Los secretos de la Señora Ocho
En primer plano. ¿Quién es la mujer que maneja a los espías de la ex Side?
Extraído de Clarín
Héctor Gambini
"Pegame, maricón... pegame si te animás". La candidata Majdalani tocaba timbres en Pilar y visitaba a los comerciantes de Derqui para su campaña a diputada nacional por el Pro, en 2009, cuando un grupo de militantes K la empujó en una esquina. Uno le tiró una trompada desde atrás y le partió el labio. Ella se quedó parada ahí, donde estaba, increpando a sus atacantes. Algunos de los hombres que la acompañaban retrocedieron. Ella no se movió.
Nadie describiría a Silvia Cristina Majdalani (58), hoy subdirectora general de la ex SIDE, por su debilidad de carácter ni por ser indecisa. Ella misma le pidió a Macri estar donde está ahora. Es la primera mujer en la historia del organismo en ocupar un puesto en la cúpula. El director, Gustavo Arribas, es el Señor Cinco. Ella, su segunda, es la Señora Ocho. En "la casa", como llaman los espías a su sede central de 25 de mayo 11 -la dirección formal de tres edificios independientes pero comunicados por dentro-, dicen que el número de la clave corresponde al piso donde cada uno tiene su oficina. Pero la Señora Ocho tiene su despacho en el piso nueve. Cosas de espías.
En su escritorio no hay dispositivos satelitales ni botones con cámaras HD, o al menos no a simple vista. Lo que hay es una Coca Light, un jarrito con jugo de limón, un pote con un postre árabe que parece gelatina con yogur, un frasco de alcohol en gel, banditas elásticas, clips metálicos, una abrochadora, un lápiz azul y dorado y dos celulares. Uno de ellos tiene un estuche con las iniciales SM en dorado. Como fondo de pantalla tiene una foto de ella junto a su papá.
No parece el despacho de la jefa de los espías salvo por dos detalles: a sus espaldas hay una trituradora de papeles que la subdirectora usa muy seguido. Y a las seis de la tarde, cuando empieza a caer el sol, un agente entra en la oficina y baja todas las cortinas de los ventanales que dan a Puerto Madero. "Es por la diferencia de luz. Desde aquellos edificios podrían vernos", señala un colaborador, enigmático, hacia torres que están a más de 300 metros. Otra vez, cosas de espías.
Hay una curiosidad más. Del lado de donde se sienta la funcionaria hay dos sillas. Ella ocupa una y en la otra apoya una cartera y un bolso Louis Vuitton que siempre están abiertos.
Majdalani es la hermana del medio de tres mujeres. Tiene tres hijos y seis nietos. Cuando los nombra se le humedecen los ojos. Se crió en una familia libanesa de costumbres férreas para la crianza de las hijas. Su papá tenía un emporio de empresas textiles que en los 50 y los 60 incrementaron la fortuna familiar fabricando medias de mujer. Por eso la subdirectora pasó los veranos de su infancia en el más exclusivo balneario marplatense de Playa Grande. Cuando su casa de verano estaba inhabilitada por algún arreglo, todos iban a ocupar la suite presidencial del Hotel Provincial.
¿Y cómo es que una chica de buen pasar se interesa por la política? Los que la conocen dicen que cuando su padre quedó internado poco antes de una muerte prematura (sólo tenía 52 años), la joven Silvia se paraba en un banquito de la clínica y jugaba a dar discursos. A los 13 años empezó a acercarse a COAS para ayudar a otros. Hasta que llegó Menem y empezó a militar en el peronismo porteño. "Yo amo enormemente a Evita", dice cada vez que le preguntan.
En el auge de los 90 fue interventora en la obra social de dos sindicatos. De allí salió con denuncias en contra por el manejo de los fondos. Terminó sobreseída.
Estuvo con Menem cuando él tomó la decisión de no enfrentar a Néstor Kirchner en la segunda vuelta. Lo recuerda como a uno de los peores días de su vida: Menem tuvo que grabar tres veces su mensaje porque se quebraba. "Esto que voy a hacer, abandonar, es algo que en política no se hace nunca", le dijo el riojano.
Ya con Kirchner presidente, Macri la llamó para que se sumara al Pro en la Capital. Aceptó y fue legisladora de la Ciudad y luego diputada nacional. Hasta que llegó la Agencia Federal de Inteligencia.
Detrás de ella, en su despacho, cuelgan diez cuadros con los certificados de los cursos que hizo sobre el tema. Nunca terminó la carrera de Comunicación Social. En el centro de esa misma pared hay un único retrato: Macri con la banda presidencial. Su teléfono de línea es un aparato viejo, ochentoso, lleno de botones, que encajaría más en un capítulo del superagente 86 que en el escritorio de una jefa real de Inteligencia. Es lo que hay. En un lateral asoman nueve estatuillas de la Virgen y una de la Madre Teresa de Calcuta.
-¿Los libaneses no son musulmanes?
-No, querido. El Líbano tiene 18 religiones, y yo soy católica apostólica romana.
En las paredes hay tres televisores: dos están sintonizados en C5N y uno en TN. Entra un mozo con un licuado de frutas. La subdirectora bebe dos sorbos. No parece ansiosa pero tal vez: hace tres años dejó de fumar y aún le cuesta.
Majdalani tiene la enemiga interna que nadie quiere tener: la implacable Elisa Carrió salió a decir varias veces que Majdalani debe irse de la ex Side. Ella jura y perjura que no entiende por qué, que jamás espió a nadie sin orden judicial, que Gómez Centurión nunca fue espiado y que ellos mismos hicieron la denuncia en la justicia para que se investigue hasta el final. Pero Lilita no afloja. Dice que Majdalani es socia de Larcher, hombre fuerte de la Side en la era K. Majdalani dice que conoce a Larcher porque sus hijos son íntimos amigos desde la infancia. Ok, pero ¿no hay una amistad? "Nunca hablamos con Larcher de la casa", dice ella. Pocos le creen. Y pocos saben que comparte nietos con Hugo Anzorregui, el Señor Cinco de la época de Menem. Muchos espías cruzan la vida de Majdalani.
La Señora Ocho le mandó a decir a Carrió que tomaran un café. Lilita justo se internaba para aplicarse unos stents y jamás le respondió a la invitación. Tampoco cuando le dieron el alta.
Majdalani está casada con un empresario que fue acusado por estafas y terminó indultado por Menem el último día de su mandato. Con su marido se conocieron cuando eran adolescentes. Sus familias veraneaban juntas.
Cuando habla mueve las manos, repletas de anillos. Usa ocho. Cada uno tiene su historia. En sus muñecas tintinean las pulseras. "A las turcas nos adornan desde chicas", dice, divertida. Tres de ellas llaman la atención. Son un circulito negro dentro de una esfera celeste. La misma imagen de la pulsera se repite en un rincón, sobre el atril con papel afiche de una esquina del despacho, y en la puerta de la oficina, del lado de adentro. Son ojos otomanos. Los artesanos de Anatolia, en Turquía, combinan desde hace dos mil años el fuego con diferentes materiales para crear lo que consideran un poderoso talismán contra el "mal de ojo". Y, sí. La subdirectora de la Agencia Federal de Inteligencia usa talismanes antimufa.
Pero los ojos otomanos no evitan ataques. El legislador Gustavo Vera también arremetió contra Majdalani. La acusó de lavar dinero con decenas de propiedades. Ella sólo respondió que la denuncia era "cómica". A la entrada de su despacho tiene un blanco donde juega a tirar dardos si la visita alguno de sus nietos. ¿Le pone la foto de alguien? Ella ríe. Usa un maquillaje suave, cuelga los lentes de un collar y anticipa con los ojos si una pregunta le gusta o no. Dice que no tiene custodia en su casa y que manejar 1.600 espías no la cambió. Que su condición de mujer no la amilana para dar órdenes. Y que está en contra de la ley de género para ocupar cargos electivos "porque es discriminar al revés". Le hace frente a todo, parada como aquella tardecita en Derqui, contra la pared, rodeada de enemigos políticos: "Pegame, si te animás...".