Los Juegos fueron mal negocio para la sociedad
* Por Claudio Tamburrini. La Argentina obtuvo pocas medallas, pero eso no es central. Lo importante es discutir si el Estado debe invertir en la formación de deportistas de élite, quitando recursos a otras áreas quizá más vitales.
Nota extraída del diario "Clarín"
Los XXX Juegos Olímpicos modernos han llegado a su fin en Londres. Argentina cerró su medallero olímpico con cuatro preseas, de las cuales una sola fue dorada.
En términos estrictamente deportivos, no es mucho. Pero el análisis a realizar debe trascender el mero recuento de medallas.
¿Es defendible participar masivamente en un certamen deportivo cuyo nivel de competencia es prácticamente inalcanzable para la gran mayoría de nuestros atletas? Este cuestionamiento nos lleva en última instancia a reflexionar sobre el rol del Estado en el deporte de alta competencia .
"El deporte es salud", suele decirse. En consecuencia, algunos defienden la utilización de recursos provenientes del erario público para generar deportistas de alto nivel argumentando que, de esa manera, se promueve la salud de la población. Pero, por el contrario, el deporte de alta competencia es nocivo para la salud de quien lo ejerce.
Las exigencias físicas a las que son expuestos los cuerpos de los atletas de élite causan diversas lesiones, a veces incluso secuelas duraderas, que convierten al deporte de alta competencia en una actividad de riesgo. La creencia generalizada de que el deporte es salud se condice en cambio con el deporte recreativo, cuyo bajo nivel de exigencia física es propicio para el cuerpo del deportista.
Otra argumento en favor de la participación del Estado en la producción de estrellas del deporte destaca en cambio el rol de los atletas de élite como modelos sociales, sobre todo para las generaciones jóvenes . Esta posición podría incluso ser defendida desde una perspectiva de género: es un hecho positivo para toda la sociedad, no sólo para la comunidad deportiva, que las mujeres accedan al estrellato deportivo y gocen de la misma cobertura mediática y remuneraciones que los atletas varones. En otras palabras, la presea de plata de Las Leonas en Londres genera en las niñas la voluntad y el deseo de emular sus triunfos, originando así un mercado deportivo más equitativo desde el punto de vista de género. ¿No debería el Estado apuntalar tal proceso contribuyendo financieramente a que continúen surgiendo nuevos atletas?
Es posible que haya un grano de verdad en esta posición. Pero en primer lugar, como se ha comprobado tantas veces, no todos los deportistas que surgen en el firmamento estelar del deporte terminan siendo modelos positivos para la juventud . Cabe además preguntarse si no se generarían modelos sociales aún más útiles para las nuevas generaciones apoyando otro tipo de actividad que el deporte de alta competencia. ¿No debería el Estado utilizar los recursos invertidos en los deportistas de élite para promover y difundir el trabajo de científicos, médicos, enfermeras, de los trabajadores en general que construyen el país diariamente en el anonimato de sus tareas? Y en relación a la perspectiva de género, si bien es positivo producir más Leonas o gimnastas femeninas, sería aún mejor diversificar los roles genéricos tradicionales en el mundo del deporte.
Los varones siguen todavía dedicándose a los deportes en los que prevalece la fuerza, mientras que las mujeres eligen las disciplinas en donde el equilibrio y el ritmo son decisivos. Una política de género radical y consecuente debería apuntar a producir más varones que se dediquen a deportes tradicionalmente femeninos y más mujeres que elijan, por ejemplo, fútbol, básquet, rugby, boxeo y lucha como especialidad. El argumento de los modelos sociales recomienda invertir los recursos del Estado en modificar los estereotipos genéricos vigentes en el mercado del deporte , en vez de reafirmarlos reproduciendo los perfiles genéricos tradicionales.
Finalmente, se podría argumentar en favor de la participación estatal en el deporte de alta competencia sosteniendo la responsabilidad de las autoridades por la administración de los asuntos de la sociedad. Como es sabido, distintas ideologías políticas adjudican un rol diferente al Estado en materia de participación en la vida económica y empresarial. Tal vez sea razonable afirmar que el Estado debe constituirse en principal responsable en ciertas áreas fundamentales para la vida de los ciudadanos, dejando otras más abiertas a la iniciativa privada . Pero aún si se creyera que la producción de salud, educación, materias primas estratégicas, etc., debe ser responsabilidad del Estado, es mucho más difícil argumentar que las autoridades deban contribuir directamente a producir un nuevo Messi o a impulsar el recambio de la generación dorada del básquet masculino. A pesar de todas sus fallas, el mercado del deporte se ha mostrado eficiente al momento de producir deportistas de élite y espectáculos deportivos que atraigan al público consumidor.
Las autoridades deben ejercer un rol supervisor de esa actividad privada, como en muchas otras áreas de la sociedad. Pero un simple cálculo matemático sugiere que invertir recursos públicos -por ejemplo, el presupuesto annual de entre 120 y 140 millones de pesos asignado en Argentina al ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo)- en producir atletas de élite implica restar esos mismos recursos a otras áreas sociales con necesidades más importantes y más urgentes.
Los participación argentina en los Juegos Olímpicos de Londres despertó, como en ocasiones anteriores, el interés de la gente. Pero los Juegos fueron, como siempre, un mal negocio para la sociedad.
Los XXX Juegos Olímpicos modernos han llegado a su fin en Londres. Argentina cerró su medallero olímpico con cuatro preseas, de las cuales una sola fue dorada.
En términos estrictamente deportivos, no es mucho. Pero el análisis a realizar debe trascender el mero recuento de medallas.
¿Es defendible participar masivamente en un certamen deportivo cuyo nivel de competencia es prácticamente inalcanzable para la gran mayoría de nuestros atletas? Este cuestionamiento nos lleva en última instancia a reflexionar sobre el rol del Estado en el deporte de alta competencia .
"El deporte es salud", suele decirse. En consecuencia, algunos defienden la utilización de recursos provenientes del erario público para generar deportistas de alto nivel argumentando que, de esa manera, se promueve la salud de la población. Pero, por el contrario, el deporte de alta competencia es nocivo para la salud de quien lo ejerce.
Las exigencias físicas a las que son expuestos los cuerpos de los atletas de élite causan diversas lesiones, a veces incluso secuelas duraderas, que convierten al deporte de alta competencia en una actividad de riesgo. La creencia generalizada de que el deporte es salud se condice en cambio con el deporte recreativo, cuyo bajo nivel de exigencia física es propicio para el cuerpo del deportista.
Otra argumento en favor de la participación del Estado en la producción de estrellas del deporte destaca en cambio el rol de los atletas de élite como modelos sociales, sobre todo para las generaciones jóvenes . Esta posición podría incluso ser defendida desde una perspectiva de género: es un hecho positivo para toda la sociedad, no sólo para la comunidad deportiva, que las mujeres accedan al estrellato deportivo y gocen de la misma cobertura mediática y remuneraciones que los atletas varones. En otras palabras, la presea de plata de Las Leonas en Londres genera en las niñas la voluntad y el deseo de emular sus triunfos, originando así un mercado deportivo más equitativo desde el punto de vista de género. ¿No debería el Estado apuntalar tal proceso contribuyendo financieramente a que continúen surgiendo nuevos atletas?
Es posible que haya un grano de verdad en esta posición. Pero en primer lugar, como se ha comprobado tantas veces, no todos los deportistas que surgen en el firmamento estelar del deporte terminan siendo modelos positivos para la juventud . Cabe además preguntarse si no se generarían modelos sociales aún más útiles para las nuevas generaciones apoyando otro tipo de actividad que el deporte de alta competencia. ¿No debería el Estado utilizar los recursos invertidos en los deportistas de élite para promover y difundir el trabajo de científicos, médicos, enfermeras, de los trabajadores en general que construyen el país diariamente en el anonimato de sus tareas? Y en relación a la perspectiva de género, si bien es positivo producir más Leonas o gimnastas femeninas, sería aún mejor diversificar los roles genéricos tradicionales en el mundo del deporte.
Los varones siguen todavía dedicándose a los deportes en los que prevalece la fuerza, mientras que las mujeres eligen las disciplinas en donde el equilibrio y el ritmo son decisivos. Una política de género radical y consecuente debería apuntar a producir más varones que se dediquen a deportes tradicionalmente femeninos y más mujeres que elijan, por ejemplo, fútbol, básquet, rugby, boxeo y lucha como especialidad. El argumento de los modelos sociales recomienda invertir los recursos del Estado en modificar los estereotipos genéricos vigentes en el mercado del deporte , en vez de reafirmarlos reproduciendo los perfiles genéricos tradicionales.
Finalmente, se podría argumentar en favor de la participación estatal en el deporte de alta competencia sosteniendo la responsabilidad de las autoridades por la administración de los asuntos de la sociedad. Como es sabido, distintas ideologías políticas adjudican un rol diferente al Estado en materia de participación en la vida económica y empresarial. Tal vez sea razonable afirmar que el Estado debe constituirse en principal responsable en ciertas áreas fundamentales para la vida de los ciudadanos, dejando otras más abiertas a la iniciativa privada . Pero aún si se creyera que la producción de salud, educación, materias primas estratégicas, etc., debe ser responsabilidad del Estado, es mucho más difícil argumentar que las autoridades deban contribuir directamente a producir un nuevo Messi o a impulsar el recambio de la generación dorada del básquet masculino. A pesar de todas sus fallas, el mercado del deporte se ha mostrado eficiente al momento de producir deportistas de élite y espectáculos deportivos que atraigan al público consumidor.
Las autoridades deben ejercer un rol supervisor de esa actividad privada, como en muchas otras áreas de la sociedad. Pero un simple cálculo matemático sugiere que invertir recursos públicos -por ejemplo, el presupuesto annual de entre 120 y 140 millones de pesos asignado en Argentina al ENARD (Ente Nacional de Alto Rendimiento Deportivo)- en producir atletas de élite implica restar esos mismos recursos a otras áreas sociales con necesidades más importantes y más urgentes.
Los participación argentina en los Juegos Olímpicos de Londres despertó, como en ocasiones anteriores, el interés de la gente. Pero los Juegos fueron, como siempre, un mal negocio para la sociedad.