Los re-reeleccionistas no existen, pero que los hay los hay
*Por Carlos Salvador La Rosa. Para el autor, la intención de algunos intelectuales kirchneristas de virar hacia un sistema parlamentario que permita la reelección indefinida no es una fantasía sino una concepción real de la política que busca la eternización en el poder.
Hermes Binner y Eugenio Zaffaroni creen sinceramente que un sistema parlamentario es mejor que uno presidencialista para la institucionalidad argentina (ver página 6). Razones no les faltan, pero lo mejor suele ser enemigo de lo bueno ya que cuando las leyes están demasiado alejadas de la realidad cultural e histórica de un país, tal realidad transforma a las leyes en letra muerta o, lo que es peor, en excusas para fortalecer aquello que se pretende debilitar, en este caso el presidencialismo y la falta de límites.
El parlamentarismo re-reeleccionista. Así, la difusión creciente por parte de la prensa oficialista de las tesis de Zaffaroni no se debe a los límites al poder que éstas proponen, sino a todo lo contrario: a que han encontrado en dichas tesis una coartada para intentar la reelección presidencial indefinida.
En efecto, si en la Argentina se instituye un sistema semi o parlamentarista estilo europeo, el Presidente tendrá límites a su reelección pero no los tendrá el Primer Ministro, quien será el verdadero jefe político del Estado mientras que el Presidente sólo ejercerá como figura protocolar, de adorno.
El sistema zaffaroniano podría haber tenido algún sentido en un marco político de extrema debilidad institucional como el que vivió la Argentina entre 1930 y 1983, ya que en caso de crisis terminal, el Congreso cambia al primer mandatario y a la coalición que lo sustenta manteniendo el orden institucional. Pero desde 1983 ese problema ya no existe, y además, cuando en 2001 ocurrió una crisis terminal, se pudo cambiar al Presidente y a su coalición de poder desde el Congreso, sin necesidad de reformar la Constitución.
Por lo tanto, al no obedecer a ninguna necesidad objetiva, la propuesta de Zaffaroni no se piensa para cambiar al Primer Ministro cuando haya una crisis sino para que éste permanezca indefinidamente. En consecuencia, el poder político que propicia la idea de Zaffaroni, no lo hace para autolimitarse sino para autoperpetuarse.
El re-reeleccionismo de izquierda. Desde hace tiempo, el kirchnerismo más ideologizado intenta llevar a la práctica las ideas de Ernesto Laclau, su gurú más destacado, quien, por el privilegio de ser intelectual, siempre dice sin pelos en la lengua lo mismo que los funcionarios K dicen con pelos en la lengua.
En abril de este año Laclau sostuvo que: "Si uno quiere un proceso de cambio, necesariamente va a tener que alterar las formas institucionales vigentes. No alterarlas de una manera autoritaria ni antidemocrática, pero sí ponerlas en cuestión tal como existen".
Nadie tenía muy en claro qué quería decir Laclau, ya que con las "formas institucionales vigentes", sin cambiarlas en absoluto, el gobierno nacional no sólo pudo hacer todo lo que pretendió sino que hasta se está alzando con un triunfo presidencial por paliza.
O sea que las instituciones actuales no son ningún obstáculo si lo que el gobierno pretende es "profundizar" su modelo. A no ser que lo que se pretenda es lo que acaba de afirmar el mismo Laclau en el diario Página 12: "Me parece que una democracia real en Latinoamérica se basa en la reelección indefinida. Una vez que se construyó toda posibilidad de proceso de cambio en torno de cierto nombre, si ese nombre desaparece, el sistema se vuelve vulnerable".
Más claro, agua. Según este pensador de izquierda, en América Latina la democracia "real" depende de las personas y de su eternización en el poder, mientras que las instituciones deben adaptarse a esas personas porque sino "el poder se vuelve vulnerable". O sea, para que no sea vulnerable hay que hacerlo hegemónico, personalista y eterno.
Difícil encontrar, en nombre de la "profundización" de la democracia, una declaración teórica más desconfiada de la democracia en nuestros países y particularmente de sus habitantes, a los que supone incapacitados de sostenerla si no se someten a la voluntad omnímoda de un hombre (o mujer) providencial. Una rara izquierda "nacional" persuadida que los latinoamericanos no podemos tener instituciones fuertes por alguna especie de minusvalía cultural que sólo nos permite ser gobernados por monarcas reales disfrazados de presidentes formales.
El modelo constitucional alberdiano. A mediados del siglo XIX, Juan Bautista Alberdi también intuyó la fragilidad institucional argentina, por eso no propuso un sistema parlamentario de gobierno sino que eligió un presidencialismo atenuado con varios límites al mismo, de los cuales el principal era la no re-elección presidencial.
En la reforma constitucional de 1994, Raúl Alfonsín aceptó una sola reelección presidencial a cambio de varias cláusulas de control básicamente parlamentarias, de las cuales -a la fecha- la mayoría no se cumple y una que sí se cumple, como la del Jefe de Gabinete, no tiene nada que ver con su espíritu constitucional que propone un funcionario capaz de mediar entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo al poseer bastante autonomía de ambos. Por el contrario, en la práctica el Jefe de Gabinete termina siempre siendo el ministro más dependiente del Ejecutivo.
En fin, más allá de los logros de Alberdi y de los fracasos de Alfonsín, lo cierto es que ambos políticos, aceptando la inevitabilidad del presidencialismo cultural argentino, prefirieron ponerle límites al mismo más que cambiarlo por un parlamentarismo que suponían inaplicable. En cambio, el oficialismo actual pretende hacer del apoyo al parlamentarismo su coartada para transformar a nuestro ya fuerte presidencialismo, en uno inmensamente más fuerte.
Sintetizando, que el intento de reelección indefinida esté en la mente o en las intenciones de la señora Presidenta de la Nación es algo imposible de saber, pero que sí lo está en el núcleo ideológico central del kirchnerismo más auténtico, es algo fuera de dudas.