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Los secretos y las negociaciones de la espectacular boda de Máxima Zorreguieta

Un día como hoy, pero hace 18 años, una argentina se convertía en princesa de los Países Bajos. Pero no todo fue un cuento de hadas en la vida de la actual reina consorte.

Como si fuera un real cuento de hadas, la vida de Máxima Zorreguieta, reina de Holanda, posee todos los ingredientes de una linda novela romántica. Aunque también podría ser una de intrigas. 

La actual reina consorte de los Países Bajos, fue criada en una familia acomodada argentina, alumna de un colegio tan caro como exclusivo, se licenció en economía en la Universidad Católica y con 25 años se instaló en Nueva York para trabajar en un banco internacional. En tres años, la joven que empezó como asistente ya era vicepresidente del departamento de Mercados Emergentes de un banco de inversión, según relata María Isabel Sánchez en su libro "Amores reales".

Fue entonces que recibió la invitación de su amiga Cynthia Kauffman para asistir a una fiesta en Sevilla. Quería presentarle a un joven que había conocido en la Maratón de Boston. “Un tipo ideal para vos”. cuando le mostró su foto, Máxima no mostró mucho entusiasmo, en la fiesta todo cambió.

El candidato la invitó a bailar. Pero su metro ochenta y tres y su falta de habilidad hicieron que ella le lanzara con alegría y desparpajo un: “You are made of wood” (sos de madera). Él lejos de enojarse quedó encantado con esa latina, espontánea, divertida y dueña de la sonrisa más encantadora del planeta. Él era Guillermo de Orange, en ese entonces príncipe de los Países Bajos. Y ese fue el comienzo de un amor que superó todas las pruebas.

El libro Amores reales cuenta que al conocer la identidad del candidato los padres de Máxima trataron de convencerla de la complicación que podría traerle ese vínculo tan exigente. Por su parte, la reina Beatriz conocía la fama de “tarambana” de su primogénito pero ahora lo veía profundamente enamorado.

Máxima aprendió la historia de los Países Bajos, sus costumbre, las estrictas reglas del protocolo y holandés a la perfección en tiempo récord. El 30 de marzo de 2001, la reina Beatriz de Holanda anunció el compromiso y definió a la novia de su hijo como una “mujer inteligente y moderna”.

Y ahí comenzó una nueva historia de amor de Máxima, pero esta vez con el pueblo holandés. Todos amaron a esa mujer que se expresaba como ellos y se reía con naturalidad. Estaban encantados con que su futuro monarca se hubiera enamorado de una mujer de cuerpo esbelto y saludable pero alejada del estilo de súper modelo y peligrosamente delgada que, por ejemplo, veían en Letizia Ortiz. Miraban con cierta curiosidad su pelo con reflejos impecables, algo muy habitual en las tierras del tulipán.

Todo parecía felicidad, pero entonces se supo que su padre Jorge Zorreguieta había sido funcionario en la dictadura. Y Holanda, el país más democrático y libre del mundo (el primero en aprobar los matrimonios homosexuales, la venta de drogas, la prostitución en vitrinas...) esta vez dijo no.

La cuestión se convirtió en un problema de estado. El tema de los derechos humanos y sus violaciones no era menor y el Parlamento ya había dado pruebas contundentes de que no aprobaría la boda. Se encontró una fórmula intermedia que pareció conformar a los parlamentarios y a la Casa Real. Que el casamiento se celebrara pero que el padre de la novia no pudiera asistir.

Una comisión del gobierno holandés viajó hasta Buenos Aires para exigir a Jorge Zorreguieta, la firma de un documento por el que se comprometía a no asistir a la boda de su hija. “Como padre de la novia tengo todo el derecho de asistir a la boda de mi hija”, exigió él. Finalmente cedió ante el pedido expreso y personal de su hija. Cuentan que Máxima lloró cuando tuvo que hablar con su padre.

El 2 de febrero de 2002 Máxima se unía al hombre que amaba pero para eso había tenido que renunciar a la presencia del otro gran hombre de su vida: su padre. “Para el observador superficial, esto parece un cuento de hadas. Pero usted ya sabe de las dolorosas limitaciones que impone el título de princesa. Incluso el día de hoy”, le dijo Job Cohen el alcalde que los unió en su boda civil y puso en palabras la mezcla de felicidad y tristeza de ese día.

Luego de la ceremonia civil, la pareja se subió a un Rolls Royce modelo 1957 rodeados de militares y custodios. Cerca de 80 mil personas se agolpaban en las calles para ver su paso.

La novia lucía un espectacular vestido de color blanco marfil realizado por Valentino. Era un diseño que cumplía a rajatabla eso de “menos es más” e impactaba por lo simple y a su vez imponente. Mangas largas ajustadas, discreto cuello redondeado, cuerpo sin ningún adorno, dos aplicaciones de encaje a ambos lados de la falda, y una cola de cinco metros de largo.

Esa cola fue protagonista de una pesadilla de la futura princesa. Como ella misma contó, en los días previos solía soñar que “piso el vestido, me enredo y me caigo”. Su atuendo causó furor ese año entre las novias. Las diseñadoras de Buenos Aires contaban que muchas clientas pedían “un vestido como el de Máxima”. Hoy a 18 años de la boda, al mirar las fotos todavía impacta su ajuar por lo vigente.

Dicen que las novias deben lucir algo nuevo, algo usado, algo azul y algo prestado. No trascendió si llevó algo azul, pero si es por “usado y prestado” qué mejor que el joyero de su futura suegra. La madre del novio no escatimó en préstamos. Le cedió una pulsera de brillantes, y los aros de diamantes en forma de lágrima que ella misma usó en su boda. Pero además le entregó la Tiara de las estrellas una de las piezas más valiosas del tesoro real formada por una estructura de oro blanco con incrustaciones de diamantes, de la que salen cinco botones de perlas o cinco puntas con forma de estrella. Más que un gesto de generosidad fue un gesto que mostraba la completa aprobación y el cariño que la reina Beatriz sentía por su futura nuera.

Para la boda se mandaron más de 1.000 invitaciones de las que solo 100 quedaban reservadas a la familia y amigos de la novia. Entre los asistentes estaban Sofía de España y príncipe Felipe de Asturias. Reyes Carlos XVI Gustavo y Silvia de Suecia. Grandes Duques Enrique y María Teresa de Luxemburgo. Príncipes Haakon Magnus y Mette Marit de Noruega. Príncipes Ernesto de Hannover y Carolina de Mónaco. El secretario de Naciones Unidas Koffi Anan y el ex presidente Nelson Mandela fueron las sorpresas no royals. De la familia de Máxima solo estaban presentes sus hermanos y algunas amigas. Su padre impedido de asistir y su madre en solidaridad vieron la boda por televisión.

Durante la ceremonia, celebrada según el rito de la Iglesia Reformada Holandesa, el pastor Carel Ter Linder les habló a los contrayentes con palabras que se notaban sinceras y no de ocasión.

“Querida Máxima, habrás tenido momentos en los que te preguntaste: ¿Tengo que hacer esto? ¿Tengo que ir con él a otro país tan lejano? ¿a un país distinto, a un pueblo distinto, con otra historia, otra identidad, otra cultura? Seguro que a veces habrás escuchado voces interiores que te decían: ‘Regresa, hija mía, regresa a tu pueblo’”, reflexionó el religioso.

Pero también le habló al heredero. “¿Tengo derecho a pedirle a Máxima a que renuncie a gran parte de su vida libre e independiente, que es tan importante para ella y que ha conseguido con tanto esfuerzo?”, prosiguió el reverendo.

El sacerdote católico argentino Rafael Braun, leyó un pasaje de la Biblia en español. Después llegó el momento en que los novios dijeron lo que todo enamorado desea escuchar sea príncipe o no. “Sí, quiero”. Entonces en la Iglesia Nueva de Ámsterdam sonó un bandoneón interpretando uno de los tangos más bellos de Astor Piazzolla, Adios Nonino. Máxima se quebró y comenzó a llorar.

Imagine el lector o vuelva a recordar ese momento. La joven que vive uno de los días más felices de su vida, de pronto quiebra en lágrimas. A su lado tiene al hombre que ama pero sabe que por el que renunció al hombre que hasta ese momento más amaba: su padre. Acepta casarse como huérfana teniendo padres. En ese instante más de uno se debe haber preguntado ¿qué culpa tiene la princesa de ser hija de su padre? ¿Era necesario hacerle pagar por el pasado?

Fue en ese momento que Guillermo, ese príncipe que la había conquistado con su torpeza como bailarín y que el mismo día de la boda se enredó con la espada de su uniforme, dejó esa frialdad que le atribuyen a los sajones y con un gesto tierno y profundamente humano apretó con su mano la mano de su novia. No hubo palabras, no era necesario, en ese gesto le decía “dame la mano y vamos ya”.

Las lágrimas de Máxima conmovieron a todos. Eran las de una mujer que sabía todo lo que ganaba pero también lo que perdía. No eran lágrimas de “víctima” sino la de una mujer profundamente humana y por eso, abrazable y querible. Y fue en ese momento, con los acordes de Adiós Nonino sonando, con una muchacha que secaba sus lágrimas con un pañuelito ante millones sin importarle ni un instante su impecable maquillaje, que el pueblo holandés selló su amor para siempre con su futura reina.

Llegó el intercambio de los anillos, alianzas de platinos con diamantes y esmeraldas. Los nervios o su torpeza le jugaron al novio una mala pasada al intentar ponerle el anillo en el dedo anular ¡no lo lograba! Forcejeó unos segundos y lo consiguió. Lejos de preocuparse ambos se lo tomaron con humor.

Como marido y mujer salieron de la iglesia acompañados por los acordes del Aleluya. Afuera los esperaba una multitud. Los esposos se subieron a la famosa “carroza de oro” la misma que inspiró a Walt Disney para diseñar los carruajes de sus películas animadas.

La gente los saludaba con globos, serpentinas y banderas. Pero entre los que vitoreaban también se mezclaba gente que no estaba de acuerdo con que la futura reina de Holanda fuera hija de un funcionario de la dictadura. Un hombre logró arrojar pintura contra la carroza pero el incidente no pasó a mayores.

Finalmente la pareja llegó al Palacio Real y se asomó al balcón a saludar a la multitud. Hasta ese momento jamás se habían besado en público y la gente comenzó a pedir que se besen. Entonces no defraudaron, se dieron un romántico beso y ante el clamor se besaron cuatro veces más, algo que el protocolo desaconsejaba pero el amor real exigía.

Desde entonces la popularidad de Máxima no paró de crecer tanto que en 2011, el Parlamento votó para que la argentina pudiera ser reina consorte cuando su marido fuera coronado, lo que ocurrió el 30 de abril de 2013.

Máxima sabe que cada vez que aparece su figura se analiza con lupa y que está obligada a “dar cátedra de estilo” y no defrauda con su vestuario. Pero lejos de conformarse con su rol de figura decorativa viaja por el mundo asesorando a programas de microcrédito como parte de sus tareas con la ONU.

El matrimonio tuvo que atravesar duras pérdidas. La muerte de Jorge Zorreguieta a los 89 años y luego de una larga enfermedad. También otras más inexplicables como la del príncipe Friso, hermano del rey, que falleció en el 2013 luego de permanecer 18 meses en coma tras sufrir un accidente mientras esquiaba y el suicidio en el 2018 de Inés, la hermana menor de Máxima.

Los reyes son los orgullosos padres de Catherina Amalia Orange-Nassau que sucederá a su padre en el trono. Le sigue Alexia que es la más parecida físicamente a su mamá y la menor, Ariadna.

Para los holandeses Máxima es en una holandesa que nació en Buenos Aires. Pero la reina no olvida sus raíces argentinas y le habla a sus hijas en español. Además suele pasar algunas vacaciones en Villa La Angostura donde vive uno de sus hermanos y realizar visitas fugaces al país ante cualquier problema familiar.

Cuando Máxima conoció a Guillermo algunos medios holandeses especulaban que “él está enamorado de ella y ella de ser reina”. Sin embargo, 18 años de matrimonio muestran que el amor entre ellos es genuino. Porque como bien lo describió el alcalde que los casó “su matrimonio, está cimentado en su mutuo amor y en el deseo de caminar juntos por la vida”. Con carrozas o no.

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