Los seis meses en los que el mundo árabe floreció
*Por Marcelo Cantelmi. Desde la inmolación en diciembre de aquel joven tunecino, la región avanza de manera esforzada y dolorosa, pero sin pausa, hacia una democracia real, alejada de extremismos.
Este viernes se cumplieron seis meses desde que un universitario a quien la miseria en Túnez redujo a la precariedad de una venta ambulante se roció una lata de pintura y se inmoló a lo bonzo frente a la intendencia de su ciudad, Sidi Bouzi.
El sacrificio de Habib Borughiba , producto del maltrato policial que le decomisó su carro con frutas y le prohibió toda queja, fue el detonador de una impactante revolución republicana en el mundo árabe que mostró ser mucho más, incluso, que ese asombroso proceso.
Esta mutación libertaria , por cierto, no comenzó el 17 de diciembre de 2010. La búsqueda clandestina de una salida democrática en esas dictaduras se había disparado bastante antes por el súbito alza de los alimentos debido a la crisis global. La democracia real ejercida en libertad era visualizada idealmente ya desde hacía dos años como el medio para resolver esas calamidades distributivas potenciadas por la corrupción de las dictaduras. Es por eso que luego de la muerte de Borughiba se produce la cascada: el 24 de diciembre estalla la rebelión en Túnez. El 25 de enero sigue Egipto; Yemen, el 27 de enero; Bahrein, el 14 de febrero; Libia, el 17 de febrero y Siria, el 6 de marzo.
Estos seis meses, por donde se extienda la mirada, construyen un balance favorable . Tres tiranos fueron expulsados del poder: el tunecino Zine el Abidine Ben Ali escapó el 14 de enero a Arabia Saudita culminando 24 años de dictadura; el egipcio Hosni Mubarak terminó 30 años de tiranía el 11 de febrero y está procesado, y el déspota de Yemen Ali Abdulah Saleh, dueño del poder durante 32 años, también terminó en Arabia Saudita gravemente herido. En Yemen, al revés de los anteriores, no es clara aún la salida política y existe un peligroso fermento de guerra civil.
Es probable que en la estela de estos movimientos libertarios se haya facilitado la operación para eliminar al líder de la red Al Qaeda Osama bin Laden , refugiado y claramente protegido en Pakistán. Esa banda terrorista, una entelequia con mayor importancia en Occidente que entre los árabes, ha sido con frecuencia sobrestimada en el farfullo a veces interesado de muchos que sospechan menos que saben sobre aquel mundo intricando. En estos días se conoció que el egipcio Al Zawahiri se auto designó conductor de la banda y posiblemente líder de sí mismo porque la rebelión exhibió que ese grupo armado ultra islámico no tuvo, y menos tiene ahora, la influencia que le endilgaron sus perseguidores norteamericanos y europeos.
El dato concluyente de la rebelión árabe es que se edificó tanto contra las dictaduras opresoras que se implantaron ahí por las necesidades estratégicas occidentales como contra el ultra islamismo , desnudando una contradicción que nunca fue de esos pueblos. El extremismo ultra religioso se ha opuesto en general a estos movimientos ciudadanos y algunos partidos religiosos acabaron adhiriendo por puro instinto de sobrevivencia cuando parecía inevitable el resultado, como sucedió con los Hermanos Musulmanes en Egipto, lejos éstos del pensamiento de Bin Laden.
Estos seis meses muestran también que la rebelión armada en Libia está recortando el espacio de maniobra del dictador Muammar Kadafi.
De ahí la propuesta del hijo del dictador para una salida electoral que parece muy poco y muy tarde.
Algo similar comienza a percibirse en Siria, donde la protesta pública se multiplica en igual proporción a la furia de la represión . El gobierno de Assad perdió la oportunidad de interpretar esa rebelión y legitimarse en unas elecciones que posiblemente hubiera ganado. De haberlo hecho, además habría pavimentado el camino para la mayor reivindicación de su país consistente en recuperar las Alturas del Golan, ocupadas, ilegalmente según la ONU, por Israel desde 1967. L a historia suele ser un laberinto para esta clase de ciegos.
El régimen ahora camina hacia su descomposición y puede generarse una fuerza equivalente en contrario. En Siria es sencillo predecir una guerra civil entre grupos sectarios. Damasco, además, tiene enfrente la presión de Turquía que se ha sumado a sus adversarios debido a viejas disputas territoriales, de agua y hasta por el apoyo que el régimen de Bashar brindó a los kurdos enemigos de Ankara.
Una intervención turca sobre las fronteras de su vecino no debería ser descartada, pero se trataría de un paso explosivo, porque ese gigantesco país musulmán integra la OTAN y entra en el tratado de mutua protección. Es por eso que la masacre en Siria es un tiro en los pies que esmerila primero al propio régimen, debilitándolo . Sólo tiene la ventaja de que no existen hoy organizaciones globales con prestigio que puedan poner un límite a la barbarie.
La ONU acabó de incendiarse hace una década con la ofensiva para la guerra en Irak y sigue entumecida. La OTAN, a su vez, no opera en clave humanista.
Si ingresó en Libia fue para impedir que un ejército rebelde con nuevos caudillos tome el país.
La idea simple es que si cae el viejo aliado Kadafi, será porque lo voltea Occidente y no una masa enardecida. No es claro, por lo demás, si las capitales occidentales quieren realmente que caiga el régimen sirio. La libertad no suele ser siempre la alternativa más apreciada en esos vértices.
Hay una dimensión de esta revolución que se asocia con las protestas en Europa debido al común origen de ambos fenómenos.
Es lo que el humanista brasileño Cristovam Buarque (no es Chico) describe como la primavera árabe y el otoño europeo . Unos piden democracia y libertades. Los otros se alzan contra un sistema agotado que traiciona y no resuelve cuestiones básicas como ingreso digno o protección ciudadana. Pero la idea puede ser errónea. Quizá lo que estemos viendo sean dos primaveras , una que es cierto reclama el derecho a elegir conculcado por las tiranías y la otra que se alza contra la noción que convierte a la democracia en un atajo para demoler la auténtica función del Estado, diseñando otra forma sutil pero miserable de dictadura.
Copyright Clarín, 2011.