Los pactos con el demonio
Por Aleardo F. Laría* El cuidado lenguaje de la cancillería argentina para evitar una condena directa y explícita al gobierno libio no ha causado demasiada sorpresa.
Como lo prueban las adhesiones incondicionales al coronel Gadafi por parte del arco bolivariano (Venezuela, Cuba y Nicaragua), cuando se trata de juzgar la política de derechos humanos en las naciones antiimperialistas, la izquierda populista latinoamericana termina enredada en sus propias contradicciones. La dificultad cognitiva de la izquierda radical para asumir que líderes originalmente revolucionarios o antiimperialistas -como el caso del coronel Gadafi o Fidel Castro- se hayan transformado en dictadores anacrónicos, capaces de dirigir el fuego de los aviones contra su propio pueblo, es consecuencia de haberlos investido de poderes sobrenaturales.
La entrega apasionada de esos líderes, que arriesgaron inclusive sus vidas por unas causas que contaban con una cierta legitimidad de origen, impide percibir la pérdida paulatina de legitimidad que han ido sufriendo en el ejercicio despótico del poder. Después de 40 ó 50 años de permanencia continuada en el poder, ni las circunstancias sociales son las mismas, ni los líderes conservan el aura original, ni los pueblos mantienen intacto el crédito que abrieron cuando alguien se ofreció a abrirles las puertas del Paraíso.
Es notorio el fracaso de estos dirigentes en conseguir la modernización y el progreso en los países que administran, de modo que los actuales deseos populares de desprenderse de esas rémoras y barajar otras alternativas son comprensibles y legítimos.Max Weber describió como personalidades daimónicas aquellas que eran poseedoras de un gran atractivo carismático. Los daimon eran divinidades primitivas que marcaban el destino de algunas personas que podían oír una voz profética interior, proveniente de un poder superior, que les indicaba el camino correcto. Esta unción favorecía la entrega apasionada al dios o demonio que regía la causa política en la que comprometían su voluntad de poder.Estas personalidades carismáticas ejercían un verdadero atractivo sobre los hombres y podían arrastrar tras de sí a grandes masas detrás de sus ideales. Weber consideraba que estos individuos eran la expresión de una concepción donde la política alcanzaba el valor de un pacto con el diablo. Se refería así, de modo metafórico, al pacto de Fausto con el demonio que, en la parábola de Goethe, acuerda que "todo lo que está repartido en la humanidad entera pueda yo experimentarlo en lo más íntimo de mi ser".Frente a la búsqueda incesante del ideal de una humanidad bella, Weber sugiere renunciar a la universalidad fáustica de lo humano y propone que los políticos se dediquen sencillamente a atender las "exigencias de cada día". En su ensayo 'La política como vocación' advierte que "quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando". La izquierda que conserva inalterables los esquemas binarios con los que descifraba los hechos políticos en el período de la "Guerra Fría", mantiene, frente a los últimos acontecimientos, la mirada propia de un niño.
En la visión maniquea de un mundo dividido entre el imperialismo (reino del Mal) y los países que lo enfrentan (representantes absolutos del Bien) no cabe imaginar que los aliados se equivoquen (y si lo hacen, cabe siempre pensar que sus errores no alteran la pureza de sus ideales que, en el fondo, son también los nuestros).La defensa irrestricta de los derechos humanos, sin especulaciones ni cálculos oportunistas de ningún tipo, rompe, de modo transversal, con ese esquema binario. Frente a las violaciones flagrantes de esos derechos, provengan de dictaduras de izquierda o de derecha, sólo cabe asumir su defensa integral y sin matices.
La plausible expansión del campo de esos derechos supone no sólo defender el derecho a la vida y condenar todas las formas de vejación, sino también reivindicar los derechos sociales a una vida digna y los derechos políticos a poder elegir y revocar el mandato de los gobernantes.De este modo, la rebelión popular que conmociona al mundo árabe, podría tener también consecuencias políticas inesperadas en nuestro ámbito. Es posible que contribuya a renovar los marcos mentales de un sector de la izquierda que todavía permanece afectivamente atada a ciertos líderes providenciales que creen haber celebrado un pacto fáustico con Dios o con el diablo.
Lo paradójico es ver a cierto progresismo abonado a la idea de un poder de origen divino, encarnado en una figura humana, que fue también el mito popular subyacente que posibilitó la permanencia secular de las monarquías absolutas.