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Macri reedita la fábula del derrame

* Por Alberto Dearriba. Como si nada hubiera ocurrido en 2001, desempolvó la cantilena de liberar las energías del mercado para producir mayor crecimiento y una mejor distribución de las riquezas.

Decidido a liderar un frente de derecha, Mauricio Macri confesó claramente esta semana que sueña con vencer en un eventual ballottage a Cristina Fernández, para reinstalar en la Argentina el modelo neoliberal desactivado por el kirchnerismo. Pocas veces el jefe de gobierno porteño expresó tan descarnadamente el ideario de mercado que guiaría un improbable gobierno suyo, como lo hizo el jueves pasado en un reportaje publicado por La Nación.

Como si nada hubiera ocurrido en 2001, desempolvó la cantilena de liberar las energías del mercado para producir mayor crecimiento y una mejor distribución de riquezas. Pese a que mostró no pocas veces la hilacha, Macri se cuida habitualmente de no aparecer pegado tan claramente al modelo instaurado en los ’90. Pero ahora expresó sin tapujos que si fuera presidente, achicaría el Estado, privatizaría empresas públicas y desregularía la economía, para provocar un crecimiento que derramaría sobre toda la sociedad. En suma, una clara reivindicación de la vieja fábula del derrame que contaron Martínez de Hoz, Álvaro Alsogaray, Domingo Cavallo, Carlos Menem, Margaret Thatcher, Ronald Reagan y George Bush.

Como se sabe, la liberación del mercado tras el golpe de 1976, seguida del desguace del Estado a manos del menemismo en los ’90,  no provocó precisamente una distribución más justa de la riqueza, sino un pavoroso endeudamiento externo, desindustrialización  y una hiperdesocupación que abarcó a una cuarta parte de la mano de obra activa. No hacía falta estudiar en Harvard o en Chicago, para colegir que si se achicaba el Estado y se cerraban plantas industriales por efecto de la importación,  no habría otro derrame que el desempleo,  la pobreza, la exclusión social y el delito.

Pero Macri cree que los argentinos no escarmentaron. Propuso por ejemplo reprivatizar la televisación del fútbol y Aerolíneas Argentinas, eliminar la ONCCA y apartar al Estado de todos los servicios públicos. Como frutilla en la torta, dijo que permitiría que el FMI –al cual considera un organismo serio– meta las narices en las cuentas nacionales. En suma, más mercado y menos Estado.

Sin explicaciones sobre el seguro desfinanciamiento fiscal, el líder derechista quiere eliminar las retenciones a todas las exportaciones de granos, salvo las de la soja, que desaparecerían en los primeros cinco años de los ocho que dijo necesitar para reinstalar el modelo suicida. Y para continuar en la línea del jubileo para los poderosos, dijo que se opone, obviamente, a un impuesto a la renta financiera. 
El cuestionamiento de Macri a la intervención estatal en la economía está en línea con las críticas de CRA y la Sociedad Rural al acuerdo de la Federación Agraria con el gobierno, para que los molinos le pagaran a los pequeños y medianos productores el precio pleno del trigo que retacean las exportadoras multinacionales a las que no quieren enfrentar los grandes terratenientes.    

En una muestra de coherencia ideológica, el líder derechista rechaza en el reportaje la Ley de Medios, porque considera inconstitucional la cláusula de desinversión que obliga a los grupos más poderosos a desprenderse de señales y dijo que  impediría el corte de calles con la policía armada para reprimir protestas sociales. Su postura es lógica, ya que para aplicar semejante plan económico, Macri necesitaría de la complacencia de los medios más concentrados (como ocurrió durante el menemismo) y de una policía dura  que acallara los ayes de los excluidos (como ocurrió durante la dictadura).  
El empresario se ofreció así como la variante descarnada de la derecha en unas elecciones en las que –según la mayoría de los sondeos– competirá  por el segundo puesto con el postulante radical. La UCR realizará una interna adelantada entre Ricardo Alfonsín y Ernesto Sanz, en la que Julio Cobos no jugará. Tras pasar de la gloria a Devoto en los sondeos, el vicepresidente opositor duda entre confrontar en las primarias abiertas y obligatorias del 14 de agosto o volver a la ingeniería.

Lo más probable es entonces que el candidato radical termine siendo Ricardito, cultor de un discurso de centro, que lo ubicará equidistante del oficialismo y de la derecha macrista. Macri tiene hoy una intención de voto apenas superior a la de Alfonsín en la mayoría de las encuestas, pero siempre muy lejana de la que mide Cristina Fernández. Todavía le falta definir su alianza con Duhalde, que se propone como el garante del orden, pese a que no puede disciplinar siquiera al peronismo disidente: Felipe Solá –que lo acusa de derechoso– se niega terminantemente a la interna adelantada y Mario Das Neves negocia condiciones. 

En la campaña, no le resultará difícil al oficialismo advertir al electorado sobre un retorno entusiasmado o culposo al modelo de mercado. Bastará que recuerde que bajo su amparo, 5 millones de personas perdieron sus empleos y fueron arrojados a los márgenes sociales. Aunque subsisten profundos desequilibrios sociales, el modelo kirchnerista recuperó 4 millones de puestos de trabajo y sacó de las cunetas sociales a legiones de excluidos, niños y jubilados.

El extraordinario crecimiento económico  redujo el desempleo a una tasa de un dígito, pero no pudo quebrar en cambio la matriz injusta de distribución. No sólo el crecimiento con exclusión de los ’90, sino también los propios límites del modelo kirchnerista, rebaten las livianas afirmaciones de Macri en favor de un derrame natural.  En realidad, de la mesa de los poderosos, no se cae una migaja si la política no interviene.

La mayor demanda de mano de obra redujo por ejemplo la precarización laboral, pero el gobierno acaba de anunciar medidas para detectar con mayor agilidad el trabajo ilegal, porque subsiste más de un 30% de trabajo precario y, lo que es peor, formas de trabajo esclavo que agravian a la humanidad.  Si estas inequidades –que volvieron a estallar esta semana en San Pedro– son posibles con un gobierno que intenta limitar la voracidad del mercado a través de la acción del Estado, es de imaginar lo que ocurriría en el reino del mercado con el que sueña Macri. En cambio, Cristina Fernández redobla permanentemente su apuesta a la política, como lo hizo al instar al Congreso a tratar el Estatuto del Peón a partir de marzo, una norma fundacional del peronismo pero que –reformada luego– no contempla hoy siquiera el derecho constitucional de huelga para los trabajadores del campo.

Estos dos modelos son los que pugnarán en las urnas del 24 de octubre. Cristina Fernández plebiscitará sus esfuerzos por reponer un modelo productivo con inclusión social. Apretado por ambos costados, a media agua, Alfonsín insistirá en la demanda de calidad institucional. Y Macri cargará con las incongruencias del modelo neoliberal y con las propias: no pudo cumplir con uno solo de los famosos diez kilómetros anuales de subterráneos en la Ciudad de Buenos Aires pero promete tender 1500 kilómetros anuales de vías férreas en los primeros cuatro años de un improbable mandato presidencial. Dice que rebajaría los impuestos, pero aumentó todos los gravámenes municipales.   

Menem llegó a la Rosada como el candidato del partido de la movilidad social y produjo luego la mayor operación de travestismo político nacional para instalar el modelo neoliberal. Pero los votantes de octubre conocen lo que piensa Macri, que para colmo, anda con el inconsciente al aire libre y cuenta impávido la vieja fábula del derrame.