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Los sones de la enfermedad holandesa

* Por Eduardo Luis Curia. Datos variopintos, que van y vienen, jalonando la recuperación mundial, la política monetaria norteamericana con sus irradiaciones, la llamada guerra de monedas, las corrientes de capitales especulativos, la valorización de los commodities (resortes que, por lo demás, interactúan), tienden a reponer la categoría de la dutch disease o enfermedad holandesa.

Esta noción se vinculó en su origen con la posibilidad de un boom en algún sector ligado a los recursos naturales, alentando una afluencia ad hoc de divisas que, bajo ciertos conductos, instigaba una apreciación cambiaria real, dañosa para la producción manufacturera de más valor.

En la instancia ahora examinada, cuadran dos aclaraciones básicas. Por de pronto, algunos economistas creemos, como se expuso en diversos trabajos, que hay una teoría general de la EH. Que abarca al tipo de evento citado, pero, a la vez, incorpora en la consideración tanto la dinámica del ingreso de capitales externos como la posibilidad de colocar la escala de la competitividad cambiaria real, en el caso de un país abundante en mano de obra barata, al nivel límite de este factor (cosa que no hizo China, y por eso acertó). Aun más, en la Argentina, los enfoques -provenientes de Diamand- que aluden a la estructura productiva desequilibrada y a la restricción externa -en un sentido cualitativo y no meramente cuantitativo como el que torpemente asumen no pocos- , reflejan notorios contactos con el planteo de la EH.
Por el otro lado, lo principal del ruido respecto del tema que se da en Latinoamérica en el presente, atañe a economías como Brasil, Chile, Perú, Colombia, entre otras, afincadas a sistemas de inflation targeting, asociadas en principio a la flotación cambiaria, bien confiadas, con sus más y con sus menos, en el aporte del ahorro externo.

Dadas estas coordenadas de régimen económico, la presión de divisas del caso, mezclando ingreso de capitales y valorización de commodities, proyecta la variante de la EH que tiende a plasmarse vía la apreciación nominal de la moneda local. Así, con cierta inflación doméstica, aunque sobria, talla la apreciación cambiaria real.

La experiencia brasileña alecciona. Llegado a lo que se estima un punto de saturación, rondando el fantasma de la desindustrialización relativa, el nuevo gobierno brasileño parece reaccionar contra la apreciación cambiaria. No sería un giro copernicano, neodesarrollista, sino recatado. Se aplican nuevos encajes no remunerados a los capitales, se interviene algo más en el mercado de cambios, se amplia la operatoria de futuro del dólar, siempre cabe reforzar los encajes viejos. Hay otras medidas más micro y de política comercial. Y se esboza una atenuación del gasto público, algo coherente con el objetivo cambiario. La política se contenta con frenar la apreciación nominal (ésta se ralentizó últimamente), y, si da el cuero, depreciar el real algún centavito.

Con una inflación acotada, cerraría el negocio.

Nosotros nos exponemos a la otra variante de la EH, que incide por medio del cambio fijo: nuestro dólar nominal fijo o casi. Aquí, con el aflujo de divisas -sea por la vía de la cuenta capital (incluso computando el cese de la anterior salida de capitales), sea por el lado comercial (con el aporte de los commodities)-, imbricado con una dinámica fiscal y monetaria más amplia y gravitante, y operando una puja de ingresos ardua de encuadrar, pesa un diferencial de inflación efectiva doméstica elevado, redundando en un curso de apreciación cambiaria real no trivial.

Otra particularidad interesante en medio de la cuestión de la EH, es la relación casi de espejo existente en materia cambiaria entre Argentina y Brasil. Hoy, nuestro rango competitivo ya no se define por el exigente dólar alto, sino por la referencia, más púdica, al sobrevaluado real brasileño. Por ende, conviene monitorear de cerca los desempeños cambiarios nominales y reales de ambos países, que se hallan como entrelazados entre sí.