Malvinas, el fruto de la persistencia
*Por Horacio Serafini. La intentona del gobierno británico de usar Malvinas para distraer a los ingleses de su brutal crisis económica, debe ser respondida por la Argentina.
Hace 30 años, Margaret Thatcher hacía frente a las mayores protestas populares contra su política económica ultraneoliberal, mientras que Leopoldo Fortunato Galtieri buscaba una fórmula de perpetuación ante el desgaste político de la dictadura. La guerra actuó como catalizador común para los desafíos internos de La Dama de Hierro y el dictador.
Hoy, el gobierno conservador de David Cameron tiene ante sí una situación social que tiende cada vez más a asemejarse a la de Thatcher entonces, consecuencia del mismo tipo de política de ajuste brutal de la economía, con riesgos de quiebre de su coalición gubernamental. Cristina Fernández, aun con los retos que suponen la "sintonía fina" ante la desaceleración de la economía y que está obligada a hacer, no tiene, en cambio, un desafío interno semejante en su primer año de su segundo gobierno.
El planeta, en 1982, estaba dominado por la lógica de la bipolaridad. Después de la unilateralidad de Estados Unidos que siguió a su derrumbe, hoy el sistema mundial está en discusión y construcción, con bloques de países en desarrollo, acuerdos entre esos mismos bloques y actores con poder en alza, con China a la cabeza de ellos.
Sin este recordatorio, sería imposible aproximarse a una comprensión de los últimos sucesos en torno al conflicto por las Malvinas, que escaló los últimos días y que perfila incrementar su escalada a medida que se aproxime la fecha del 30 aniversario de la guerra. No podría entenderse, por ejemplo, la posición de Estados Unidos, en un conflicto en el que está involucrado su histórico aliado mundial y en el que hace tres décadas, tomó un decisivo partido a favor de Londres, para desencanto del delirio de la dictadura que descontaba contar con Washington aliado en su aventura.
La declaración oficial que el viernes dio el Departamento de Estado podría entenderse como un respaldo a Londres: reconoció su "administración de facto" sobre Malvinas y se abstuvo de pronunciarse sobre la cuestión de fondo, la soberanía. Pero en el fondo no lo es al asumir la posición argentina, que no es otra que la de Naciones Unidas: "Es un tema bilateral, a ser solucionado directamente" por Londres y Buenos Aires.
Traducido: tienen que sentarse a dialogar. La posición está en línea con el ofrecimiento a facilitar ese diálogo que hace unos meses formuló la secretaria de Estado, Hillary Clinton. Pero adquiere ahora significación en medio de la escalada y al día siguiente de la presentación ante Barack Obama de Jorge Argüello como embajador argentino.
La destemplada reacción de Cameron, al intentar dialécticamente revertir los términos de la disputa (la "colonialista" es Argentina), a contramano de las sobradas evidencias históricas, no hace más que demostrar el creciente aislamiento político-diplomático en el que está Gran Bretaña en la disputa. Igual que Thatcher, apunta a agitar la cuestión frente a su debilidad política interna, hasta con ribetes de paroxismo: menear, por caso, la imposible hipótesis de una nueva aventura militar argentina; o la de una supuesta "invasión" de pescadores nacionales para plantar bandera en las islas.
Semejantes recursos han servido a Cameron para justificar el reforzamiento militar en Malvinas y hasta evaluar "planes de contingencia", en simultáneo con la presencia en ellas del príncipe Guillermo, segundo heredero de la Corona británica, apenas semanas antes del aniversario de la guerra.
La reacción ha sido y es a todas luces militarista, desmedida, a tono con la errada concepción del conflicto que hasta la propia prensa conservadora le achaca a Londres. Pero consecuente con los recursos que están en juego: petróleo, pesca, proyección sobre la Antártida?
Su error ha sido ignorar lo que sucede en América Latina y en Sudamérica en particular.
Consecuencia de una persistente política que busca recuperar la soberanía, más allá de reclamarla, la Argentina logró el respaldo de bloques extrarregionales. Pero también el compromiso de iniciativas regionales (Unasur, Celac, Mercosur) de avalar acciones concretas, como la que sorprendió a Londres: la prohibición de que barcos con bandera Falkland toquen puertos mercosurianos.
Además, pone en una encrucijada a Londres: si barcos con matrícula malvinense cambian su bandera por la británica para atracar en los puertos regionales, sería un acto explícito de autorreconocimiento de que es Gran Bretaña, no las autoridades del archipiélago, la otra parte del conflicto.
Que Gran Bretaña, encerrada en sus propios problemas y los de la Unión Europea, ignoró los cambios de la última década en Sudamérica, lo hizo más que evidente su canciller William Hage. Tuvo que escuchar de su contraparte brasileña que Brasilia respalda el reclamo de la Argentina, prohibición de los barcos incluida. Y hasta hizo una confesión implícita del desdén con que Londres manejó la relación con la región.
"Comenzamos (con su visita a Río de Janeiro) a realizar el esfuerzo más ambicioso en los últimos 200 años para fortalecer los lazos con América Latina". Y fiel al divide y reinarás, deslizó que buscará romper la unanimidad latinoamericana sobre Malvinas a través de lo que el imperio británico siempre supo hacer, el comercio: prometió duplicarlo en tres años con Brasil, Colombia y México.
La persistencia está dando sus frutos. Las altisonancias de Cameron no tuvieron replica en el Gobierno argentino. "La paciencia tiene que ser infinita, así como la constancia y la firmeza. No hay que entrar en la provocación", dijo el ex canciller Jorge Taiana. ¿Seguirá este derrotero el gobierno argentino?