Los hermanos Da Bouza y el peor de los crímenes
Fue uno de los casos más impactantes de los últimos años. Todavía tiene muchas preguntas sin respuestas
Da Bouza había militado en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), el brazo político de Montoneros, allá por la década del ´70. Era poco más que un adolescente cuando tuvo sus dos primeros hijos, Emmanuel y Santiago, y no había terminado de estudiar cuando se separó de su primera mujer, Patricia Polo Devoto. Después tendría otros dos varones con su segunda esposa, de quien también se divorció.
Al cumplir los 40 años, el contador Da Bouza se había convertido en un hombre alcohólico, que había querido matarse en un par de oportunidades. Incluso lo había hecho delante de sus propios hijos. Las vueltas de la vida lo habían llevado a mudarse solo a un antiguo pero elegante departamento de Chacabuco 584, en el porteño barrio de San Telmo.
Da Bouza era de carácter difícil. Tanto que maltrataba verbal y físicamente a sus hijos, según distintos testimonios que se recogieron en el expediente. A los mayores los agredía permanentemente porque no eran buenos estudiantes ni se esforzaban, tal como él lo había hecho, para ganarse la vida y crecer económicamente. Mantenían la relación, pero era tirante en extremo.
Emmanuel, el mayor, tenía 24 años cuando tomó una libreta y anotó un plan. Con abreviaturas y errores de ortografía, el muchacho apuntó que debía comprar sogas, hacer un duplicado de llaves, conseguir una bolsa negra y pasamontañas, entre otros detalles. Fue en el año 1998.
borradaTambién, los hermanos fueron a una armería de la calle Sarmiento, donde compraron una pistola, que quedó registrada a nombre de Santiago, por entonces de 23 años. Era una Bersa calibre 22, que pagó con su tarjeta Mastercard. Después fueron a una ferretería de la calle Brasil al 600 y abonaron en efectivo 30 metros de soga. Serían pruebas clave para la investigación.
El 25 de marzo de 1998, Santiago y Emmanuel fueron a cenar con el padre. Habían vivido unos meses con él, pero se habían marchado por discusiones y peleas constantes. Pero esa noche, el contador los esperaba para comer juntos, sin saber que el plan estaba en marcha.
Antes de la medianoche, cuando habían terminado de cenar, Santiago bajó del departamento para ir al kiosco a comprar cigarrillos y algunas golosinas. Los tres habían bebido mucho alcohol. Al regresar, el muchacho fue a un cuarto y volvió con el arma en la mano. Ramón Da Bouza nunca lo vio. Fueron dos disparos por la espalda. Después habría un tercer disparo y algunos golpes con un tarro de leche.
borradaSantiago, tras el crimen, envolvió la pistola Bersa en una servilleta de papel y la llevó al baño. A partir de ese momento, hubo un intento por simular un robo y desviar la investigación: rompieron algunos vidrios, revolvieron la casa, colocaron cabellos entre los dedos del cadáver del padre y colgaron los 30 metros de soga desde la terraza.
El plan consistía en simular que los delincuentes habían asaltado a Santiago cuando regresaba del kiosco, habían asesinado a su padre y habían escapado descolgándose de la terraza con la soga.
Cuando llegó la policía, los jóvenes gritaban desesperados y contaban la historia del robo, los ladrones, la soga y los disparos. Santiago, en ese momento, llamó a la madre y a la novia para contarle del mortal asalto. Emmanuel, estaba lastimado.
Luego de las pericias en el lugar, los efectivos de la Policía Federal llevaron a los jóvenes a la comisaría para que declararan como testigos del hecho y los dejaron ir. La primera calificación fue homicidio en ocasión de robo. El caso, de inmediato, conmovería al país.
La primera historia duraría pocas horas. Los policías se dieron cuenta de que era imposible que los delincuentes escaparan descolgándose de la soga. También encontraron la factura del arma que había sido utilizada para el homicidio. El juez de la causa ordenó la captura de los hermanos.
Después, los investigadores hallarían el cuaderno con las anotaciones del plan criminal, entre otras evidencias que surgieron en el expediente.
Emmanuel, el mayor, fue detenido ese mismo día. Pero Santiago se fugó. Estuvo prófugo 17 días hasta que se entregó. Había cambiado su fisonomía: se había cortado el cabello y se lo había teñido de rubio.
Ambos fueron a la cárcel. Ante el juez, el menor confesó el asesinato y se hizo cargo, liberando de culpas a su hermano.
Santiago, en la cárcel de Villa Devoto, fue alojado en el Centro Universitario, donde estudió Ciencias Económicas, como su padre, y Derecho.
Los hermanos Da Bouza fueron juzgados en 2000. En diciembre de ese año, el Tribunal Oral Criminal 20 los condenó a prisión perpetua por homicidio calificado por el vínculo. En las audiencias, Santiago volvió a confesar y trató, una vez más y sin mayor suerte, de eximir de culpas a Emmanuel.
Los jueces Cecilio Pagano, Luis Niño y Hernán San Martín llegaron a la conclusión de que ambos hermanos planearon y llevaron a cabo el asesinato. Y el fallo, luego de algunas apelaciones, quedó firme. Fue, en definitiva, una historia de desencuentros y violencia doméstica que terminó de la peor manera.
Sergio Schoklender los defendió
Sergio Schoklender, que junto a su hermano Pablo fue condenado por el asesinato de sus padres en 1981, ejerció la defensa de Emmanuel Da Bouza y de la madre del joven, quien si bien fue desvinculada de la causa en un momento estuvo imputada.
Schoklender tomó la defensa de los Da Bouza cuando estaba en libertad condicional, tras permanecer 14 años preso en la cárcel de Villa Devoto, donde se recibió de abogado.
Sergio y Pablo fueron condenados a perpetua por el homicidio de sus padres, Mauricio Schoklender y Cristina Silva, ocurrido en la capital federal el 30 de mayo de 1981.