Los más violentos de Latinoamérica
A lo mejor podrían distinguirse dos categorías de violencia social: aquella que pudiera verse como fermento de un nuevo orden aunque difícil de entrever por ahora, y la otra, detrás de la cual no hubiera ninguna dirección, por ilegible que fuera, y que aparece sólo como un estado de estrepitosa caída, de ocaso de ojos ciegos -y ni de ojos siquiera- hacia un destino superador.
En ambos casos, campea la misma brutalidad, el mismo desprecio por el otro, el mismo gusto morboso por la destrucción.
¿Cómo saber de qué signo es el estado de agresión presente, que asfixia en los ámbitos de la política, en los de la educación, en los del trabajo, en los del deporte, en los de la diversión en general y hasta en el territorio más privado e influyente que es el familiar?
Podría aventurarse que no haría falta detenerse en el análisis de cada uno de los escenarios conflictivos para lograr un dictamen no meramente arbitrario acerca de la situación de la sociedad en general, pues la conmoción violenta es patente, como se ha dicho ya, en todos los sectores de la actividad y de la vida en común, por lo cual, poner la lupa sobre alguno de ellos es ponerla al mismo tiempo, sobre todos, si se presta atención a lo sustancial.
Un reciente informe de la UNESCO sobre la violencia en las aulas de 16 países latinoamericanos, sentencia que en materia de insultos, amenazas y agresiones entre pares, la Argentina está a la cabeza de la tabla, lo que no es revelación de esas que pudiesen estimarse proveedoras de conocimiento superfluo, sino de verdadera brasa sobre la que habría que trabajar hasta "desangrarla" del todo.
El informe, difundido por "Nación" del jueves, indica que la investigación se realizó entre 2005 y 2009 en 2.969 escuelas, 3.903 aulas y 91.123 estudiantes de sexto grado de la Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay. Datos más específicos dan cuenta de que la Argentina no tiene rival en lo que respecta a insultos y amenazas y de que es uno de los cinco países -y el primero de eso cinco- por incidentes de violencia física.
En verdad, los argentinos están familiarizados con los casos de agresiones entre pares de una misma escuela o de escuelas distintas, muchas veces de episodios de suma gravedad, sobre todo entre estudiantes del nivel secundario, no contemplados por la UNESCO.
Hasta para un especialista sería arduo establecer a cuál de las dos categorías sugeridas al comienzo corresponde la violencia escolar argentina. Cierta lógica elementalísima diría que a la primera, porque hay inquietud frente al problema y esto permite aguardar terapias que la contengan y reduzcan a niveles "aceptables" y reorienten una energía que ahora no tiene otro delta que la pura explosión.
Pero habría que cambiar de opinión si se supiera que no hay voluntad de humanizar la educación, de recuperar los valores, de atenuar la tendencia fuertemente competitiva que se ha llevado al mundo educativo, de no poner la búsqueda del éxito personal por encima y a expensas del bien común, de no quedarse con la simple didáctica y reinstalar la pedagogía, desterrada desde hace mucho por la intromisión de saberes que nunca debieron dejar de ser auxiliares de la educación.
Según la UNESCO, entre 16 países de América Latina, la Argentina tiene los más altos porcentajes de violencia escolar.