos de El puntero (miércoles a las 23, por El Trece) será Caruso, un personaje de gustos ostentosos y dudosa reputación. Su largo oficio de actor marcará la gran diferencia entre este hombre y el que aparecerá en la ficción que protagoniza Julio Chávez (en la piel de "El Gitano" Perotti).

Quién mejor que el propio actor para contarnos del personaje que se verá al aire a partir de esta semana. ¿Cómo es Caruso? Es uno de estos personajes que, lamentablemente, nos son familiares en el paisaje visual argentino. Caruso hace negocios, probablemente tiene conexiones sindicales y, desde ya, políticas, y además está relacionado con el mundo del fútbol. El se define a sí mismo como un intermediario que va a apretar al Gitano porque quiere unas tierras lindantes al barrio donde se mueve Perotti. Caruso está armando un negocio, digamos, difuso, con esos terrenos. Y eso, obviamente le trae problemas a Perotti con su gente. Es un operador político y económico, básicamente ligado al fútbol, que se mueve en esas zonas donde es posible armar negocios clandestinos. Además, hace ostentación de sus vínculos, de su poder, de su impunidad y su riqueza: le encanta mostrar sus cadenas de oro, sus relojes caros. No voy a dar nombres, pero todos conocemos a este tipo de personajes.

¿Te inspiraste en alguien en particular para llegar a ese mundo ajeno a la gente común? Uno pone oficio, pero sí, me sirvió mucho sacar cosas de un personaje muy popular, sobre todo en el vestuario. No es una imitación, pero hay cosas suyas en el tipo de comportamiento. Caruso es canchero, muy simpático, nunca se saca, sabe que todo tiene su precio. Se mueve como pez en el agua en ese ámbito. Es muy divertido meterse en estos personajes tan alejados de nuestro mundo pero que si te ven, te tratan como si te conocieran de toda la vida. Es un simpático de mierda.

Y además, se dio un "cabeza a cabeza" con Julio Chávez.

Sí, yo no sabía si iba a tener muchas escenas con él cuando me ofrecieron el papel. Pero estamos en casi todas juntos. En la tele ya nos habíamos cruzado al revés, cuando él fue a hacer participaciones en unitarios que protagonizaba yo, como Nueve lunas . Y después trabajamos mucho en teatro; yo lo dirigí en mi primera obra como autor teatral, Ella en mi cabeza . Está bueno reencontrarse cada tanto con él.

Después de casi diez años sin hacer televisión de manera continua, ¿es más relajado volver a la pantalla con algo ya armado y sabiendo que funciona? De alguna manera, sí. Admiro mucho como está hecho el programa: la producción, las actuaciones, la dirección de Daniel Barone, que es adorable como persona y con un nivel de practicidad increíble para resolver escenas. Sobre todo en este ciclo que se graba en un descampado lindante con una villa en San Fernando, con todo lo que eso implica. Me sentí muy respaldado por todo eso, pero a la vez sentí cierto peso: pensaba si iba a estar a la altura de las circunstancias, no por falsa modestia sino porque el que llega de afuera a un producto que ya tiene su dinámica y su ritmo instalados, tiene que encajar bien para no desentonar. Tenía temor de estar falto de timming , de no cumplir con las expectativas. Pero todo salió bien. Fue un placer hacerlo.

Siempre se dice que las películas son del director, y el teatro, de los actores. ¿Y la televisión? Creo que está a caballo entre las dos cosas. Hay intermediación técnica pero no es cine. Y en unitarios como El puntero , la actuación es muy importante. Eso está bien porque la tele no tiene ni el tiempo ni la técnica del cine, así que tiene que apoyarse más en la historia y los actores. Me vino bien hacer esta participación porque tenía muchas ganas de volver a la televisión después de tantos años y es una preparación para ir armando el nuevo unitario de Pol-ka que voy a encabezar el año que viene.

Durante la charla, aparece un nombre femenino: Marina Borensztein, su flamante esposa. Lejos de huirle al tema, Martínez se muestra dispuesto a contar detalles del casamiento (que fue el 19 de agosto) con la hija de Tato Bores, después de cuatro años de convivencia. "Lo veníamos pensando y finalmente lo hicimos con la intención de celebrar y apostar a nuestra relación", dice el actor.

Este es tu tercer matrimonio, ¿sos un optimista del amor? Sí, totalmente. En la ceremonia participó Gabriela Acher, que es amiga nuestra, y con su estilo muy particular nos dijo algo que comparto: " el matrimonio es una prueba de la supremacía de la esperanza sobre la experiencia " (risas). Y la verdad es que es así, sobre todo en mi caso, que es la tercera vez.

Está bien: siempre hay que seguir intentando.

Seguro y, sobre todo, porque uno cambia. Después de mi primer matrimonio (con la actriz Cristina Lastra) dije que no me iba a casar más y lo volví a repetir después de mi segundo divorcio (de Mercedes Morán) . En esos momentos lo sentí así. También dije que nunca más iba a volver a convivir, y después la vida se encarga de ponerte en tu lugar. En la ceremonia alguien repitió un proverbio muy sabio también: " Si querés hacer reír a Dios, contale tus planes ".

Martínez está muy relajado hablando del tema y hasta recuerda una anécdota que, para quienes tengan alguna tendencia hacia el pensamiento mágico, puede resultar deliciosa: "Me pasó algo curioso que no había notado hasta que fui al Registro Civil a hacer un trámite. Recordé que me casé, la primera vez, a los 21 años, y la segunda, a los 41. Y ahora tengo 61 (recién cumplo 62 a fin de octubre). Seguramente hay algo con la numerología detrás que no sé, un ciclo que se cumple cada 20 años y reincido. Obviamente si llego a estar presente, a los 81 años, no lo voy a repetir (se ríe)".

Bueno, nunca se sabe ...

Juro que no va a volver a ocurrir, sería patético. Si estoy vivo y me llego a casar, esta nota va a costar una fortuna.

Es una buena señal de que siempre se puede seguir creyendo y amando.

Por supuesto. Cualquier conclusión terminante es pésima porque la vida es cambio, movimiento. Y con respecto a las relaciones sentimentales, hay conclusiones que no están buenas porque tienen que ver con el resentimiento. Uno toma como medida el momento del dolor o el desencuentro o la defraudación, en vez de tomar todo lo que hubo antes. Si no, ¿por qué estuviste ahí? Además cada pareja tiene su lógica, según el momento de la vida.

Uno no es el mismo a los 20 que a los 40 ni a los 60. Pensar para toda la vida a los 20 es imposible porque todavía ni siquiera sabés quién sos. Es cierto que hay algunas parejas que lo logran, pero eso es algo prodigioso. Son la excepción y tienen que saber que son poseedoras de un tesoro. Y no me refiero a los que duran, sino a esas parejas que después de 50 años se siguen tratando con ternura y respeto de verdad, y que emociona verlos. Es muy difícil sostener los cambios que uno va sufriendo en la vida, tanto que a veces ni con el amor alcanza. Eso no quiere decir que terminar una pareja sea un fracaso; cambiar no es necesariamente traicionar al otro. Por supuesto que mis amigos más queridos me dicen, en broma: " no aprendiste nada " (risas). Pero sí aprendí, sobre todo aprendí que equivocarse no está tan mal y que, como dice (Milan) Kundera, atravesamos el presente con los ojos vendados. Siempre estuve convencido de lo que hacía cuando lo hacía y apuesto. Uno va probando, no hay que quedarse quieto en ningún aspecto. El que no hace, no se equivoca.

Empezar a escribir cuando ya estabas consagrado como actor, ¿tiene que ver con eso? Desde ya. Antes de largarme a hacerlo pensé: si esto sale horrible no me lo van a perdonar . Pero lo hice porque, sino, yo no me lo hubiera perdonado. Y estoy feliz de seguir descubriendo cosas. No me quedo en un lugar si no me gusta; me tengo que sentir involucrado.