Los abuelos en la Mendoza de antaño
*Por Julio César Bac. El autor, prosiguiendo con sus crónicas mendocinas, nos cuenta esta vez acerca del tiempo en que los abuelos eran el centro de la familia, y se les tributaba cariño.
Cincuenta año pasados, los abuelos eran el centro de la familia porque tenían cariño de los hijos, nietos, sobrinos y parientes politicos. Cuando llegaba el momento de necesitar atención permanente, los hijos se disputaban el derecho de recibirlos en su hogar y si eran varios hermanos rotaban la convivencia con los "viejos" durante el año, pero todos los trataban con preferencia y los nietos, además de brindarles cariño, le daban compañía y atención.
Los abuelos la mayoría de las veces brindaban su experiencia con autoridad, ya que eran escuchados o consultados respetuosamente por hijos y nietos, especialmente en las mesas del almuerzo o cena donde se contaban anécdotas o comentarios de las buenas relaciones que mantenían con los vecinos o parientes.
En las oportunidades en que alguno de los abuelos padecía algún problema de salud, la familia se preocupaba y le brindaba el mayor cuidado personal en todo momento y se organizaban para que permanentemente hubiera un miembro de la familia presente mientras otro se ocupaban del médico o los medicamentos, cuando ya se habían practicado todos los conocimientos caseros si la dolencia era conocida; sólo en casos de gravedad y por indicaciones urgentes del médico eran internados en un hospital o clínica.
Cuando los abuelos mantenían su hogar después que sus hijos se habían casado, continuaban una relación digna y si habían formado varios matrimonios, se ponían de acuerdo para visitarlos diferentes días, preferentemente las hijas y nueras estableciendo fechas para que cada domingo almorzaran en casa de uno de los hijos; también se fomentaba que participaran los abuelos paternos y maternos, lo que unía cada vez más las familias.
Era costumbre que los nietos acompañaran a sus abuelos; cuando vivían lejos, los niños se quedaban a dormir y si era necesario estos los llevaban y traían de la escuela. En muchos casos los chicos se hacían ayudar por los abuelos en sus deberes, porque tenían más tiempo y paciencia que sus padres. Así, los abuelos eran felices porque se sentían útiles y disfrutaban la compañía de sus nietos, mientras que en casas grandes jugaban con toda libertad y compartían con los niños de los vecinos, con mucho entusiasmo y alegría, lo que hacía que los nietos pidieran a sus padres que lo llevaran o los dejaran ir a la casa de los abuelitos, donde muchos de ellos pasaban sus vacaciones escolares.
Cuando algunos de los hijos o yernos tenían medio de movilidad, los abuelos compartían los paseos de los domingos o algún viaje a visitar parientes, amigos o conocer nuevos lugares, porque en aquellos tiempos salir de vacaciones a playas del mar o zonas turísticas era privativo de las familias de buena situación económica.
La participación de los abuelos en los ambientes familiares, sociales y deportivos era lo corriente. Por lo general contaban con la compañía de hijos, yernos, nietos y amigos con un trato respetuoso y cordial, compartían como dirigentes en importantes instituciones que hace más de cincuenta años tenia mucha actividad y nadie los cuestionaba ni discriminaba.
Ese cariño y respeto por los abuelos (o "nonos" como también se los llamaba) dejaba un recuerdo imborrable a los niños que después -cuando eran padres, transmitían a sus hijos como ejemplos inolvidables de los momentos vividos en su niñez dentro del seno familiar.
En las conversaciones con personas nacidas a mediado del siglo pasado, ellos cuentan con alegría que sus mejores vacaciones y paseos durante su niñez fueron las que compartían en casa y compañía de sus abuelos porque jugaban y se divertían aunque fuera con "juegos caseros" o con gatitos y perros; muchos aprendieron a montar un caballo manso en esos años y conocieron las labores del campo.
Recuerdan cuando los llevaban a los circos de aquella época: Gianatasio, Hermanos Riveros, Rodas y otros, que daban funciones para los niños con graciosos payasos, monos y otros animales amaestrados que entretenían y divertían a los chicos.
Algunos no olvidaban el catecismo que aprendieron cuando sus abuelos los prepararon para la primera comunión y los llevaban a misa los domingos.
Cuántos matrimonios han logrado rehacerse o mantenerse en armonía gracias a la sabia intervención de los padres de la pareja, unas veces los paternos y otros los maternos, que lo hacían con cariño y haciéndoles ver y comprender con ejemplos de una larga vida y consejos simples en entretenidas conversaciones en el seno familiar. Con la experiencia de los abuelos cariñosos y solidarios.
Era cuando no se pensaba en consultas a psiquiatras o abogados porque un posible divorcio no pasaba por sus mentes ni por odios ni especulaciones.
Me agradaría que estos recuerdos los leyeran también los hijos y matrimonios que tienen la felicidad de contar con sus padres aun viejitos en su condición de abuelos y que sean queridos y considerados como todos, que los cuenten como parte importante de la familia y no imiten la moda de internarlos en un geriátrico porque no tienen tiempo de atenderlos, olvidándose lo que cada uno de esos viejos les dieron amor y cariño en sus crianzas y que la mayoría de las veces lo hicieron con mucho sacrificio y privaciones personales.
En la actualidad hay poco tiempo para dedicarles a los queridos abuelos y entonces la forma de solucionar el problema es internándolos en geriátricos. Es cierto que en Mendoza contamos con numerosas casas autorizadas pero a veces no podemos establecer la cantidad habilitadas como tales ya que tenemos que agregar los geriátricos truchos, con el consecuente daño que estos improvisados audaces provocan, lo que es consecuencia de la falta de control de parte las autoridades correspondientes.
Tan cierto es lo que decimos, que solo se detecta el mal funcionamiento y trato deshumanizado a los abuelos en algunos autorizados o en los geriátricos "truchos" que funcionan en toda la provincia, recién cuando muere un viejito o se produce algún hecho reñido con la ética profesional y social, que generalmente son denunciados por los familiares de los internos.
En fin, conviene no olvidar que "amor con amor se paga" y que para padres y abuelos la auténtica felicidad se la dan los hijos que los atienden y los cuidan con amor, generosidad y afecto en los últimos años de su existencia.
Los abuelos la mayoría de las veces brindaban su experiencia con autoridad, ya que eran escuchados o consultados respetuosamente por hijos y nietos, especialmente en las mesas del almuerzo o cena donde se contaban anécdotas o comentarios de las buenas relaciones que mantenían con los vecinos o parientes.
En las oportunidades en que alguno de los abuelos padecía algún problema de salud, la familia se preocupaba y le brindaba el mayor cuidado personal en todo momento y se organizaban para que permanentemente hubiera un miembro de la familia presente mientras otro se ocupaban del médico o los medicamentos, cuando ya se habían practicado todos los conocimientos caseros si la dolencia era conocida; sólo en casos de gravedad y por indicaciones urgentes del médico eran internados en un hospital o clínica.
Cuando los abuelos mantenían su hogar después que sus hijos se habían casado, continuaban una relación digna y si habían formado varios matrimonios, se ponían de acuerdo para visitarlos diferentes días, preferentemente las hijas y nueras estableciendo fechas para que cada domingo almorzaran en casa de uno de los hijos; también se fomentaba que participaran los abuelos paternos y maternos, lo que unía cada vez más las familias.
Era costumbre que los nietos acompañaran a sus abuelos; cuando vivían lejos, los niños se quedaban a dormir y si era necesario estos los llevaban y traían de la escuela. En muchos casos los chicos se hacían ayudar por los abuelos en sus deberes, porque tenían más tiempo y paciencia que sus padres. Así, los abuelos eran felices porque se sentían útiles y disfrutaban la compañía de sus nietos, mientras que en casas grandes jugaban con toda libertad y compartían con los niños de los vecinos, con mucho entusiasmo y alegría, lo que hacía que los nietos pidieran a sus padres que lo llevaran o los dejaran ir a la casa de los abuelitos, donde muchos de ellos pasaban sus vacaciones escolares.
Cuando algunos de los hijos o yernos tenían medio de movilidad, los abuelos compartían los paseos de los domingos o algún viaje a visitar parientes, amigos o conocer nuevos lugares, porque en aquellos tiempos salir de vacaciones a playas del mar o zonas turísticas era privativo de las familias de buena situación económica.
La participación de los abuelos en los ambientes familiares, sociales y deportivos era lo corriente. Por lo general contaban con la compañía de hijos, yernos, nietos y amigos con un trato respetuoso y cordial, compartían como dirigentes en importantes instituciones que hace más de cincuenta años tenia mucha actividad y nadie los cuestionaba ni discriminaba.
Ese cariño y respeto por los abuelos (o "nonos" como también se los llamaba) dejaba un recuerdo imborrable a los niños que después -cuando eran padres, transmitían a sus hijos como ejemplos inolvidables de los momentos vividos en su niñez dentro del seno familiar.
En las conversaciones con personas nacidas a mediado del siglo pasado, ellos cuentan con alegría que sus mejores vacaciones y paseos durante su niñez fueron las que compartían en casa y compañía de sus abuelos porque jugaban y se divertían aunque fuera con "juegos caseros" o con gatitos y perros; muchos aprendieron a montar un caballo manso en esos años y conocieron las labores del campo.
Recuerdan cuando los llevaban a los circos de aquella época: Gianatasio, Hermanos Riveros, Rodas y otros, que daban funciones para los niños con graciosos payasos, monos y otros animales amaestrados que entretenían y divertían a los chicos.
Algunos no olvidaban el catecismo que aprendieron cuando sus abuelos los prepararon para la primera comunión y los llevaban a misa los domingos.
Cuántos matrimonios han logrado rehacerse o mantenerse en armonía gracias a la sabia intervención de los padres de la pareja, unas veces los paternos y otros los maternos, que lo hacían con cariño y haciéndoles ver y comprender con ejemplos de una larga vida y consejos simples en entretenidas conversaciones en el seno familiar. Con la experiencia de los abuelos cariñosos y solidarios.
Era cuando no se pensaba en consultas a psiquiatras o abogados porque un posible divorcio no pasaba por sus mentes ni por odios ni especulaciones.
Me agradaría que estos recuerdos los leyeran también los hijos y matrimonios que tienen la felicidad de contar con sus padres aun viejitos en su condición de abuelos y que sean queridos y considerados como todos, que los cuenten como parte importante de la familia y no imiten la moda de internarlos en un geriátrico porque no tienen tiempo de atenderlos, olvidándose lo que cada uno de esos viejos les dieron amor y cariño en sus crianzas y que la mayoría de las veces lo hicieron con mucho sacrificio y privaciones personales.
En la actualidad hay poco tiempo para dedicarles a los queridos abuelos y entonces la forma de solucionar el problema es internándolos en geriátricos. Es cierto que en Mendoza contamos con numerosas casas autorizadas pero a veces no podemos establecer la cantidad habilitadas como tales ya que tenemos que agregar los geriátricos truchos, con el consecuente daño que estos improvisados audaces provocan, lo que es consecuencia de la falta de control de parte las autoridades correspondientes.
Tan cierto es lo que decimos, que solo se detecta el mal funcionamiento y trato deshumanizado a los abuelos en algunos autorizados o en los geriátricos "truchos" que funcionan en toda la provincia, recién cuando muere un viejito o se produce algún hecho reñido con la ética profesional y social, que generalmente son denunciados por los familiares de los internos.
En fin, conviene no olvidar que "amor con amor se paga" y que para padres y abuelos la auténtica felicidad se la dan los hijos que los atienden y los cuidan con amor, generosidad y afecto en los últimos años de su existencia.