Malvinas: ¿Una solución imposible?
*Por Luiz Felipe Lampreia. El día 2 de abril será una ocasión para revisar los dolorosos sentimientos que, treinta años después, la guerra de las Malvinas despierta en el pueblo argentino.
Disputas territoriales se cubren con emociones profundas que se aprenden en la infancia y nunca dejan de tocar los corazones y las mentes de una nación.
Brasil tuvo el privilegio histórico, que le fue legado hace más de cien años por su gran canciller, el Barón de Rio Branco, de escapar a este destino. No tenemos objeción alguna ni siquiera sobre un centímetro de nuestras extensas fronteras con diez vecinos. Por eso, nuestra visión siempre privilegiará el entendimiento y la solución pacífica de controversias, incluso reconociendo desde siempre el derecho argentino sobre las Malvinas.
El episodio de treinta años atrás es suficientemente reciente para que su invocación toque cuerdas muy sensibles y dificulte un entendimiento diplomático. Los gobiernos de los dos países involucrados tienen la tentación de encarar el tema de la soberanía de las Malvinas como una cuestión de honra nacional. En particular, el gobierno de la presidente Cristina Fernández de Kirchner actuó de modo contundente contra los británicos, con un discurso agresivo que seguramente no conducirá a un entendimiento.
Cumplidos cien días de su segundo gobierno, la Presidente de la Argentina comienza a sufrir desgastes y revivir la cuestión de Malvinas le debe haber parecido una buena estrategia para superar las dificultades políticas. La historia está llena de ejemplos de utilización de memorias amargas de guerras perdidas como base para iniciativas revanchistas, que generalmente conducen a más frustraciones. Por ejemplo, la cuestión de las grandes provincias de Alsacia y Lorena, que Francia había perdido a manos de Alemania en 1870 después de la derrota de Sedan, permaneció durante cuarenta y cuatro años como el dolor profundo de una amputación, alimentando un deseo de revancha. Pero León Gambetta, un gran patriota y primer ministro de Francia, preconizaba: Piense siempre, pero nunca hable sobre este tema (pensez-y toujours nen parlez jamais).
Los únicos beneficiarios de una campaña nacionalista estridente son los gobiernos que la fomentan. Juegan con las emociones de sus sociedades y no miden las consecuencias negativas para la solución de temas altamente polémicos. Pueden verse los dividendos de popularidad que están recogiendo hoy tanto Cameron como Cristina. Pero estas ganancias de corto plazo difieren por un múltiplo creciente una solución diplomática equilibrada y por lo tanto aceptable para ambas partes. Si para Londres un abordaje constructivo del asunto era en sí muy problemático, ahora se tornó impensable porque tendría un tono de capitulación y de esa forma permanecerá al menos por una generación. Para el gobierno argentino la perspectiva realista es, apenas, recoger los dividendos políticos y desviar el foco de asuntos menos populares.
Guido Di Tella, el gran canciller argentino de la década del noventa, tenía una visión más clara, aunque ingenua en apariencia, del camino correcto cuando buscaba pacificar a los habitantes de las Malvinas por medios simples como el envío personal de tarjetas de Navidad y gestos de buena voluntad. Di Tella percibió que el nervio central de la cuestión era reconocer a los isleños como sujetos de derecho y conquistar gradualmente su confianza para permitir que el gobierno de Londres examinase con seriedad fórmulas que posibilitaran una solución negociada con Argentina. Al contrario, colocar la soberanía como primer ítem y considerando la posición argentina de que es innegociable, se construye una ecuación insoluble, salvo en la hipótesis imposible de que el gobierno británico adopte una postura vergonzosa.
Brasil tuvo el privilegio histórico, que le fue legado hace más de cien años por su gran canciller, el Barón de Rio Branco, de escapar a este destino. No tenemos objeción alguna ni siquiera sobre un centímetro de nuestras extensas fronteras con diez vecinos. Por eso, nuestra visión siempre privilegiará el entendimiento y la solución pacífica de controversias, incluso reconociendo desde siempre el derecho argentino sobre las Malvinas.
El episodio de treinta años atrás es suficientemente reciente para que su invocación toque cuerdas muy sensibles y dificulte un entendimiento diplomático. Los gobiernos de los dos países involucrados tienen la tentación de encarar el tema de la soberanía de las Malvinas como una cuestión de honra nacional. En particular, el gobierno de la presidente Cristina Fernández de Kirchner actuó de modo contundente contra los británicos, con un discurso agresivo que seguramente no conducirá a un entendimiento.
Cumplidos cien días de su segundo gobierno, la Presidente de la Argentina comienza a sufrir desgastes y revivir la cuestión de Malvinas le debe haber parecido una buena estrategia para superar las dificultades políticas. La historia está llena de ejemplos de utilización de memorias amargas de guerras perdidas como base para iniciativas revanchistas, que generalmente conducen a más frustraciones. Por ejemplo, la cuestión de las grandes provincias de Alsacia y Lorena, que Francia había perdido a manos de Alemania en 1870 después de la derrota de Sedan, permaneció durante cuarenta y cuatro años como el dolor profundo de una amputación, alimentando un deseo de revancha. Pero León Gambetta, un gran patriota y primer ministro de Francia, preconizaba: Piense siempre, pero nunca hable sobre este tema (pensez-y toujours nen parlez jamais).
Los únicos beneficiarios de una campaña nacionalista estridente son los gobiernos que la fomentan. Juegan con las emociones de sus sociedades y no miden las consecuencias negativas para la solución de temas altamente polémicos. Pueden verse los dividendos de popularidad que están recogiendo hoy tanto Cameron como Cristina. Pero estas ganancias de corto plazo difieren por un múltiplo creciente una solución diplomática equilibrada y por lo tanto aceptable para ambas partes. Si para Londres un abordaje constructivo del asunto era en sí muy problemático, ahora se tornó impensable porque tendría un tono de capitulación y de esa forma permanecerá al menos por una generación. Para el gobierno argentino la perspectiva realista es, apenas, recoger los dividendos políticos y desviar el foco de asuntos menos populares.
Guido Di Tella, el gran canciller argentino de la década del noventa, tenía una visión más clara, aunque ingenua en apariencia, del camino correcto cuando buscaba pacificar a los habitantes de las Malvinas por medios simples como el envío personal de tarjetas de Navidad y gestos de buena voluntad. Di Tella percibió que el nervio central de la cuestión era reconocer a los isleños como sujetos de derecho y conquistar gradualmente su confianza para permitir que el gobierno de Londres examinase con seriedad fórmulas que posibilitaran una solución negociada con Argentina. Al contrario, colocar la soberanía como primer ítem y considerando la posición argentina de que es innegociable, se construye una ecuación insoluble, salvo en la hipótesis imposible de que el gobierno británico adopte una postura vergonzosa.