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Los adolescentes, el dilema de la TV

*Por Roxana Morduchowicz. Antes de que comience el nuevo "año televisivo" es interesante revisar lo que sucedió el año pasado.

La televisión abierta privada de 2011 ofreció 222 ciclos diferentes. De ellos, menos de un 10% estuvo destinado especialmente a niños y jóvenes. La gran mayoría fueron dibujos animados extranjeros y series norteamericanas. Casi todos los programas se emitieron muy temprano a la mañana. Muchos comenzaban a las 6, más para cumplir con una obligación legal (emitir una cantidad de horas diarias) que por tratarse de un buen horario para la audiencia infantil. No hay casi programas para chicos y adolescentes que se extiendan más allá del mediodía, precisamente cuando empieza a contar el rating televisivo (de 12 a 24). Los chicos y adolescentes "están fuera del rating", en horarios intrascendentes, que poco importan.

Sorprende que algunos de estos programas tengan muchos años de existencia y se remonten a las infancias de quienes hoy están en la universidad: El Zorro , Brigada A y El Chavo son algunos ejemplos. Entre los programas nacionales, varios son sólo repeticiones de años anteriores: tal el caso de Chiquititas , Floricienta y Piñón Fijo .

Las escasas ficciones para adolescentes tienen tramas muy simples, personajes estereotipados y conflictos muy antiguos. Pareciera que la única manera de acercarse a la cultura juvenil en una ficción es mostrando a los personajes usando celulares, mandando mensajes de texto o chateando.

La imagen más frecuente que la televisión suele dar de los más jóvenes es de conflicto. Cuando hablan de los adolescentes, las noticias suelen sobre todo mencionar la violencia escolar, el fracaso educativo, la drogadicción, la anorexia, la bulimia, la deserción escolar, la depresión, el alcoholismo y el embarazo precoz.

En la ficción, en cambio, la imagen de los jóvenes es completamente opuesta: son ricos, estudian, tienen éxito y sus problemas son básicamente por amor (o por falta de amor). Muy de vez en cuando aparece algún adolescente que escapa a estos dos arquetipos. Los personajes de estas emisiones viven por lo general en un mundo de abundancia (en barrios cerrados o countries) en el que la pobreza parece no existir.

¿Cuál es el riesgo de esta manera de hablar sobre los adolescentes? El efecto más importante es la legitimación de una imagen, a la que hace aparecer como normal y así representada, esa imagen pasa a formar parte natural de la vida. Los adolescentes son -según los escasos programas para ellos- marginales, peligrosos, violentos y conflictivos o bien ricos, despreocupados y superficiales. Millones de chicos que viven en la Argentina no pertenecen ni se sienten incluidos en ninguna de estas categorías.

Por otro lado, los ciclos de entretenimiento destinados a adolescentes siguen la misma línea: son repetitivos, no innovan y remiten a formatos de décadas atrás.

A la luz de estos datos, es posible definir cómo piensa la televisión a los más jóvenes. Para ella, no son un público relevante, no han cambiado demasiado desde los años 70 y tienen las mismas preocupaciones y conflictos que dos o tres décadas atrás. La TV juvenil no ha cambiado quizá porque crea que los menores de 18 están más pendientes de Internet que de la pantalla chica.

La realidad, en cambio, es bien diferente. Los chicos -igual que los ancianos- son los espectadores más fieles que tiene hoy la TV. Para los adolescentes argentinos, la televisión es el medio de mayor presencia en su tiempo libre y el que más lamentarían perder si mañana desapareciera. La pantalla ocupa tres horas diarias en la vida de los chicos y es la actividad que más comparten en familia, antes que navegar por Internet, comer, hablar y hacer la tarea.

Desde que apareció la televisión, en la década del 50, los primeros hogares que contaron con la pantalla en su casa fueron aquellos en los que había chicos. Hoy, se sabe que las casas que cuentan con más de un televisor son aquellas en las que hay adolescentes. Y cada vez más habitaciones de chicos en edad escolar primaria y secundaria cuentan con un televisor.

Sin embargo, ¿qué programación le ofrece la TV a un público que le confía tantas horas diarias y con tanta expectativa? Este sería un excelente interrogante para un departamento de "niños y jóvenes" que en cada canal pudiera pensar la cultura juvenil y generar propuestas innovadoras, creativas, arriesgadas y no estereotipadas, para el más fiel de sus públicos.

Una reciente encuesta nacional entre adolescentes de todo el país reflejó que la mayoría de los chicos argentinos encienden la televisión para ver qué hay, sin saber qué quieren ver. Este dato no puede sorprender: cuando no hay programación de calidad, se corre el riesgo de que la falta de opciones sea el único motivo de los adolescentes para encender la televisión. Y sólo para ver qué hay.