Los rugbiers tras las rejas: “Bienvenidos al infierno”
Desde el miércoles, los 10 acusados por el crimen de Fernando Báez Sosa se encuentran alojados en la Unidad Penal N°6 de Dolores.
Después de los vaivenes de las ruedas de reconocimiento, el miércoles pasado los rugbiers asesinos pisaron por primera vez una unidad penal. Lo hicieron discretamente y en la madrugada para evitar la exposición, aunque desde ahora, ese último acto de cuidado se convertirá en una anécdota de la bienvenida al averno.
La visita no será corta ni tampoco será visita: de a poco se harán locales entre la mugre y la desgracia. Sus mentes lisérgicas deberán adaptarse a la situación de encierro, y esta vez, al consumo de un tipo de violencia inusitada: ellos serán el blanco.
Ni su paso por la alcaidía, ni un improvisado protocolo de seguridad, ni el desesperado “canuto” de algún padre a un funcionario de turno, los salvarán de dormir con un ojo abierto. Una sociedad enlutada clama por justicia, pero ante la duda serán los presos los que ejecuten la venganza.
No conocen el precio de haber matado entre todos a uno. No saben cuál es el vuelto de que ese pibe fuera “un negro de mierda”; y su propio sentido de ajenidad los nubla de presentir que el villerío está en marcha para convertir a la manada en rebaño.
Bienvenidos al pabellón: un cuadrilátero sin demarcación ni campana que detenga el próximo puntazo. La anomia irreversible de un sistema colapsado tomará las riendas para ajusticiarlos cualquiera de estos días; las ranchadas ya ocuparon las tribunas para verlos muscular mientras reciben escarmiento.
Cualquier excusa será buena para verlos sangrar, dormir en el piso, revolcarse en su propia mierda. No hay rincón que los custodie del salvajismo tumbero, ni los exima de volverse “la novia“ de otros presos. Obtendrán un bautismo más perverso y doloroso del que ellos confirieron en su pasado de bárbaros rugbistas, y pagarán con justicia recíproca sus crímenes impunes. La abominable ley que impera tras los muros es tan primitiva como inexorable.
En unas semanas, un sudor frío les recorrerá el cuerpo ovillado en el piso, y notarán la soledad y la inclemencia. Podrán incluso escribir un libro sobre “La domesticación de las ratas y por qué no combatirlas”.
A los infames asesinos de Fernando, no les queda más que redimirse. Amigarse con la ruindad, y ensayar un arrepentimiento tardío para tragar con gusto la hiel de los pasillos. Siempre estarán a tiempo de abrazar la fe prestada del módulo evangélico.
La sentencia de los presos ya fue dicha: “Vengan, los estamos esperando…”. El proceso judicial podrá ser lento, pero para ir adelantando los tiempos, los espera un periplo en el infierno.
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