Malcorra, Riquelme y la mesa chiquitita de Macri
Con la salida de la canciller, se ratifica una idea del Presidente sobre el poder que no incluye a demasiadas personas.
Por Ernesto Tenembaum para Infobae
"Roman se sentaba en el último asiento del colectivo. Exactamente en la butaca del medio, esa que tiene todo el pasillo por delante. Llevaba siempre un bruto grabador, de esos que existían antes y ponía cumbia a todo volumen. Bianchi se sentaba en la primera fila, del lado de la ventanilla derecha. Cuando el colectivo llegaba a destino se producía siempre una escena insólita. Todos bajaban menos Bianchi que se suponía que tenía que ser el último. Era una cuestión de poder: los jefes bajan al final. Pero Riquelme se quedaba atrás, haciendo tiempo: quería ser el último en bajar. BIanchi lo esperaba, a veces cinco, diez minutos, hasta que finalmente el otro se resignaba y aceptaba la jerarquía. Hasta en esas pavadas, Riquelme le disputaba el lugar a Bianchi". Cuando Mauricio Macri tenía más tiempo libre, solía disfrutar al contar esas anécdotas de la mejor gestión de su historia, la de Boca Juniors. Seguramente, la pulseada simbólica entre Riquelme y Bianchi no tiene nada que ver con lo que sigue.
Susana Malcorra es una diplomática sutil y una mujer de poder. El 10 de diciembre de 2015 asumió como la canciller estrella de Mauricio Macri. Apenas quince meses después -el martes pasado- dijo que se iba porque extrañaba a la familia. Pero, en el medio de ese proceso, dio todo de sí para convertirse en Secretaria General de de las Naciones Unidas, algo así como presidenta del mundo. Si hubiera logrado ese puesto, ¿también se habría ido antes de tiempo por nostalgia? ¿De la presidencia del mundo? Malcorra dijo que se iba porque su marido había tenido un problema de salud, pero luego aclaró que el tema estaba solucionado. El hijo de ambos es mayor de edad.
O sea, que aquí estamos en una de dos. Tal vez Malcorra vivió uno de esos segundos de iluminación que, de tanto en tanto, cambian para siempre la vida de un ser humano: repentinamente alguien se da cuenta que todo lo que dio sentido a su vida ya no lo excita, siente que su paso por el mundo es corto y más vale no desaprovecharlo y entonces se dedica a lo que sea la familia, el sexo, el rock, la cocina. El alma humana es insondable y da esas vueltas. O apenas dio una excusa poco creíble para su retirada. De paso, deslizó: "Es verdad que hemos tenido algunas diferencias con la jefatura de Gabinete". En su lugar pusieron a un señor cuyo nombre, ehhhh ¿cómo era que se llamaba? Un tal Faurié, un diplomático de carrera.
El 21 de diciembre de 2016, hace solo cinco meses y medio, ocurrió un episodio casi gemelo a este. Sorpresivamente, sin que nadie lo esperara, renunció a su cargo Isela Costantini, otra de las estrellas del Gabinete. El Ministerio de Transporte difundió con prisa un comunicado oficial, cuya redacción nadie se tomó el trabajo de emprolijar: "Motivan el alejamiento de Costantini motivos personales". Un par de horas después de la renuncia de Malcorra, también motivada por motivos personales, Costantini concedió una nota donde, por primera vez, aclaró: "Yo no me fui por una decisión mía. Fue una decisión de mi jefe, el ministro de Transporte. Y es la primera vez que me pasa en toda mi carrera. Hasta ahora, los jefes que he tenido se peleaban por mí". Costantini fue reemplazada por un señor cuyo nombre, ehhhh ¿cómo era que se llamaba?
Si uno se aleja de cada caso en particular, si abre el cuadro, como dicen los fotógrafos, empieza a descubrir un patrón. Cuando asumió, Mauricio Macri incorporó a su equipo muchos personajes cuyo desempeño en la actividad privada o académica había sido destacado y que, al mismo tiempo, eran ajenos al microclima del PRO. En aquel entonces se decía que se trataba de personas que abandonaban salarios gigantescos en pos de una utopía. Algo así como lo que hizo Sampaoli esta semana: abandonó en el Sevilla un sueldo de 4 millones de dólares al año por la promesa de que cobraría la mitad, ¡y esa promesa se la hicieron Angelici y Tapia! Pero, bueno, se trata de la selección, del futuro del país, esas epopeyas que a veces conmueven a los seres humanos. Sampaoli aun sigue en su cargo: lleva dos días. Los otros, ya no.
Los nombres se conocen: Susana Malcorra, Isela Costantini, Alfonso Prat Gay, Martín Lousteau, Carlos Melconián. Cada caso es diferente. Malcorra tenía roces con la Casa Rosada y argumentó que se fue por razones personales. Costantini disentía con el ritmo de recorte del déficit que le imponían mientras le abrían el juego a las low costs. Prat Gay no tiene precisamente fama de ser una persona paciente, con un talante demasiado dispuesto a las concesiones del trabajo en equipo. Lousteau repitió con Macri la misma parábola que recorrió con Cristina: se subió el día de la asunción y se bajó en poco tiempo porque la cosa no le convencía demasiado Melconián no estuvo para nada de acuerdo con el plan económico desde el día 1 y se lo hacía saber a todo el mundo: además, despreciaba a todos los habitantes de la Casa Rosada cuyas iniciales no fueran dos emes.
Pero eran el dream team y de todo eso no quedó nada. Y en todos los casos fueron remplazados por figuras de menor relevancia social y autonomía de vuelo. Tal vez el nada sutil Juan José Aranguren sea el único sobreviviente de aquel equipo de figuras.
En el mundo del oficialismo, algunas miradas apuntan al jefe de Gabinete, Marcos Peña, a quien apresuradamente muchos describen como una especie de Rasputín. O, más precisamente, a los tres ojos de Macri: Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Cualquiera que conozca a los personajes sabe que eso es injusto y exagerado: quien, finalmente, decide es el propio Mauricio Macri. Por eso, otros atribuyen estos movimientos, a un consejo que el propio Presidente le dio a María Eugenia Vidal antes de su asunción. "Para tu gabinete, elegí todos sietes. Un ocho o un nueve, te complican demasiado la vida", le dijo. Vidal prescindió en sus quince meses del ministro de Obras Públicas, Edgardo Cenzón, del titular de lotería Melitón López, mientras promovió el inverosímil ascenso de Gustavo Ferrari en su entorno: ¿se tratará de la misma lógica de los "sietes"?
Naturalmente, en este enfoque ha dejado una marca muy fuerte una decisión clave que tomó Macri en la campaña del 2015: elegir para la batalla definitiva a una figura propia, pese a su magra medición, que a alguien mucho más potente pero ajeno, o sea a María Eugenia Vidal y no a Sergio Massa para la gobernación bonaerense. Como aquello salió tan bien, se instaló de manera muy contundente la idea de que no es necesario confiar en nadie más, ni ceder poder de decisión: basta con la familia.
Así las cosas, la célebre mesa chica de los sábados -Macri, Horacio Rodriguez Larreta, María Eugenia Vidal, Jaime Duran Barba, y el sigiloso pero muy influyente Carlos Grosso- ha decidido cerrarse cada vez más sobre sí misma, con la convicción de que, así, no le va nada mal. Los números, por ahora, no los desmienten. Aumentan las tarifas, recortan el presupuesto científico, pronostican resultados que nunca se producen, las inversiones no llegan, reducen hasta la cobertura de los remedios para los jubilados y, sin embargo, su popularidad no baja significativamente. Magia pura: ni Riquelme y Bianchi lo hubieran logrado. "Ya pasó el peor año de mi Gobierno. El segundo peor año lo estamos transitando y va a terminar con una clara victoria electoral. Luego, todo será cada vez más sencillo", augura el Presidente.
Se verá. El equipo oficial demostró ser muy profesional para hacer campaña, pero a las elecciones las carga el diablo. La última encuesta que circula en medios oficiales marca una paridad exasperante entre Cristina Fernández y Esteban Bullrich -sin que todavía haya entrado a jugar la polarización y la potente figura de Vidal- pero también advierte que la mitad de los bonaerenses no llega a fin de mes. Sea como fuere, la muy respetable popularidad del Gobierno ha convencido a Macri y su entorno de que no necesita demasiado de otras personas: por eso se escuchan quejas de gobernadores -Gerardo Morales, entre ellos-, de legisladores y por eso saltan por el aire los ministros más célebres.
Una mirada clásica señala que cuando se concentra demasiado el poder y se pierden figuras claves, hay un costo sensible en creatividad, en imaginación y los sobrevivientes, al ver cual es el costo de la desobediencia, se transforman en mansos y especuladores. Pero quizás no sea el caso. Así como ha revolucionado la historia de la filosofía moderna, es probable que Jaime Durán Barba tenga otra mirada al respecto.
En el fútbol, una manea de dividir a los técnicos es entre aquellos que quieren un vestuario tranquilo, sin internas, y los que prefieren convivir con estrellas, que desafíen su autoridad pero que hagan goles. Bianchi habrá tenido que soportar a Riquelme pero sin él, muy probablemente, Boca no hubiera ganado todo lo que ganó e incluso Macri, que sufrió al Topo Gigio, no estaría donde está. Sin embargo, no es el tiempo de los Riquelmes. Es el momento de los "sietes".
Para brillar, basta con el brillo propio. Nadie necesita a un Bianchi y a un Riquelme cuando puede ser ambas cosas a la vez.
¿No es más bella y tranquila así la vida?
"Roman se sentaba en el último asiento del colectivo. Exactamente en la butaca del medio, esa que tiene todo el pasillo por delante. Llevaba siempre un bruto grabador, de esos que existían antes y ponía cumbia a todo volumen. Bianchi se sentaba en la primera fila, del lado de la ventanilla derecha. Cuando el colectivo llegaba a destino se producía siempre una escena insólita. Todos bajaban menos Bianchi que se suponía que tenía que ser el último. Era una cuestión de poder: los jefes bajan al final. Pero Riquelme se quedaba atrás, haciendo tiempo: quería ser el último en bajar. BIanchi lo esperaba, a veces cinco, diez minutos, hasta que finalmente el otro se resignaba y aceptaba la jerarquía. Hasta en esas pavadas, Riquelme le disputaba el lugar a Bianchi". Cuando Mauricio Macri tenía más tiempo libre, solía disfrutar al contar esas anécdotas de la mejor gestión de su historia, la de Boca Juniors. Seguramente, la pulseada simbólica entre Riquelme y Bianchi no tiene nada que ver con lo que sigue.
Susana Malcorra es una diplomática sutil y una mujer de poder. El 10 de diciembre de 2015 asumió como la canciller estrella de Mauricio Macri. Apenas quince meses después -el martes pasado- dijo que se iba porque extrañaba a la familia. Pero, en el medio de ese proceso, dio todo de sí para convertirse en Secretaria General de de las Naciones Unidas, algo así como presidenta del mundo. Si hubiera logrado ese puesto, ¿también se habría ido antes de tiempo por nostalgia? ¿De la presidencia del mundo? Malcorra dijo que se iba porque su marido había tenido un problema de salud, pero luego aclaró que el tema estaba solucionado. El hijo de ambos es mayor de edad.
O sea, que aquí estamos en una de dos. Tal vez Malcorra vivió uno de esos segundos de iluminación que, de tanto en tanto, cambian para siempre la vida de un ser humano: repentinamente alguien se da cuenta que todo lo que dio sentido a su vida ya no lo excita, siente que su paso por el mundo es corto y más vale no desaprovecharlo y entonces se dedica a lo que sea la familia, el sexo, el rock, la cocina. El alma humana es insondable y da esas vueltas. O apenas dio una excusa poco creíble para su retirada. De paso, deslizó: "Es verdad que hemos tenido algunas diferencias con la jefatura de Gabinete". En su lugar pusieron a un señor cuyo nombre, ehhhh ¿cómo era que se llamaba? Un tal Faurié, un diplomático de carrera.
El 21 de diciembre de 2016, hace solo cinco meses y medio, ocurrió un episodio casi gemelo a este. Sorpresivamente, sin que nadie lo esperara, renunció a su cargo Isela Costantini, otra de las estrellas del Gabinete. El Ministerio de Transporte difundió con prisa un comunicado oficial, cuya redacción nadie se tomó el trabajo de emprolijar: "Motivan el alejamiento de Costantini motivos personales". Un par de horas después de la renuncia de Malcorra, también motivada por motivos personales, Costantini concedió una nota donde, por primera vez, aclaró: "Yo no me fui por una decisión mía. Fue una decisión de mi jefe, el ministro de Transporte. Y es la primera vez que me pasa en toda mi carrera. Hasta ahora, los jefes que he tenido se peleaban por mí". Costantini fue reemplazada por un señor cuyo nombre, ehhhh ¿cómo era que se llamaba?
Si uno se aleja de cada caso en particular, si abre el cuadro, como dicen los fotógrafos, empieza a descubrir un patrón. Cuando asumió, Mauricio Macri incorporó a su equipo muchos personajes cuyo desempeño en la actividad privada o académica había sido destacado y que, al mismo tiempo, eran ajenos al microclima del PRO. En aquel entonces se decía que se trataba de personas que abandonaban salarios gigantescos en pos de una utopía. Algo así como lo que hizo Sampaoli esta semana: abandonó en el Sevilla un sueldo de 4 millones de dólares al año por la promesa de que cobraría la mitad, ¡y esa promesa se la hicieron Angelici y Tapia! Pero, bueno, se trata de la selección, del futuro del país, esas epopeyas que a veces conmueven a los seres humanos. Sampaoli aun sigue en su cargo: lleva dos días. Los otros, ya no.
Los nombres se conocen: Susana Malcorra, Isela Costantini, Alfonso Prat Gay, Martín Lousteau, Carlos Melconián. Cada caso es diferente. Malcorra tenía roces con la Casa Rosada y argumentó que se fue por razones personales. Costantini disentía con el ritmo de recorte del déficit que le imponían mientras le abrían el juego a las low costs. Prat Gay no tiene precisamente fama de ser una persona paciente, con un talante demasiado dispuesto a las concesiones del trabajo en equipo. Lousteau repitió con Macri la misma parábola que recorrió con Cristina: se subió el día de la asunción y se bajó en poco tiempo porque la cosa no le convencía demasiado Melconián no estuvo para nada de acuerdo con el plan económico desde el día 1 y se lo hacía saber a todo el mundo: además, despreciaba a todos los habitantes de la Casa Rosada cuyas iniciales no fueran dos emes.
Pero eran el dream team y de todo eso no quedó nada. Y en todos los casos fueron remplazados por figuras de menor relevancia social y autonomía de vuelo. Tal vez el nada sutil Juan José Aranguren sea el único sobreviviente de aquel equipo de figuras.
En el mundo del oficialismo, algunas miradas apuntan al jefe de Gabinete, Marcos Peña, a quien apresuradamente muchos describen como una especie de Rasputín. O, más precisamente, a los tres ojos de Macri: Peña, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui. Cualquiera que conozca a los personajes sabe que eso es injusto y exagerado: quien, finalmente, decide es el propio Mauricio Macri. Por eso, otros atribuyen estos movimientos, a un consejo que el propio Presidente le dio a María Eugenia Vidal antes de su asunción. "Para tu gabinete, elegí todos sietes. Un ocho o un nueve, te complican demasiado la vida", le dijo. Vidal prescindió en sus quince meses del ministro de Obras Públicas, Edgardo Cenzón, del titular de lotería Melitón López, mientras promovió el inverosímil ascenso de Gustavo Ferrari en su entorno: ¿se tratará de la misma lógica de los "sietes"?
Naturalmente, en este enfoque ha dejado una marca muy fuerte una decisión clave que tomó Macri en la campaña del 2015: elegir para la batalla definitiva a una figura propia, pese a su magra medición, que a alguien mucho más potente pero ajeno, o sea a María Eugenia Vidal y no a Sergio Massa para la gobernación bonaerense. Como aquello salió tan bien, se instaló de manera muy contundente la idea de que no es necesario confiar en nadie más, ni ceder poder de decisión: basta con la familia.
Así las cosas, la célebre mesa chica de los sábados -Macri, Horacio Rodriguez Larreta, María Eugenia Vidal, Jaime Duran Barba, y el sigiloso pero muy influyente Carlos Grosso- ha decidido cerrarse cada vez más sobre sí misma, con la convicción de que, así, no le va nada mal. Los números, por ahora, no los desmienten. Aumentan las tarifas, recortan el presupuesto científico, pronostican resultados que nunca se producen, las inversiones no llegan, reducen hasta la cobertura de los remedios para los jubilados y, sin embargo, su popularidad no baja significativamente. Magia pura: ni Riquelme y Bianchi lo hubieran logrado. "Ya pasó el peor año de mi Gobierno. El segundo peor año lo estamos transitando y va a terminar con una clara victoria electoral. Luego, todo será cada vez más sencillo", augura el Presidente.
Se verá. El equipo oficial demostró ser muy profesional para hacer campaña, pero a las elecciones las carga el diablo. La última encuesta que circula en medios oficiales marca una paridad exasperante entre Cristina Fernández y Esteban Bullrich -sin que todavía haya entrado a jugar la polarización y la potente figura de Vidal- pero también advierte que la mitad de los bonaerenses no llega a fin de mes. Sea como fuere, la muy respetable popularidad del Gobierno ha convencido a Macri y su entorno de que no necesita demasiado de otras personas: por eso se escuchan quejas de gobernadores -Gerardo Morales, entre ellos-, de legisladores y por eso saltan por el aire los ministros más célebres.
Una mirada clásica señala que cuando se concentra demasiado el poder y se pierden figuras claves, hay un costo sensible en creatividad, en imaginación y los sobrevivientes, al ver cual es el costo de la desobediencia, se transforman en mansos y especuladores. Pero quizás no sea el caso. Así como ha revolucionado la historia de la filosofía moderna, es probable que Jaime Durán Barba tenga otra mirada al respecto.
En el fútbol, una manea de dividir a los técnicos es entre aquellos que quieren un vestuario tranquilo, sin internas, y los que prefieren convivir con estrellas, que desafíen su autoridad pero que hagan goles. Bianchi habrá tenido que soportar a Riquelme pero sin él, muy probablemente, Boca no hubiera ganado todo lo que ganó e incluso Macri, que sufrió al Topo Gigio, no estaría donde está. Sin embargo, no es el tiempo de los Riquelmes. Es el momento de los "sietes".
Para brillar, basta con el brillo propio. Nadie necesita a un Bianchi y a un Riquelme cuando puede ser ambas cosas a la vez.
¿No es más bella y tranquila así la vida?