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Marchamos a la par

* Roberto Caballero. Hasta hace unos años, la historia del 24 de marzo del ’76 se contaba incompleta. Ese relato más o menos oficializado hacía eje en la naturaleza psicológica de los represores para explicar el secuestro, la tortura y la desaparición de una generación completa de argentinos.

Todo era culpa, según esta versión, del sadismo de los militares, que un día por la mañana, mientras tomaban el mate cocido cuartelero de rigor, habían decidido copiar a los nazis, sin que mediara más que la sola voluntad de hacer el mal, mucho mal. La maquinaria de terror impuesta desde el Estado, entonces, era producto de la voluntad de un grupo uniformado por descender a los más bajos escalones de la condición humana, animados por el perverso placer que les provocaba el uso masivo de la capucha y la picana.
Esta versión parcial e insuficiente, durante décadas, permitió que la sociedad conviviera con el juicio a los ejecutores materiales del horror, sin cuestionar a los verdaderos beneficiarios de la tragedia: las empresas, familias e instituciones que reformatearon a un país entero a la medida de sus necesidades, gracias a que otros hacían el trabajo sucio de arrojar gente viva al Río de la Plata.
Son los mismos que hoy se llenan la boca tomándole exámenes de sangre a la democracia y a la política. Los mismos que gritan desde tribunales por la independencia de poderes mientras se someten por vía de cautelares insólitas a los poderes privados. Los mismos grupos concentrados que chillan de odio cuando el Estado de la democracia, ya no el de los genocidas, les exige que paguen sus impuestos y las retenciones, como cualquier hijo de vecino. Los que aún hoy impiden saber si Felipe y Marcela Noble, herederos del mayor holding comunicacional de la Argentina, son hijos apropiados durante la dictadura. Los que todavía se resisten al control democrático y popular de Papel Prensa, que Videla les sirvió en bandeja para que silenciaran la masacre, luego de pasar por la sala de tormentos y saquear a la familia Graiver completa. Los que confunden república con conservadurismo, en una relectura insólita de la argentinidad: somos hijos de una revolución y no de la comprensión de los "derechos adquiridos" de la monarquía española. Y, mucho menos, del consenso con esclavistas o tenedores de títulos de nobleza.
El Estado genocida tuvo muchos oficialistas. Y los sigue teniendo: sobreviven como herencia maldita en los diarios hegemónicos, en la justicia que todavía no condena a los represores militares y a sus cómplices civiles, en los grupos empresarios que no toleran un país con sindicatos y paritarias, en los grandes circuitos de formación de opinión que trabajan de modo incansable para que nada cambie, porque el cambio cuestiona los privilegios de los patrones que los emplean.
Tiempo Argentino viene a decir cosas distintas a las que escuchamos como evangelio en todos estos años. Nuestra edición de hoy, de 96 páginas, está prácticamente dedicada en su totalidad a reflejar el maridaje entre represores y los grupos concentrados de poder.
Por algo somos el diario que denunció las atrocidades de Clarín y La Nación en el caso Papel Prensa y publicó con nombre y apellido la lista de delegados y comisiones internas que fueron desaparecidas por militares en complicidad con los grupos empresarios.
Por eso defendemos la Ley de Medios de la Democracia, que desterró a la Ley de Radiodifusión de la dictadura que sirvió para naturalizar el horror y el saqueo de todos esos años.
Este 24 de marzo, el primero después de la muerte de Néstor Kirchner, el hombre que bajó el cuadro de Videla en el Colegio Militar y recuperó la ESMA como espacio para la memoria, nuevas multitudes van a marchar a Plaza de Mayo exigiendo más política, más información y más democracia.
En resumen, reparto de voces y de riqueza, para construir una Nueva Argentina.
Sepan que este diario y sus periodistas marchan a la par.