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Los límites de una democracia imperfecta

*Por Rodolfo Terragno. Llevamos 27 años de democracia y, todavía, nuestro comportamiento exhibe rasgos antirrepublicanos.

Alergia a las elecciones internas.

El voto de los afiliados es, en todo partido democrático, imprescindible; pero algunos críticos juzgan que los comicios internos son, en el mejor de los casos, innecesarios. Prefieren que cada partido vaya, a las elecciones generales, con un "candidato natural". O con el designado, a dedo, por algún Gran Jefe. O con el que decida, "por consenso", un grupo de caciques partidarios.

La elección de Presidente es el gran banquete de la democracia.

No se lo puede reducir a un par de comidas congeladas. Mucho menos ahora, cuando las primarias abiertas y simultáneas -fiscalizadas por la Junta Electoral- perfeccionarán las internas. Eso, sin embargo, no acalla las voces disonantes. Hay quienes objetan que el voto es obligatorio. La objeción demuestra que no se comprende el propósito de las primarias: que el país entero haga de jurado en el casting de candidatos.

Psicología vs. política.

Para no errar, debemos estar preparados. La mayoría tiene, en democracia, un derecho supremo: nadie puede sobrepasar su voluntad.

Si se equivoca -y puede hacerlo, porque es la suma de individuos falibles- la corrección se hará en las urnas.

Conviene, eso sí, prevenir equivocaciones. Un primer paso es prestar más atención a los planes y equipos de un candidato, más que a sus rasgos psicológicos aparentes : fuerte o débil, carismático o distante, creíble o inescrutable. No es que las personalidades sean irrelevantes. Sólo el criterio psicológico no debe hipertrofiar.

La democracia no es un concurso de simpatía . Al mirar a cualquiera que aspire a llevar las riendas, hay que imaginar cómo cabalgaría.

Alianzas electorales: que sí, que no.

La gente se queja de la fragmentación política. Quiere que los políticos "se unan" y "tiren para adelante". Detesta el egoísmo y la vanidad de aquellos que se aíslan. Pero, si varios líderes aúnan fuerzas, muchos se vuelven críticos: rechazan que tal o cual dirigente o partido forme parte del acuerdo.

Convertir a la Argentina en una democracia parlamentaria -como pretenden algunos politólogos- exasperaría a la mayor parte de los ciudadanos.

En ese sistema, al Primer Ministro lo eligen los diputados. Cuando un partido victorioso no tiene la mayoría absoluta en el Parlamento, no puede formar un gobierno. Su única alternativa es negociar una alianza y repartir cargos. Entre 2005 y 2009 Alemania fue gobernada por una coalición que integraban la Unión Demócrata Cristiana (UDC), de centro-derecha, y su tradicional enemigo: el Partido Social Demócrata, de centro-izquierda. También participó de ella el FDP, un partido liberal que promueve la economía de mercado. En 2009, la UDC se alió con el contestatario partido verde, antiguo promotor de la "desobediencia civil", que en 1998 había hecho alianza con los socialistas. En cada uno de esos casos, la respectiva coalición acordó un plan mínimo para un período de gobierno. No abandonaron sus ideologías. No perdieron identidad. No se comprometieron a una unión permanente. Aquí, acuerdos semejantes se reputarían adulterinos; y el reparto sería considerado una miserable componenda . Como si hubiera que optar por gobiernos frágiles -y la consiguiente inestabilidad política- con tal de evitar las concesiones mutuas, que son la base de cualquier acuerdo, sea político o no.

Que se bajen, que no se bajen.

La proliferación de candidatos irrita a muchos. "Es un festival de vanidades", repiten, y reclaman que algunos desistan. No obstante, cuando alguien lo hace, se oye hablar de "deserción" y no faltan quienes se sienten "desilusionados" o "defraudados".

En 2008, en los Estados Unidos, el Partido Demócrata tuvo once precandidatos a la Presidencia.

Tres desistieron antes de las primarias. De los ocho que iniciaron la carrera, seis fueron abandonando de a uno. La competencia se redujo por fin a dos contendientes: Barak Obama y Hillary Clinton. Algo semejante ocurrió en el Partido Republicano. Que haya muchos postulantes es visto, en los Estados Unidos, como un signo de salud democrática. Algunos, por supuesto, no irán hasta el fin, pero la decantación también se considera saludable.

Propuestas vacías.

El verdadero problema no son las internas, ni las alianzas ni las carreras en las cuales largan muchos y terminan pocos.

La principal falla de la democracia argentina es la falta de ideas.

Un catálogo de buenos deseos no es un programa. La mera invocación de principios, tampoco.

Debería reservarse la palabra "propuestas" para planes que indican el "qué y cómo". Lo instrumental es, siempre, el meollo de un proyecto. Quien desconoce las herramientas a emplear, no puede prometer nada. No siempre se lo entiende. Hay algunos medios de comunicación más interesados en las riñas que en los planes. Al público, en general, le aburren las explicaciones "técnicas". Si un candidato cae en ellas, mucha gente cambia de canal.

Para que crezca la esperanza . Es contra esa vaciedad y desidia que debemos luchar. Las internas cobran mayor sentido cuando los contrincantes tienen, cada uno, propuestas que merecen ese nombre.

Las alianzas son nobles cuando se asientan en propuestas cuidadosas y compartidas.

La pluralidad de candidatos es auspiciosa cuando cada uno sabe (o cree saber) cómo se llega a destino. Comprenderlo requiere un esfuerzo.

Gobernantes y gobernados debemos extender nuestra cultura democrática. Una democracia se vuelve fuerte cuando deja atrás los prejuicios, las riñas y la desmesura. Cuando se fija metas y comprende que, para alcanzarlas, hace falta la unión de fuerzas disímiles. Una unión que permita mantener, a través del tiempo, algunas políticas cardinales para promover el desarrollo económico y la justa distribución del ingreso.