¿Los economistas cumplen una función?
* Por Salvador Treber. Son muy útiles siempre que no se conviertan en cómplices de intereses espurios, para lo cual deben ejercer su profesión con transparente honestidad intelectual.
A mediados de septiembre de 2008, junto a la quiebra de uno de los principales bancos de inversión de Estados Unidos y la cadena sucesiva de colapsos semejantes, se comenzó a visualizar una muy aguda crisis financiera y económica.
Por su dimensión y alcances, es sólo comparable con la mayor de todas, la de 1929-1933, que muchos creyeron, incluso John Maynard Keynes, que podía precipitar el fin del sistema capitalista. En aquel momento, la situación desembocó en los horrores de la Segunda Guerra Mundial, con su secuela de destrucción y 50 millones de muertos.
Es obvio que resulta imposible pensar siquiera que se repita esa historia, no porque los altos dirigentes de los países más poderosos hayan ganado en sensibilidad y sentido común, sino debido a que los arse-nales nucleares de destrucción masiva son tan terribles que, de ser usados, aun de manera parcial, pondrían en grave peligro la subsistencia misma de la Tierra. Todos están virtualmente obligados a negociar sin pasar de ciertos límites.
Al caer el Muro de Berlín en 1989 y desintegrarse la ex Unión Soviética, se pensó que el fallido experimento del "socialismo real" dejaba el camino expedito para el liderazgo universal, excluyente e irrestricto de Estados Unidos, como lo fue el de Inglaterra en el siglo 19.
No obstante, han pasado apenas un par de décadas y ya nos encontramos en otra encrucijada de semejante magnitud y riesgo. Ello no se debe al inusitado crecimiento de China, que se vislumbra como primera potencia futura, pues ahora inciden las consecuencias de una profunda depresión que estalló en 2008, sacudiendo a los principales integrantes del Hemisferio Norte desarrollado. La novedad más sorprendente es que no abarcó a las llamadas "economías emergentes", mientras que China e India –dentro de ellas– continuaron su acelerada marcha ascendente que, para el caso de la primera, registró en 2010 un crecimiento del 10,3 por ciento, repitiendo marcas que exhibe hace alrededor de 20 años.
Recién cuando hubo una eclosión en Wall Street se supo que la cartera de los grandes bancos estaba integrada, en alta proporción, por "bonos basura", generados por créditos hipotecarios de valor casi nulo debido a la venta de inmuebles a titulares sin suficiente capacidad de pago. Esta situación, si bien se inició en el corazón de Manhattan, con rapidez llenó de zozobra al Reino Unido y a otras economías europeas, que también los habían adquirido. Poco tardó en develarse que tambaleaban los supuestos muy poderosos grupos empresarios, hasta ese momento líderes en las principales ramas industriales.
A la inversa de lo sucedido 80 años atrás, esta vez la Casa Blanca no vaciló en acudir en auxilio, al autorizar a la Reserva Federal emisiones por hasta tres billones de dólares y a la Tesorería, un incremento semejante de su endeudamiento. Por supuesto que desde entonces las cuentas públicas han venido siendo cada vez más deficitarias, a punto tal que en la que cierra el 30 de septiembre próximo, según informó el presidente Barack Obama, el déficit ascenderá a 1,64 billón de dólares.
Más desocupación. Una grave secuela es el incremento de la desocupación. Se estima que, a nivel mundial, los que perdieron su trabajo ascienden por lo menos a 30 millones y que, en total, llegan a 245 millones. Sólo en Estados Unidos alcanza a 9,7 por ciento de la población económicamente activa (15,6 millones) y, dentro de Europa, España marca el "pico mayor" pues el índice trepó a un insólito 20,3 por ciento, que significa la existencia de 4,65 millones de personas sin trabajo. Los mejores pronósticos coinciden en que la recuperación será muy lenta y que, aun lograda, no evitará dolorosos ajustes y replanteos de tal magnitud que la mitad de aquellos no podría volver a sus puestos.
Pregunta inquisidora. Entre los múltiples interrogantes que se formulan tratando de explicarse lo acontecido, están las razones por cuales no se detectó antes y sólo se tomó conciencia cuando explotó. La pregunta, de tono casi inquisitoria, apunta en primer lugar a plantear si los economistas sirven para algo.
Sin ánimo de cosechar laureles, en mi libro Economía mundial –editado en 2005–, advertía lo que se estaba incubando y la inconsistencia de las "burbujas", subrayando que "los analistas, siempre después de que suceden este tipo de acontecimientos, suelen decir que el problema era previsible y que se veía venir. Lo concreto es que siempre sorprenden tales estallidos pues, si bien la debilidad puede ser detectada en forma anticipada, mientras siga funcionando y dando jugosos dividendos, se prefiere ignorarla y mirar para otro lado".
La más reciente confesión la hizo pública el 9 de febrero último el director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, quien admitió que ese organismo "(...) estuvo demasiado influido y en ocasiones tuvo pavor y respeto hacia la reputación y los conocimientos de las autoridades". No sólo eso, agregó que los funcionarios "no se atrevían a retar a las economías avanzadas", justificándose por carecer de suficientes datos bancarios, "acceso limitado" y una insuficiente comprensión de lo que estaba ocurriendo.
Su mea culpa finaliza reconociendo que "la incapacidad del Fondo para prevenir la posibilidad sistémica" de crisis en forma "precoz, aguda y eficaz, debiera inducirlos a ser más humildes". Paralelamente, reconoció que el personal a su mando "estaba más cómodo prescribiendo políticas para los países emergentes que para los miembros del G-8", lo cual es muy grave.
El FMI posee el conjunto más numeroso de técnicos en una sola institución pero, si éstos sólo se dedican a vigilar a los más débiles, no es por ciegos sino por genuflexos y poco honrados. La respuesta a la pregunta que oficia de título a esta nota debe ser sólo una: los economistas son muy útiles siempre que no se conviertan en cómplices de intereses espurios, para lo cual deben ejercer su profesión con plena y transparente honestidad inte-lectual.
De otra forma, pasan a ser simples lobbistas.