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Los números mágicos

Nuestro país sigue careciendo de credibilidad en materia de inversiones extranjeras directas IED, indispensables en la actual economía mundial para un crecimiento sustentable.

Argentina sigue siendo, desde el punto de vista de las relaciones económicas internacionales, un país relativamente confiable. De poco, muy poco, sirven las giras presidenciales y de los ministros nacionales en procura de aumentar las inversiones extranjeras directas (IED). En realidad, cuanto más intentan estimularlas, menos convincentes resultan.

Todavía no parecen advertir que el optimismo voluntario y la realidad siguen en la Argentina caminos divergentes y el de la realidad lleva invariablemente hacia un escenario de creciente deterioro. Los más de 50 mil millones de dólares de reservas representan una fortaleza, pero sólo en el frente interno. En lo externo, es una suma ridícula; basta con considerar los siderales movimientos globales de activos líquidos que se realizaron –y no cesan aún– para paliar los efectos del estallido de la burbuja inmobiliaria.

Perduran dos factores que inducen a eventuales inversores a postergar la toma de decisiones; ambos de orden interno y negados de manera sistemática por las autoridades nacionales.

El primero de ellos es, naturalmente, el incontenible proceso inflacionario (en torno del 25 por ciento anual) y la sobrevaluación del peso, que lleva al país de regreso a los años negros de la convertibilidad. Nadie arriesga capitales que puedan ser devorados por un tembladeral. El segundo es un compuesto bastante tóxico, elaborado con la incautación de capitales cuando ya no resultan suficientes el superávit comercial, los recursos de las ex administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones y los de los organismos públicos, entre otros.

El superávit gemelo pertenece al pasado, porque la disciplina fiscal fue sacrificada en el altar de la eternización en el poder. Agréguese el interminable problema del endeudamiento con el Club de París y la renovada fuga de capitales, que superaría los cinco mil millones de dólares en el primer cuatrimestre del año.

No puede sorprender, entonces, el constante retroceso en las estadísticas de IED en Latinoamérica. Según el informe anual de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), durante 2010 se cayó al sexto lugar por el monto de capitales productivos recibidos. De los 112.600 millones de dólares que afluyeron a la región, Brasil recibió 48.500 millones; México, perturbado profundamente por el narcotráfico, tuvo el volumen más bajo de los últimos 35 años y está a punto de perder el segundo lugar a manos de Chile. Perú avanzó de modo notable y pasó del sexto al cuarto lugar, mientras que la Argentina, que históricamente ostentaba el tercer puesto, cayó al sexto, con 6.195 millones (5,5 por ciento del total), tras ser superada por Colombia.

La magia de los números oficiales sólo sirve para consumo interno. Fuera de nuestras fronteras sólo crece la incertidumbre sobre el verdadero resultado de la actual política económica.