Los partidos frente al presidencialismo
*Por Aleardo F. Laría. Si analizamos la realidad política argentina a la luz de su dinámica institucional, comprobaremos cómo la disfuncionalidad del régimen presidencialista se abate sobre los débiles partidos políticos de la oposición.
Si los candidatos del arco opositor al gobierno se han trenzado en interminables querellas personales, la explicación reside en que no tienen incentivos para hacer algo diferente. Se ven envueltos en una dinámica en la que el desprestigio de sus rivales forma parte de un juego donde hay un único ganador.
En el sistema presidencialista toda la energía de los partidos que se disputan el poder está puesta en ganar el "premio mayor" de la presidencia. El que lo obtiene puede repartir generosas recompensas entre sus seguidores, designando desde ministros hasta porteros en las escuelas. Los partidos que pierden la elección general, en cambio, quedan fuera de juego por cuatro años, hasta la siguiente confrontación electoral y a sus dirigentes sólo les queda el recurso de hacer alguna que otra urticante declaración a la prensa.
Justamente, éste es uno de los problemas que los especialistas asignan al presidencialismo: implica un juego de suma cero. El poder se concentra en un cargo unipersonal y, por consiguiente, no puede compartirse ni repartirse. En los sistemas parlamentarios, por el contrario, el primer ministro es designado por el Parlamento, generalmente como fruto de una coalición de fuerzas políticas.
Los programas se pactan y los cargos en el gabinete de ministros se asignan entre las fuerzas coaligadas. Por consiguiente, el poder puede ser repartido.
Otra grave consecuencia del presidencialismo es que los dirigentes que compitieron por el primer puesto del gobierno nacional quedan fuera del Congreso y deben retirarse a "cuarteles de invierno".
La ausencia de Binner, por ejemplo, en el caso de no resultar elegido, conspira contra la necesidad de dotar a su emergente fuerza política del necesario protagonismo que tendría su líder si permaneciera en el Congreso. Algo parecido le sucedió a Elisa Carrió, con los resultados conocidos.
En los sistemas parlamentarios, en cambio, el "perdedor" ha sido elegido previamente diputado y pasa a desempeñar el rol de "jefe de la oposición". De este modo tiene la oportunidad de zarandear al primer ministro con sus preguntas durante cada una de las semanas del período de sesiones, y de ese modo sigue firmemente instalado en el escenario político.
En el marco de un sistema parlamentario, todos los candidatos de los partidos del arco opositor resultarían electos diputados. En consecuencia los incentivos operan para que pensando en cerrar eventuales alianzas en el Parlamento, se cuiden las formas y se evite durante la campaña electoral producir heridas que pudieran luego frustrar esos acuerdos.
Inclusive, en un marco pluripartidista como el actual, de partidos débiles y poco estructurados, tampoco nadie tendría garantizado de antemano el resultado de la elección parlamentaria.
Existe general coincidencia en que los partidos políticos argentinos no se han recuperado de la crisis vivida en el 2001. Las idas y venidas de los dirigentes y las alianzas tan versátiles que se han tejido, señalan que la vida de los partidos gira actualmente alrededor de algunas personalidades mediáticas, pero no hay estructuras sólidas ni proyectos estratégicos que los respalden.
De este juicio tampoco se salva la peculiar coalición que ocupa el poder, una "suspensión coloidal" según la afortunada expresión de Ricardo Sidicaro, para referirse a un medio fluido donde flotan partículas sólidas sin establecerse contacto orgánico entre sí. Si alguien considera este juicio exagerado, puede encontrar una prueba en la colorida nota que el "compañero" Verbitsky le dirige al "compañero" Soria en "Página 12" del domingo pasado.
El problema es que el juego extremadamente competitivo que incentiva el presidencialismo no favorece el juego de alianzas necesario para que se pueda recomponer el sistema de partidos políticos. El único intento que apunta a conformar una fuerza política renovadora es el que encabeza actualmente Hermes Binner. Pero la prematura e incomprensible ruptura provocada por Pino Solanas prueba la enorme dificultad de la empresa.
El debilitamiento de los partidos políticos argentinos es la consecuencia de múltiples factores, entre ellos la distancia que la sociedad ha establecido con la clase política a partir de la crisis del 2001. Pero los incentivos que ofrece el sistema presidencialista conspiran contra la urgente necesidad de recomponer la estructura de los partidos.
Y está bastante claro, a los ojos de todo el mundo, que los personalismos no son sustitutos adecuados que permitan llenar el inmenso vacío que en una democracia provoca la ausencia o extrema debilidad de los partidos.