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Los "indignados" crecen y asustan

La protesta social, política y cultural que se extiende en Europa -que reverdece las banderas del viejo anarquismo- es un signo alentador y, a la vez, inquietante de nuestro tiempo.

La crisis que afecta a Europa, y que se siente con mayor o menor intensidad según los países y las regiones, está cambiando los esquemas políticos tradicionales, entre ellos la clásica distinción entre derecha e izquierda, ambas cobijadas en un "amplio centro" que por décadas fue el principal sostén de la democracia después de la Segunda Guerra Mundial.

El movimiento de los "indignados" arrancó en España poco antes de las elecciones municipales de mayo último, en las que se impuso el centroderechista Partido Popular, que obtuvo unos ocho millones de votos, contra seis millones de los socialistas. El fenómeno, lejos de extinguirse tras los comicios, cobró nuevas fuerzas en las últimas semanas y se expande más allá de la península ibérica, a otros países del área mediterránea.

Al principio, se creyó que era una reacción pasajera, un virus desconocido que iba a ceder rápidamente con algunos remedios políticos. Sin embargo, todo indica que los "indignados" llegaron para quedarse, aunque no están muy bien definidos sus objetivos de fondo.

Muchos pensaron que se trataba de una reedición del Mayo francés de 1968; es decir, de una protesta predominantemente juvenil y universitaria, que en este caso no tenía mayor eco entre los trabajadores sindicalizados y las capas medias. También se pensó que estaba surgiendo una "nueva izquierda", similar a la que tuvo auge en la década de 1970. Y seguramente hay similitudes entre esos antecedentes y los "indignados", pero estos no tienen un perfil ideológico claramente definido ni tampoco han apelado a la violencia como metodología de acción política. Por el contrario, los "indignados" se autoproclaman pacifistas y convocan a todos los sectores sociales y políticos a enrolarse en su causa.

Pese a estas diferencias con movimientos históricos, los que protestan hablan cada vez con más fuerza y vehemencia contra "el pacto del euro", las políticas de ajuste y la banca, además de exigir una reforma del sistema político que apunte a un mayor control de los poderes económicos y a una lucha más frontal contra la corrupción enquistada en los distintos niveles del Estado y los partidos políticos.

Lo que debe quedar claro es que el de los "indignados" no es un fenómeno típicamente español o europeo. La "democracia directa", aquella que proclamaban los anarquistas hace un siglo, ha reaparecido, no ya como una propuesta ideológica o política sino como resultado de la protesta canalizada a través de las nuevas tecnologías de la comunicación y las redes sociales.
Un principio republicano dice que "el pueblo no delibera ni gobierna, sino a través de sus representantes". En los tiempos modernos, los ciudadanos votan y eligen a sus representantes, pero también se juzgan cotidianamente sus actos, en especial durante las crisis. Y ahí la democracia debe imaginar nuevas respuestas.