Los costos ocultos del clientelismo
*Por Aleardo F. Laria. El fenómeno del clientelismo se manifiesta en Argentina, principalmente, a través de dos prácticas muy consolidadas. Por un procedimiento se distribuyen fondos públicos a través de diversos canales partidarios, con el propósito de que el beneficiario llegue a percibir los aportes como una concesión graciosa que debe luego agradecer con su voto.
La segunda práctica consiste en convertir en funcionarios del Estado –los célebres ñoquis– a una extensa corte de militantes políticos, simpatizantes, intelectuales afines y, si la ocasión cuadra, también a parientes y amigos.
Ambos procedimientos apuntan a un mismo objetivo: fortalecer el poder del gobierno de turno. Sin embargo, las consecuencias no son las mismas. En el primer caso, los fondos pueden llegar a personas realmente carenciadas, de modo que, salvo filtraciones y desigualdades en la aplicación, los efectos no llegan a ser graves. En todo caso es una forma de hacer política que pone de manifiesto la escasa consideración que se profesa por la autonomía y libertad de los ciudadanos.
En cambio, la consuetudinaria práctica de incorporar clientelas políticas a la administración pública tiene graves consecuencias que se manifiestan en mayor gasto improductivo, falta de calidad de los servicios públicos, mayor discrecionalidad en el uso del poder regulador y aumento de las posibilidades de que se produzcan hechos de corrupción. Las ventajas de contar con una administración pública profesionalizada son tantos que la inmensa mayoría de las democracias modernas ha abordado y resuelto hace tiempo ese problema.
En un mundo globalizado, donde las empresas que aspiran a ganar mercados internacionales necesitan contar con buenas bases de apoyo nacionales, las ineficiencias de la administración se pagan caras. Cuando, además de la ineficiencia general de la administración, existe un clima ideológico que penaliza el éxito empresarial, las consecuencias no pueden ser más negativas.
Conviene ilustrar lo expuesto con un ejercicio comparativo que es el mejor método para demostrar que no hay determinantes genéticos ni perversos conspiradores detrás del progreso de ciertas naciones y el fracaso de otras. Nada más próximo, por geografía, historia y cultura, que Brasil, de modo que resulta razonable tomar de allí dos breves ejemplos.
Uno lo ofrece el Banco Nacional do Desenvolvimiento (Bndes) brasileño y su contraste con el caso del Banco Nacional de Desarrollo (Banade) argentino. El Bndes estuvo desde su origen gestionado por una burocracia profesionalizada designada en función del mérito y preservada de los cambios políticos. Llevó a cabo una labor de canalización inteligente del crédito interno para favorecer el surgimiento de grandes empresas nacionales, como son actualmente Petrobras, Vale o Embraer.
El Banade, por el contrario, fue colonizado por sucesivas clientelas políticas que convirtieron su política crediticia en una forma de favoritismo político. El resultado final fue su quiebra, con una cartera de incobrables de casi 6.000 millones de dólares.
El segundo contraste, por supuesto, lo ofrece el diferente destino de YPF y Petrobras. Mientras la petrolera argentina fue privatizada y luego vendida a Repsol en los noventa, los brasileños apostaron por la consolidación de la empresa estatal, convirtiéndola en una empresa mixta y poniendo al frente una gerencia profesionalizada. El resultado es que actualmente Petrobras es una inmensa multinacional que tiene activos en 24 países del mundo y factura más de 110.000 millones de dólares al año.
Si existe una causa que explique el diferente comportamiento de los bancos de desarrollo y de las empresas petroleras de Argentina y Brasil, se puede resumir en una sola palabra: clientelismo. El uso patrimonial de la administración pública y de los bienes del Estado por parte de un ejército de militantes-funcionarios es la explicación del diferente desempeño de Brasil y Argentina en estas cuestiones.
El actual gobierno y los militantes nac&pop, que corren detrás de la fantasía que han denominado la "profundización del populismo", son absolutamente insensibles a estas cuestiones. Como sus objetivos políticos pasan por "derrotar" a la "oligarquía", "las corporaciones mediáticas" y "el imperialismo", las vulneraciones de los procedimientos formales en la designación de funcionarios son consideradas cuestiones irrelevantes.
No obstante, sin dotar a la administración de un cuerpo de funcionarios profesionales, elegidos en base al mérito y alejados de toda militancia política, seguiremos padeciendo fenómenos como el del Banade e YPF. No es la primera vez que, envueltos en el entusiasmo de la épica política, por querer imitar a los dioses asumiendo misiones taumatúrgicas, se desatienden labores que parecen más modestas pero que a la larga se muestran como las más consistentes y eficaces.