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Los derechos humanos y el síndrome de Estocolmo

* Por Héctor Landolfi. Se sabe que el "síndrome de Estocolmo" es la identificación que realiza el secuestrado con el secuestrador. Este reconocimiento puede también ampliarse al plano afectivo.

Existen variados ejemplos de la aparición de este síndrome en personas recluidas en campos de concentración, en secuestradas por organizaciones terroristas y en víctimas de raptos extorsivos. Hubo casos donde las víctimas de una organización delictiva pasaron a integrar el ente de sus victimarios.

La psicología ha hecho distintas interpretaciones de este recóndito fenómeno de la naturaleza humana. Pero en todos los casos señala que la conducta de esas personas fue el resultado de la sumisión a insoportables condiciones opresivas.

En nuestra historia reciente se dieron hechos como la relación amorosa entre militares torturadores y prisioneras integrantes de organizaciones guerrilleras.

Cuando Elisa Carrió acusa a Cristina Kirchner y a Estela de Carlotto de utilizar métodos comparables a los de la dictadura militar, por su obsesiva acción persecutoria contra los hermanos Marcela y Felipe Noble Herrera, estaría denunciando un caso del referido síndrome.

La presunción de que Abuelas de Plaza de Mayo solicitarían la exhumación de cadáveres de familiares de desaparecidos, al no estar satisfechas con el resultado negativo dado por los análisis realizados a los hijos de la Sra. de Noble, y las recientes declaraciones del jefe de Gabinete al señalar que "El caso no está terminado" demuestran la reiterada intencionalidad política de la colusión pactada entre la Casa de Gobierno y las Abuelas.

La líder de la Coalición Cívica señala que la conducta del Poder Ejecutivo y la de las Abuelas de Plaza de Mayo se identifican metodológicamente con una misma operatoria de persecución. Estaríamos de este modo frente a un hecho del síndrome de Estocolmo, donde los perseguidos de antes usan métodos de sus perseguidores.

La nobleza inherente a la causa de los derechos humanos se desvirtúa cuando en su aplicación se utilizan métodos comparables a los usados por los que atropellaron ese derecho.

Parecería que estamos frente a un nuevo capítulo de "Civilización o barbarie", concepto expresado como epítome por Sarmiento. Aquella idea no era una mera expresión filosófica, tenía un preciso correlato territorial. De un lado estaban los "civilizados" y del otro los "bárbaros". Las interacciones entre ambos mundos, aparentemente irreconciliables, fueron generando conductas "bárbaras" comunes. Las acciones violentas de los bárbaros del desierto eran respondidas con expediciones punitivas no menos bárbaras de los civilizados. El mestizaje no sólo se dio en lo biológico y cultural, sino también en el uso de la violencia.

El viejo adagio latino "Summun ius summa iniuria" (Suma justicia, suma injusticia) revela que la aplicación de la justicia a rajatabla y en forma absoluta obtiene resultados opuestos a los buscados.

Los derechos humanos también forman parte de la justicia, y la aplicación de la ley conlleva una intención no menos noble. Pero ¿se puede buscar la justicia con acciones injustas? Se puede, sí, pero se logrará la injusticia. ¿Se puede perseguir a seres inocentes violentando su intimidad y ocasionándoles severos daños psicológicos? Es evidente que se puede, pero la metodología utilizada desvirtúa el fin buscado. El Poder Ejecutivo y las Abuelas de Plaza de Mayo no parecen preocuparse por la explícita adhesión que hacen a una metodología donde el fin justifica los medios.

(*) Ex directivo de la industria editorial