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Los brujos de la lluvia (II)

Presumían de provocar precipitaciones a voluntad mediante técnicas secretas que se negaban a revelar. ¿Iluminados o charlatanes?

Las aventuras de Charles Hatfield que hemos visto en la primera parte, son un buen modelo de "fabricantes de lluvia" que surgieron en otros lugares. Con discurso y maquinita propia, intentaron convencer a la sociedad sobre sus logros. Pero, si bien tuvieron su momento de gloria mediático, terminaron condenados en el olvido y sin reconocimiento científico alguno.

Argentina no quiso ser menos

Y engendró al "ingeniero" Juan Baigorri Velar (1891-1972), un curioso personaje que se ganó el mote de "El Mago de Villa Luro" (por el barrio porteño en que vivió) y dividió la opinión de los argentinos.


El primer dato histórico que debiera alertarnos es sobre el verdadero origen y profesión de Baigorri. Si bien la mayoría de las fuentes indican que era argentino y habría nacido en la provincia de Entre Ríos (como él también lo afirmaba), la investigación exhaustiva de Diego Huberman ubica su nacimiento en San José, Uruguay y -contrariamente a lo que se afirma- no fue alumno del Colegio Nacional de Buenos Aires y tampoco hay certeza sobre la autenticidad del título de Ingeniero que habría recibido en Italia [Huberman, D. (2008) Baigorri hacía llover. Ed. La Buena Nueva, Bs. As.].

El periodista Daniel Balmaceda no sólo recomienda la biografía de Huberman "para separar la paja del trigo", sino que perfila a Baigorri con estas palabras: "Tenía una capacidad curiosa y efectiva: podía encontrar corrientes de agua subterráneas con tanta facilidad como podía inventar historias. Por eso hay que tomar con cuidado su autobiografía (es decir, los datos que aportó al periodismo en tiempos en que era una celebridad)" [Balmaceda, D. (2009) Historias inesperadas de la historia argentina.  Ed. Sudamericana, Bs. As.]. 

Advertidos sobre estos datos que no son menores, veamos qué lo hizo tan célebre y mediático en la década del ´30.


El gran invento

La vida "profesional" de Baigorri transcurría en forma normal hasta que, según él por "casualidad", descubrió su máquina para hacer llover: "En 1926, mientras trabajaba en Bolivia en la búsqueda de minerales utilizando un aparato de mi invención, noté algo curioso. Cuando conectaba el mecanismo y éste se ponía en funcionamiento, se producían lluvias ligeras que me impedían trabajar. Me llamó la atención el fenómeno y consideré que esas pequeñas lluvias podrían ser originadas por la congestión electromagnética que la irradiación de mi máquina producía en la atmósfera".

El maravilloso invento, según declaró años más tarde, consistía en una caja de madera que albergaba "unas  antenas conectadas a una especie de radio, dentro de ella se combinan cinco metales radioactivos y sustancias químicas logradas sintéticamente. Consta de dos circuitos: el A produce tornados  y ciclones, y el B lluvias intermitentes las cuales sólo yo puedo manejar. Se producen cambios en la atmósfera que cualquier meteorólogo puede captar con sus aparatos, pero la ventaja mía es que elijo solo yo cuándo y dónde van a ocurrir."


Rumbo a la fama

El trampolín de Baigorri y su cajita mágica fue la sequía que atravesaba Santiago del Estero a fines de 1938. Bajo el padrinazgo del ingeniero Hugo Matiello (h), jefe del Departamento de Fomento Rural del Ferrocarril, viajó en tren a esa provincia y efectuó dos ensayos para generar lluvia. El primer intento fue un fracaso pero, al cabo de unos pocos días, regresó con su aparato "potenciado" y se produjo el milagro: una intensa lluvia que promedió casi los 60 mm.

La vuelta triunfal de Baigorri a Buenos Aires quedó rápidamente empañada por las duras críticas que lanzó el Ing. Alfredo Galmarini (Director del Departamento de Meteorología) y, a partir de ese momento, principal detractor del fabricante de lluvias.

Galmarini no se conformó con señalar que el Departamento de Meteorología había previsto esas lluvias, sino que fue más allá y descalificó públicamente la magia de Baigorri con las siguientes expresiones: "Ante el conocimiento de los términos, de los alcances y de las proyecciones que se han querido atribuir a los pseudos experimentos de Santiago del Estero, realizados por una empresa particular, y en razón del cargo que desempeño, me veo en la necesidad de declarar que dichas informaciones no constituyen solamente un atentado a la ciencia, sino también al más elemental criterio.  Por ello, la Dirección a mi cargo no está ya interesada en desvirtuar, con nociones técnico-científicas, el carácter de los experimentos y sus posibilidades.  Yo creo que el comentario público, por sí solo, es quien debe desvirtuar tanta imaginación tropical, al punto que estimo que los comunicados de referencia debieron aparecer en un día 28 de diciembre (día de los inocentes) por las razones conocidas."


El duelo del paraguas

Baigorri no se amilanó por los ataques de Galmarini y, nuevamente en Buenos Aires, con mucha decisión redobló la apuesta públicamente a través de los periódicos Crítica y Noticias Gráficas: "Como respuesta a las censuras a mi procedimiento, regalo una lluvia a Buenos Aires para el 3 de enero de 1939." La promesa del regalo llevaba estampada la firma de "Baigorri V.", supuestamente la "V" respondía a Velar como si fuese su segundo apellido, algo que nunca pudo comprobarse.


Su convicción fue más allá y, cuatro días antes del prometido chaparrón, se mofó de Galmarini enviándole un paraguas acompañado de una tarjeta con el siguiente texto: "Para que lo use el 3 de enero". La fecha tampoco fue muy precisa y se fue acomodando en el transcurso de los días para quedar entre el 2 y 3 de enero.


Alentado por los medios, el país se mantuvo en vilo como si fuera una previa River-Boca. Los crédulos baigorristas ponían todas sus fichas a la misteriosa cajita mágica, mientras que el resto seguía escéptico más allá de que lloviera o no. Lo cierto es que el titular de Crítica del lunes 2 de enero de 1939 evacuó todas las dudas: "COMO LO PRONOSTICÓ BAIGORRI, HOY LLOVIÓ".


Una gran muchedumbre se dio cita en Villa Luro para aclamar a su ídolo. Así quedó instalado el mito y Baigorri continuó viajando pero, entre éxitos y fracasos, nunca logró un reconocimiento oficial o científico de su invento que era a lo que más aspiraba.


Algo es algo

Así como Hatfield fue fuente de inspiración para el film "El Farsante", Baigorri lo fue para Manuel García Ferré cuando creó el "Pluviotrom" para el personaje del "Profesor Neurus", científico loco y archienemigo del súper-héroe infantil Hijitus.


La fama del mago de Villa Luro se fue evaporando como sus lluvias y ya al periodismo poco le interesaba su misteriosa maquinita. A fines de la década del '60, Nicolás Mancera lo rescató del olvido con una entrevista para su popular "Sábados Circulares". En esa ocasión comentó que siempre estuvo estudiando y perfeccionando su descubrimiento dentro de lo posible. Nunca se supo a qué se refería salvo el tamaño de su caja que, por lo que se vio en fotos posteriores, había aumentado.


La sospecha más racional en cuanto al misterioso instrumento de Baigorri, en el mejor de los casos es la que señaló el Lic. Eduardo Piacentini, del Servicio Meteorológico Nacional (SMN): "la máquina era un emisor de ondas electromagnéticas nada más, que -en cuanto encontraba un sólido- decía va a llover. Claro que llueve, y siempre acertaba, porque es lógico, él lanzaba constantemente rayos electromagnéticos y cuando no tenía eco, no llueve nada si no tiene eco. Es como un radar, el radar está encendido siempre, H24, las 24 horas del día está prendido el radar, en cuanto encuentra un blanco ahí se queda, ahí detecta y envía la onda que ahí hay sólido, ahí hay lluvia." Por eso destaca que Baigorri ni su máquina hacían llover, a lo sumo podía pronosticar las precipitaciones con similares márgenes de error del SMN. 

Baigorri también sentenció ante Pipo Mancera: "Lo que yo he descubierto, por más que se me haga la guerra, algún día vendrá la justicia porque yo he descubierto el pan del mundo."

Pero claro, el mundo se quedó sin el pan y Baigorri sin la torta, el 22 de marzo de 1972 dio su último suspiro y también se apagó para siempre su máquina para hacer llover.

Hemos recorrido la historia de dos "fabricantes de lluvia" emblemáticos y al más cercano con mayores detalles. Como se puede apreciar, sus vidas y finales no han sido muy diferentes, quedando sus aspiraciones de reconocimiento totalmente frustradas y engrosando la lista de charlatanes históricos o de grandes fraudes de la ciencia [Fleming, J. R. (2006) The pathological history of weather and climate modification: Three cycles of promise and hype. Historical Studies in the Physical and Biological Sciences, Vol. 37, Number 1, pp. 3-25].

Simuladores natos

Cuando me interioricé sobre estos personajes, lo primero que recordé fue uno de mis libros de cabecera y una imagen de "Los Simuladores" de Damián Szifrón.

El libro al que me refiero es "La simulación en la lucha por la vida", de José Ingenieros (1877-1925). En su capítulo "Psicología de los Simuladores", plantea una división interesante del gran "tronco común de los fraudulentos", de la cual se desprenden los simuladores fumistas.


Ingenieros los describe como "sujetos mentalmente superiores, hiperestésicos e hiperactivos", cuya "ocupación característica es deleitarse en 'tomar el pelo' a los tontivanos, haciendo un verdadero deporte de la fisga. [...] Esa forma de juego, a puro ingenio, suele llevarlos a simulaciones extraordinarias, elevándolos de muchos modos sobre los demás simuladores. [...] El objetivo del fumista simulador está en la simulación misma y en el placer intelectual que le reporta realizar su propósito. Es, a menudo, un artista de la simulación: trabaja, apasionadamente, por amor a su arte. [...] No le guía el propósito malsano de perjudicar a las víctimas de la simulación: sólo busca el deleite de precipitar a otros espíritus en los despeñaderos de sus ficciones. Los candidatos para la práctica de la fumistería no son siempre el tonto y el ignorante; el éxito sobre ellos no reportaría al fisgón grandes satisfacciones intelectuales. Cuanto más ilustradas e inteligentes sean las víctimas, tanto mayor es el éxito; el fisgón tiene, casi siempre, cierto orgullo de la propia superioridad; eso, en ciertos casos, le hace cruel con los vanidosos y solemnes, que prefiere como víctimas de su fisga."

Este maravilloso perfil, en el que me he permitido destacar algunas cosas, Ingenieros lo ejemplifica con el escritor francés Lemine Terrieux: "Este fisgón simuló, durante muchos años, una serie de inventos y sucesos que descansaban sobre un absurdo, disimulado siempre tras apariencias lógicas; la prensa, las sociedades científicas y el mismo gobierno les prestaron su atención, estudiándolos detenidamente. Llegó, según refieren las crónicas, a engañar a la misma Academia de Ciencias. Con motivo de un accidente ferroviario, presentó una memoria a la Academia exponiendo la manera de evitar los accidentes; esa corporación científica la tomó en consideración, apercibiéndose después que se trataba de una colosal simulación científica, la más absurda que imaginarse pueda." [Ingenieros, J. (1903) La simulación en la lucha por la vida. Elmer Editor, Bs. As., edición 1956, pp. 93-95]

Cualquier semejanza con los "fabricantes de lluvia" que he descrito, NO es mera coincidencia. Me exime de mayores comentarios y es la mejor síntesis que se puede aplicar a estos personajes.

Para que el desencanto sea menor, te invito a disfrutar del talento de auténticos fabricantes de lluvia; ingresa en el próximo video, cierra tus ojos y vive una verdadera ilusión.