Los desafíos de la Presidente
*Por Manuel Tagle. Resulta doloroso que millones de compatriotas sean asistidos en uno de los países más ricos del mundo. Un fracaso convertido en virtud.
La contundente aprobación que consiguió la Presidenta en las recientes elecciones primarias demostró, una vez más, que el mandato del bolsillo pesa a la hora de decidir el voto por parte de los ciudadanos.
Tanto los encuestadores como los que diagnosticaban un desgaste de la imagen del Gobierno sobre la base de sus desaciertos conceptuales, de su permanente confrontación y de la ausencia de diálogo, se equivocaron.
La sociedad votó por la continuidad de la bonanza económica existente. Vastos sectores reciben el influjo de un fuerte crecimiento, sin profundizar sobre las causas que lo impulsan, adjudicándole al Gobierno nacional gran parte del mérito.
El mayor protagonista de este auge económico sigue siendo el eficiente sector agropecuario, impulsado por un contexto internacional favorable, que genera ingresos que se derraman de modo ostensible al conjunto social.
En consonancia con ello, el Gobierno ha recibido abultados ingresos fiscales que deberían permitir desarrollar al país con sensatez y equilibrio. Lamentablemente, se usaron como una poderosa herramienta con fines demagógicos, al desparramarse en forma discrecional sobre marginados, desocupados e indigentes. Se aplican subsidios de toda índole, necesarios para apuntalar esta política.
Resulta intolerable y doloroso que millones de compatriotas deban ser asistidos en uno de los países más ricos del mundo, beneficiado además por esta favorable coyuntura. Un fracaso que, en esta circunstancia, ha sido hábilmente convertido en virtud.
Es comprensible el uso de los recursos públicos con fines humanitarios y de manera transitoria. No obstante, es un desperdicio cuando acuden a reemplazar el vacío que produce una acentuada falencia de inversiones privadas, irracionalmente ahuyentadas por las recurrentes injerencias del Estado, tanto en la economía como en las instituciones republicanas.
Los cuantiosos recursos destinados a instituciones afines y empresarios amigos del poder, con idénticos propósitos, completan ese cuadro de situación.
Por otra parte, el Gobierno demostró un gran menosprecio por sus conciudadanos a la hora de resolver su financiamiento. Además de mantener una de las presiones fiscales más elevadas de nuestra historia, con impuestos distorsivos y cuestionados, recurrió sin tapujos y en forma peligrosa al valioso patrimonio de nuestros jubilados. Las reservas del Banco Central son otro botín atractivo para resolver sus ambiciones.
Desafíos por venir. Si este triunfo se confirma el 23 de octubre, el Gobierno asumirá un verdadero desafío, cual es administrar los contratiempos que inexorablemente sobrevienen como desenlace de esta política: déficit fiscal creciente, déficit comercial a corto plazo, falta de resolución a las demandas de empleo digno, déficit habitacional, déficit de cuantiosas obras de infraestructura y elevada inflación. Todos estos desafíos están ahora camuflados o dilatados por el uso irresponsable de los recursos.
La gran esperanza es que el éxito no embriague al Gobierno ni le impida advertir las debilidades que conlleva de modo implícito el modelo económico, rechazado electoralmente por la otra mitad de la sociedad.
Si se actuara en consonancia con la mayoría de los gobiernos vecinos, que supieron abandonar estas aventuras populistas a tiempo, el Gobierno demostraría inteligencia y autocrítica, salvando su prestigio y otorgándole al país la oportunidad de reencontrar su destino, acorde con su enorme potencial.