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Los que luchan... y los otros

* Por Víctor Ego Ducrot. Hoy, los que luchan son aquellos como la presidenta Cristina Fernández, para darle cada día mayor espesor a la inclusión ciudadana; y los que no lloran, sino que obstaculizan, son los de la corporación opositora.

En otro contexto histórico, en otro mundo, podríamos decir: el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti viajó a la Sierra Maestra para enterarse quiénes eran y qué pretendían aquellos barbudos que combatían contra el dictador Fulgensio Batista; y a su vuelta volcó sus experiencias y reflexiones en un libro que tituló Los que luchan y los que lloran.
En esta Argentina y en esta América de nuestros días –reitero, tan diferentes en condiciones objetivas y subjetivas, y en programas y aspiraciones, a las de las décadas de 1960 y 1970–, podríamos decir que los que luchan no son sólo los de siempre, los sujetos sociales organizados para una vida colectiva mejor, sino muchos de los gobiernos, de los dispositivos gubernamentales si prefieren, emergidos tras la crisis sin retorno del modelo neoliberal que siguió como paradigma y consecuencia de aquellos años de dictaduras y terrorismos de Estado.
Debido la inabordable cantidad y calidad de variables históricas que caracterizan a cada uno de los países de la región, sería absurdo, o al menos inconducente, establecer cierta especie de transformómetro o cambiómetro, que pueda establecer si las concreciones democráticas e inclusivas son más fuertes en la Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia o Uruguay, por ejemplo, y por sólo citar a los actores regionales más activos en los últimos años.
Esos artilugios de nada sirven si se aspira a un intento serio de comprensión de la realidad: cada uno de los países citados transitan sus propias experiencias, y desde sus propias memorias y experiencias.
Sin duda alguna, en orden a un catálogo de construcciones simbólicas y de políticas públicas tangibles, tan conocido como maltratado por las fuerzas corporativas y políticas del pasado de privilegios, el camino trazado en la Argentina desde 2003 a nuestra actualidad se inscribe entre las mejores realizaciones transformadoras, republicanas e inclusivas, y creadoras de ciudadanía concreta.
Frente a esa realidad, se ha dibujado el mapa que pretende expresar el título de este texto y la invocación del título del libro de un colega que fundó la agencia de noticias latinoamericana Prensa Latina y se animó, en aquel entonces, a poner en palabras, sin metáforas ni eufemismo alguno, un principio que, medio siglo después, en el marco del derecho a la información, se constata como eje de toda comunicación democrática: que el periodismo y los medios deben enunciar ante sus usuarios desde qué perspectiva ideológica y política narran la realidad que les preocupa, poniéndole fin a la era del encubrimiento; y fíjense ustedes –no sé si lo compartirán– que el reino absoluto del Grupo Clarín y de los medios hegemónicos comienza a trastabillar justamente cuando ese encubrimiento es puesto en evidencia por la práctica política plural, a la vez que la sociedad reclama los enunciados referidos, en un pedido, podríamos decir, de transparencia de la palabra mediática.
Hoy, en la Argentina, los que luchan son, en términos de estructuras de gobierno, aquellos como la presidenta Cristina Fernández, para darle cada día mayor espesor y densidad a la inclusión ciudadana; y los que no lloran, sino que obstaculizan, son los otros, los de la corporación opositora. Revisemos algunos ejemplos.
El oficialismo nacional abordó la apertura del calendario electoral apelando a una necesidad propia –proclamar en cada territorio el deseo de darle continuidad al proyecto inaugurado por Néstor Kirchner–, a una herramienta de consenso expresa –la cada día creciente popularidad de Cristina en todo el país–, y a un apego sin condiciones a la legalidad de los comicios, en definitiva a la soberanía de la voluntad popular, fuere cual fuere el resultado de la urnas.
Semejante ecuación dio como resultado una formidable irrupción: en Catamarca, el Frente para la Victoria se impuso contra todos los pronósticos; en Chubut, el cristinazo que marcha hacia octubre hizo que el ala de la corporación opositora autodenominado Peronismo Federal perdiese la chaveta y apelase al fraude; y el domingo pasado en Salta, tras la abrumadora victoria de Urtubey, los medios hegemónicos trataron de desdibujar una imagen con más impregnación que las de la Cueva de Altamira: los salteños le dieron otro triunfo a la presidenta.
Y si no, por favor prestémosle atención a las declaraciones de Urtubey difundidas ayer por Télam: "Voy a trabajar con todas las fuerzas para el triunfo del peronismo en las próximas elecciones y me gustaría que la candidata sea nuevamente Cristina Fernández de Kirchner... el trabajo que venimos llevando adelante ha sido posible gracias a un marco de políticas públicas nacionales, que han permitido que Salta pueda volver a soñar con el crecimiento económico y la posibilidad de la movilidad social con inclusión social...hoy, gracias al cambio que se experimentó en el país a partir del 2003 y a la profundización de esos cambios que estamos viviendo con el gobierno que conduce la presidenta Cristina, sin lugar a dudas esas formas de pensar ya no tienen espacios (se refirió a los sectores que enarbolaron las políticas neoliberales)".
Detengámonos en la Ciudad de Buenos Aires, en que el calendario electoral se sumó a los casos de Catamarca, Chubut y Salta, para revolver el avispero opositor, casi hasta la desesperación: los radicales de Alfonsín que se quieren rejuntar con el colombiano y con Felipe Solá, y entonces los del GEN y los socialistas al estilo Unión Democrática la emprenden con maldiciones; los superprogres Solanas y Lozano se acusan recíprocamente de haberse bajado el uno y el otro de sus postulaciones originales porque, se dicen entre ellos, que no les da el cuero; y los figurantes de Macri (¡Ay Macri!) comparecen ante las generosos cámaras de la TV oligopólica, sin que se les pueda entender bien lo que quieren expresar.
Pero reparemos en quien motivó el ¡ay! del párrafo anterior: seguí regalándole negocios al Grupo Clarín mientras se inaugura una fábrica de computadoras en Vicente López, que así te va a ir; dale el negocio de la custodia hospitalaria a la seguridad privada mientras el gobierno nacional teje políticas de seguridad federal en serio –con gran aceptación ciudadana–, que así te va a ir; dejá sin escuelas, salud y vivienda a los porteños mientras conduce al país el proyecto que más infraestructura social ejecutó en el último medio siglo, que así te va ir.
Aunque el problema no es cómo le vaya a Macri y al resto de la corporación opositora, sino lo peligrosos que se tornan, todos y cada uno de ellos, cuando naufragan en las aguas de la política democrática. Ya sabemos a lo que apeló siempre el país del privilegio; e insisto, deberíamos seguir con atención tanto encuentro entre esos ellos y los diplomáticos y paradiplomáticos a las órdenes de la Clinton y Valenzuela. ¡Ojo!