Los nuevos cortesanos
*Por Hector Ghiretti. El autor sostiene que en el gobierno nacional se han ido sustituyendo los expertos y técnicos por militantes cortesanos, que asumen no por el talento sino por la fidelidad a la "corona".
No iniciaría esta nota con tantas citas si no fuera porque es resultado directo de las lecturas realizadas durante las vacaciones. Me llevé a la playa un breve estudio sobre la teoría de las élites políticas, que había comenzado a leer hacía tiempo.
Allí encontré referencias de un autor casi olvidado: James Burnham vaticinaba en 1941 que se produciría una "revolución de los directores" y que el gobierno de las comunidades políticas caería en manos de managers, ejecutivos, técnicos y especialistas.
En paralelo leí de un tirón una vieja biografía de Winston Churchill escrita por C. Lewis Baird, aparecida un año antes de que Burnham publicara su libro. Se trata de una obra de evidente carácter propagandístico, con el objeto de reforzar la idea de que Churchill era el político más capacitado para conducir victoriosamente a Gran Bretaña en su hora más difícil: la guerra contra el Eje.
Más allá del tono entusiasta del libro puede verse la formación progresiva de un hombre de Estado desde su juventud, una persistente voluntad y una inteligencia reflexiva y curiosa que vuelca su experiencia en crónicas y análisis críticos; una vocación política que no se arredra ante rotundos reveses y que busca en todo momento servir a su país, desde los teatros de guerra coloniales al Parlamento, desde lo más alto de la conducción militar del Almirantazgo hasta el barro de las trincheras (y viceversa).
Churchill fue un político dotado de un saludable espíritu deportivo, que asumió con actitud positiva las derrotas y las convirtió, con el tiempo, en éxitos fundados en la experiencia.
Fue uno de los últimos grandes líderes mundiales capaces de mostrar condiciones de estadista: visión integral y penetrante en el tiempo, perspectiva analítica y capacidad de síntesis, voluntad constante y aptitudes de flexibilidad y adaptación.
Es importante resaltar esta capacidad sintética del hombre político: no se puede orientar la acción en el sentido correcto si no se es capaz de componer una perspectiva lo más completa posible de condiciones, recursos, dinámica, objetivos, fortalezas, oportunidades, debilidades, amenazas.
No obstante, la complejidad y sofisticación del mundo contemporáneo ha hecho cada vez más necesaria la constitución de equipos de gobierno compuestos por especialistas, dotados de formación académica y de experiencia suficiente en el plano de la comprensión y de la toma de decisiones en su área.
Desde hace tiempo, la relación entre el gobernante y sus asistentes no se reduce al mero consejo, sino a la articulación de líneas de acción complementarias dentro de una política común. Hoy, los grandes políticos no pueden prescindir del concurso de expertos que dominen, cada uno en su ámbito, el amplio espectro de la acción del Estado.
Naturalmente, la presencia y la actividad de expertos en el gobierno no son garantía de una buena marcha de los asuntos públicos.
Tenemos en nuestro país ejemplos bien ilustrativos al respecto.
Uno es la política económica, a menudo confiada a técnicos y especialistas formados en centros académicos prestigiosos, que han oficiado de aprendices de brujos y no han vacilado en practicar experimentos ruinosos, con altísimos costos para el bienestar y el desarrollo, desde Raúl Prebisch a Domingo Cavallo.
Otro es la política educativa, cuyo núcleo duro de funcionarios y dirigentes se ha mantenido sin modificaciones sustanciales (más allá de los inevitables relevos) desde el retorno de las instituciones democráticas y cuyo rotundo fracaso acumulativo durante tres décadas no parece mover a nadie a plantear una sustitución radical.
Si en materia económica han sido fatales los experimentos y los golpes violentos de timón, en materia educativa la continuidad inalterada de orientaciones equivocadas ha causado estragos no menos dolorosos. En cualquier caso, la responsabilidad recae sobre los malos expertos.
Aquellas lecturas de verano me llevaron a preguntarme por la calidad de nuestra clase política. ¿Cuál es el tipo de líder que predomina en los elencos del gobierno nacional? Existen algunas clasificaciones muy completas y útiles. La combinación de los esquemas propuestos por Munro, Kent y Lasswell permite distinguir varios tipos diferentes: el caudillo, el líder democrático o compromisario (sic), el funcionario o burócrata, el diplomático, el reformador, el agitador y el teórico.
Si se observa la composición actual del gabinete de ministros, resulta difícil encontrar alguno de los tipos antes enumerados. ¿Qué quiere decir? ¿Acaso se trata de líderes tan particulares que no entran en la tipología adoptada? ¿O quizá sea que simplemente no lo son en absoluto? Ya desearía uno que las tesis de Burnham se hubieran verificado en mayor medida en la Argentina. Ya quisiéramos poder augurar en el escenario político la aparición de estadistas como Churchill.
Desde los últimos años del gobierno de Kirchner, los especialistas comenzaron a dejar el gobierno. No es que tuvieran una presencia demasiado relevante, pero los pocos que había se terminaron yendo, por voluntad propia o ajena. En su lugar, el difunto ex presidente apeló a lo que se denomina en algunas culturas políticas "cuadros", que es una palabra de origen militar para denominar a los militantes.
La aparente debilidad de la presidente Fernández respecto de su antecesor, el riesgo de perder el control del gobierno, hizo que la práctica se generalizara, y que los militantes, sin más antecedentes que la lealtad y la sumisión a las directivas superiores, coparan el gabinete.
En el marco de un catastrófico descenso de la calidad y definición de las políticas de Estado y la general intrascendencia de los miembros del gabinete, la única razón por la que los ministros son noticia son los groseros errores y notorias torpezas, como las del canciller Timerman, la imprudencia verborrágica de Aníbal Fernández o la ineptitud itinerante de Nilda Garré.
Más sorprendente resulta la presencia en el gobierno de lo que podrían llamarse "militantes de última hora", como es el caso del ex liberal ex ucedeísta Boudou, más peligroso que mono con ametralladora provista por el presupuesto nacional.
La democracia termina reproduciendo así, como acertadamente ha observado Rafael Alvira, los modos de las cortes de los reyes de antaño, que se rodeaban de consejeros, funcionarios y asistentes que sólo tenían como mérito los títulos nobiliarios, concedidos en muchas ocasiones por el propio monarca. La autorreferencialidad, la indolencia y la ignorancia marcaron su destino trágico. Así les fue. Así nos va.