Sociedad
Los policías de la AFI de Macri que tocaban el timbre para ir a espiar
Espiaban con tanto entusiasmo que se espiaban entre ellos y lo contaban. Si hasta tenían un narco que trabajaba de espía y fue al juez a pedir protección.
Extraído de Clarín.
Las historias de espías tienen ese encanto de descubrir un mundo apasionante, desconocido para la gente común, siempre truculento y a menudo tenebroso. Un mundo de luchas por espacios de poder en las cumbres del poder, de sombras y de actores acostumbrados a operar en las sombras, de intrigas, soplones y traidores. Pero también un mundo en el que actores secundarios terminan desempeñando papeles centrales.
Algo y bastante de eso hay en una denuncia por narcotráfico que cayó en un juzgado de Lomas de Zamora y se convirtió en una investigación de espionaje político que entre otros protagonizan Cristina y Macri. La causa sigue en manos del juez Villena, designado por el macrismo y que ahora debe investigar a la AFI macrista de Arribas y Majdalani.
El primer actor secundario que ocupa un papel central es un jefe narco de la zona sur, Sergio Verdura Rodríguez. Arrancamos mal si le dicen Verdura porque no es ninguna verdura. Villena lo perseguía desde 2016 pero a Verdura lo perseguía otra casualidad: cada vez que lo iban a buscar y fuera con la fuerza policial que fuere, recién se había ido. Cualquiera imagina de dónde venían las casualidades. Abogado de por medio y miedo de por medio, Verdura se entregó armado como un ranger. Y entonces confesó: trabajo para la AFI.
Y más: dijo que lo contrataron (contrataron es una manera de decir) para poner una bomba en la casa de José Luis Vila, un cuadro histórico de Inteligencia del radicalismo. Lo raro es que a Verdura le dieron una dirección equivocada: Vila ya no vivía ahí. Y encima, estaba fuera del país. La barra de trotyl no estaba preparada para estallar. Por las cosas que hacen y por cómo las hacen, los servicios de inteligencia no derrochan ninguna inteligencia. En este caso, demos las gracias.
Verdura contó que el agente de la AFI que lo contrató fue Facundo Melo, al que conoció por un barrabrava preso por homicidio y compadre del Bebote Alvarez, jefe de la barra de Independiente también preso. Y dijo que le pidió a Melo protección para traficar drogas.
En esta historia el contratador Melo es otro actor secundario devenido en principal y ningún cuentapropista. Como agente de la AFI y abogado, defendió al dos de la barra de Independiente, Lagaronne, hoy preso, que denunció a Pablo Moyano y después se arrepintió. Melo recusó a Villena y presentó un hábeas corpus: fue rechazado. Cuando el juez allanó su casa y secuestró su celular, el equipo de operaciones secretas empezó a salir a la luz. Melo no había borrado su móvil y conversaba con otros espías por chat. El Superagente 86 no podía hacerlo peor.
Apareció el nombre de Leandro Araque y otro teléfono lleno de datos. Y además el de su mujer, Mecha Mansilla, también policía y en disponibilidad desde que desaparecieron de la caja fuerte de la oficina de cibercrimen y sin violentar US$ 60.000. Mansilla tenía su celular en el juzgado que investiga el robo. La mayor sorpresa la dio el propio Melo al confesar que era un espía dentro del equipo de espías: grababa las conversaciones con su jefe Alan Ruiz, que en estos días llevó a la tevé. ¿Tiene más audios para revelar?
Ruiz fue subcomisario en la Metropolitana y pasó por el ministerio de Seguridad antes de asumir como director de operaciones especiales. No se sabe quién lo puso. Sí se sabe que le gustaba revelar lo que hacía y por qué lo hacía. Y ante agentes que llegaban en comisión de otras fuerzas y que apenas conocía ¿Alguien se imagina a Jaime Stiusso haciendo eso? Dice que tenían que buscar cobertura “por una instancia judicial”, que su jefa Majdalani “no tenía en cuenta las partes administrativas” y que tuvo que armar “una ONG sin poner un peso”. ¿Por qué Majdalani no usaba la montaña de plata de los fondos reservados de la AFI para financiar las operaciones de la AFI? ¿En qué los usaba? Pagar a soplones con protección es el precio más caro que se puede pagar.
Con la Armada Brancaleone de Ruiz, la AFI corre las sábanas al espionaje macrista y muestra la degradación de una central de inteligencia que sigue siendo un rincón oscuro de la democracia. Funcionó con lógica casi de comisaría en operaciones multirubro: espiaban a Cristina y ex funcionarios kirchneristas presos, Moyano, el novio de la hermana de Macri, periodistas y políticos del Pro como Larreta, Santilli, Vidal y Ritondo. Y unos cuantos más. No se los puede acusar de parciales.
La historia judicial recién empieza. Puede seguir escribiéndose en Lomas, como quieren el juez Villena y Cristina, o mudarse a Comodoro Py, donde la mayoría cree debería estar.
En la comisión bicameral, que se supone vigila a los servicios, hay otra historia. Allí están ahora Moreau, Valdez, Tailhade y Parrilli, jefes operativos del cristinismo que no necesitan presentación ni adivinar para dónde llevan el caso: sentar a Macri en el banquillo para disciplinar a la oposición.
El kirchnerismo manejó doce años la SIDE que fue más espionaje y aprietes para la política que inteligencia para el Estado. Macri puso a Arribas, hombre nada que ver con la inteligencia y mucho que ver con el fútbol, y a Majdalani en la parte operativa, también sin credenciales salvo la recomendación de Nicolás Caputo. No debería extrañar cómo terminaron.
Cristina se olvida de lo que hicieron los espías kirchneristas y se tira sobre lo que hicieron los espías de Macri con el mismo objetivo que buscó con la vicepresidencia: lavar sus causas y liberarse de toda condena por corrupción.
Las historias de espías tienen ese encanto de descubrir un mundo apasionante, desconocido para la gente común, siempre truculento y a menudo tenebroso. Un mundo de luchas por espacios de poder en las cumbres del poder, de sombras y de actores acostumbrados a operar en las sombras, de intrigas, soplones y traidores. Pero también un mundo en el que actores secundarios terminan desempeñando papeles centrales.
Algo y bastante de eso hay en una denuncia por narcotráfico que cayó en un juzgado de Lomas de Zamora y se convirtió en una investigación de espionaje político que entre otros protagonizan Cristina y Macri. La causa sigue en manos del juez Villena, designado por el macrismo y que ahora debe investigar a la AFI macrista de Arribas y Majdalani.
El primer actor secundario que ocupa un papel central es un jefe narco de la zona sur, Sergio Verdura Rodríguez. Arrancamos mal si le dicen Verdura porque no es ninguna verdura. Villena lo perseguía desde 2016 pero a Verdura lo perseguía otra casualidad: cada vez que lo iban a buscar y fuera con la fuerza policial que fuere, recién se había ido. Cualquiera imagina de dónde venían las casualidades. Abogado de por medio y miedo de por medio, Verdura se entregó armado como un ranger. Y entonces confesó: trabajo para la AFI.
Y más: dijo que lo contrataron (contrataron es una manera de decir) para poner una bomba en la casa de José Luis Vila, un cuadro histórico de Inteligencia del radicalismo. Lo raro es que a Verdura le dieron una dirección equivocada: Vila ya no vivía ahí. Y encima, estaba fuera del país. La barra de trotyl no estaba preparada para estallar. Por las cosas que hacen y por cómo las hacen, los servicios de inteligencia no derrochan ninguna inteligencia. En este caso, demos las gracias.
Verdura contó que el agente de la AFI que lo contrató fue Facundo Melo, al que conoció por un barrabrava preso por homicidio y compadre del Bebote Alvarez, jefe de la barra de Independiente también preso. Y dijo que le pidió a Melo protección para traficar drogas.
En esta historia el contratador Melo es otro actor secundario devenido en principal y ningún cuentapropista. Como agente de la AFI y abogado, defendió al dos de la barra de Independiente, Lagaronne, hoy preso, que denunció a Pablo Moyano y después se arrepintió. Melo recusó a Villena y presentó un hábeas corpus: fue rechazado. Cuando el juez allanó su casa y secuestró su celular, el equipo de operaciones secretas empezó a salir a la luz. Melo no había borrado su móvil y conversaba con otros espías por chat. El Superagente 86 no podía hacerlo peor.
Apareció el nombre de Leandro Araque y otro teléfono lleno de datos. Y además el de su mujer, Mecha Mansilla, también policía y en disponibilidad desde que desaparecieron de la caja fuerte de la oficina de cibercrimen y sin violentar US$ 60.000. Mansilla tenía su celular en el juzgado que investiga el robo. La mayor sorpresa la dio el propio Melo al confesar que era un espía dentro del equipo de espías: grababa las conversaciones con su jefe Alan Ruiz, que en estos días llevó a la tevé. ¿Tiene más audios para revelar?
Ruiz fue subcomisario en la Metropolitana y pasó por el ministerio de Seguridad antes de asumir como director de operaciones especiales. No se sabe quién lo puso. Sí se sabe que le gustaba revelar lo que hacía y por qué lo hacía. Y ante agentes que llegaban en comisión de otras fuerzas y que apenas conocía ¿Alguien se imagina a Jaime Stiusso haciendo eso? Dice que tenían que buscar cobertura “por una instancia judicial”, que su jefa Majdalani “no tenía en cuenta las partes administrativas” y que tuvo que armar “una ONG sin poner un peso”. ¿Por qué Majdalani no usaba la montaña de plata de los fondos reservados de la AFI para financiar las operaciones de la AFI? ¿En qué los usaba? Pagar a soplones con protección es el precio más caro que se puede pagar.
Con la Armada Brancaleone de Ruiz, la AFI corre las sábanas al espionaje macrista y muestra la degradación de una central de inteligencia que sigue siendo un rincón oscuro de la democracia. Funcionó con lógica casi de comisaría en operaciones multirubro: espiaban a Cristina y ex funcionarios kirchneristas presos, Moyano, el novio de la hermana de Macri, periodistas y políticos del Pro como Larreta, Santilli, Vidal y Ritondo. Y unos cuantos más. No se los puede acusar de parciales.
La historia judicial recién empieza. Puede seguir escribiéndose en Lomas, como quieren el juez Villena y Cristina, o mudarse a Comodoro Py, donde la mayoría cree debería estar.
En la comisión bicameral, que se supone vigila a los servicios, hay otra historia. Allí están ahora Moreau, Valdez, Tailhade y Parrilli, jefes operativos del cristinismo que no necesitan presentación ni adivinar para dónde llevan el caso: sentar a Macri en el banquillo para disciplinar a la oposición.
El kirchnerismo manejó doce años la SIDE que fue más espionaje y aprietes para la política que inteligencia para el Estado. Macri puso a Arribas, hombre nada que ver con la inteligencia y mucho que ver con el fútbol, y a Majdalani en la parte operativa, también sin credenciales salvo la recomendación de Nicolás Caputo. No debería extrañar cómo terminaron.
Cristina se olvida de lo que hicieron los espías kirchneristas y se tira sobre lo que hicieron los espías de Macri con el mismo objetivo que buscó con la vicepresidencia: lavar sus causas y liberarse de toda condena por corrupción.
Dejá tu comentario