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Luis Grossman y un asiento en primera clase para viajar con la mirada a la Belle Epoque

Casi 90 abriles diría Julio Sosa que tiene Luis Grossman, arquitecto, periodista, hincha de Independiente y hombre de Buenos Aires. En su paso por la función pública, no se llevó nada; al contrario: le dejó a la Avenida de Mayo unos banquitos muy oportunos para que los transeúntes puedan sentarse a mirar las cúpulas de los magníficos edificios de la Belle Epoque. Entre los gustos que se dio en su profesión, rescata una entrevista a Jorge Luis Borges que terminó casi abruptamente cuando el autor de Fervor de Buenos Aires se dispuso a tomar la sopa. Una anécdota sin desperdicio de un gran profesional de la vieja escuela.

Seguramente se toparon alguna vez en toda la extensión de Avenida de Mayo o en la Manzana de las Luces con unos bancos de líneas modernas con vista a las mejores fachadas como el Palacio Barolo, el Hotel Castelar, el edificio del ex diario La Prensa o el Colegio Nacional Buenos Aires.

El responsable de su existencia es el ex director General de Casco Histórico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Luis Grossman, quien puso en el centro de sus proyectos el disfrute de los ciudadanos pues para él “para que un barrio no se convierta en un cementerio de turistas tiene que circular la sangre de su gente”.

luis grossman

Antes de ser funcionario, este elegante caballero de riguroso sombrero fue periodista del Diario La Nación y autor del libro “Arquitextos”. Pero hoy, lo sentaremos del otro lado del mostrador para poder hurgar en el detrás de escena de aquella prensa de papel equipada con cassettes, cámaras con rollo y buena pluma.

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En fin, esta vez le tocará sentarse en el incómodo banco del entrevistado. Queremos saber todo eso que, generalmente, queda afuera del artículo  periodístico. 

 

Mariela Blanco: Arquitecto, periodista, hombre de Buenos Aires.... ¿qué debería decir tu próxima tarjeta Luis? 

Luis Grossman: Yo soy un arquitecto porteño que recorrió todo el país y muchos destinos del exterior. Muchos de los viajes fueron como periodista de arquitectura y columnista del diario La Nación en Arquitectura y Ciudad.

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MB: ¿Porteño de ley o por elección?

L.G: Nací y me crié en Almagro, en un conventillo de Bulnes 951 (entre Guardia Vieja y Lavalle). En la misma vereda del ”yotivenco” tenía su casa moderna Luis Rubinstein, autor de tangos muy difundidos en esa época. A la vuelta, por Lavalle, conocí a un muchacho unos años mayor que los chicos de la barra, que nos revoleaba monedas cuando pasaba, se llamaba Roberto Rufino.

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M.B: ¿Cómo definirías tu vida?

Tuve y tengo una vida privilegiada, con encuentros con figuras especiales, como una entrevista con Perón en abril de 1969, publicada en La Opinión "Tres horas en Puerta de Hierro", con Borges en su casa, dos horas de diálogo, con Aníbal Troilo, a su lado en una comida en el Plaza Hotel y con Ricardo Bochini en el Hotel Covadonga de Resistencia, Chaco. Sin hablar de los colegas con quienes pude dialogar en todo el mundo”.

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M.B: ¿Cómo fue ese encuentro con Borges?

L.G: Mi estudio estuvo durante muchos años en Suipacha y Santa Fe, muy cerca de la casa de Borges en Maipú 994, razón por la cual muchas veces lo ayudé a cruzar la calle y cambiamos algunas frases. Un día me llamó un amigo que trabajaba en un diario de Caracas como fotógrafo y vino a hacer una entrevista con él. Yo sería el interlocutor y él sacaría las fotos. Lo llamé a JLB y me dijo que fuera al día siguiente a las 10.

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M.B: ¿Pero fue amable, se sintió cómodo con la entrevista, era simpático?

L.G: Para mí, que lo admiro mucho, era muy comunicativo si encontraba eco en el interlocutor. Conmigo fue muy amable. Pero lo de mi amigo era una andanada de chasquidos (en ese tiempo las cámaras buenas eran más ruidosas). En un momento dado, en una terracita que mira al Palacio Paz, Borges exclamó: ”¡pare un poco! Porque si los nativos tienen razón, usted me va a dejar sin cara”.

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M.B: (risas) ¿Qué fue lo mejor de la cita y cuánto?

L.G: El diálogo duró dos horas y habló de sus primeros libros en BA, uno de ellos Fervor de Buenos Aires, hecho a los 23 o 24 años. Se habló de la novela policial y sus trabajos con Bioy Casares. Hasta que un grito nos interrumpió: "Señor, está la comida". Eran las 12, un ritual que Fanny, la empleada, respetaba y hacía respetar. Como un chico, el maestro se despidió y se sentó a comer la sopa. Vimos un mantel doblado en cuatro en la cabecera de la mesa, con un plato de sopa, un vaso de agua y los cubiertos.

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M.B: ¿Qué hay de cierto sobre su vida austera?

L.G: Bueno, el departamento era modesto. Y algo muy notable para mí es que en un momento me escabullí y entré en su cuarto: era la Pieza de Servicio.

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M.B: ¿Me estás diciendo que Borges dormía en el cuarto de servicio?

L.G: No sé si Fanny tenía cama adentro, pero el dormitorio de JLB medía 2x3 metros; lo que el Código marcaba para la pieza de servicio.

 

M.B: Toda una definición. Me quedaría horas hablando de ese día con Borges…

L.G: Estuvimos con él hasta las 12, hora en que la mucama lo llamó a comer. No había celulares, si no hubiera documentado todo esto, el cuarto, la comida. También rescato tres entrevistas con colegas argentinos de fama internacional como César Pelli, Eduardo Catalano y Emilio Ambasz.

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M.B: ¡Qué lujos te has dado! ¿Extrañás el ruido de las máquinas de escribir que había en las redacciones?

 

J.G: No soy nostalgioso, esto lo saben los que me conocen. Si no, un hincha de Independiente que vio a los 7 años a Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla, a Bochini y a Grillo, a Bertoni y Navarro, debería suicidarse frente al estadio de Avellaneda. Por eso, digo que recuerdo con gozo esa redacción ruidosa, creativa y amistosa. Porque el silencio actual me intimida y aísla. Sin hacer juicios de valor, en esa redacción se movían los maestros de los buenos cronistas de hoy.

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