Locademia de enganchados y descolgados
* Por Carlos Salvador La Rosa. Nuestra clase dirigente debería comprometerse para reformar enteramente nuestro sistema electoral y político.
Es cierto que querer cambiar las reglas de juego ante la inminencia electoral suena a oportunismo, pero igual de cierto es que no haberlas cambiado antes suena a algo peor. Que nuestra clase dirigente local se haya quedado tan atrás en la reforma política es un agravio para Mendoza.
Esa Mendoza que siempre estuvo a la vanguardia de los grandes cambios institucionales desde que el mismo Alberdi redactó en 1854 nuestra primera Carta Magna local, hasta llegar a la de 1916, cuya grandeza sigue vigente porque, entre otras cosas, definió una "estrategia" (esa palabra hoy casi olvidada): Que la conquista de Mendoza en su lucha contra el desierto y la barbarie debería hacerse a través de la defensa del Agua y la promoción de la Educación.
Mendoza fue también una de las pocas provincias que después de 1983 no se plegó a la ola reeleccionista por las que se modificaron las otras Constituciones. Sin embargo, produjo en los ‘80 renovaciones políticas generacionales totales y aperturas en las internas de todos sus partidos; eso mientras Santa Fe se feudalizaba con la ley de lemas y Córdoba no atinaba a ordenar su enmarañado y confuso sistema político.
Ahora, en cambio, Córdoba y Santa Fe tienen sistemas electorales infinitamente más adelantados que el nuestro, el cual ya ha devenido antidiluviano. Por eso el debate electoral terminó en Mendoza sin siquiera haber comenzado nunca. Es que ya no importa proponer las mejores ideas ni las mejores personas para llevarlas a cabo.
Ahora todo consiste en una mera ingeniería electoral en la que cada uno busca el corte o el enganche de boleta que más le conviene, esperando todo de afuera cuando es posible colgarse de vientos favorables u ocultando todo lo de afuera cuando el oleaje es en contra.
Nada más que eso importa, con lo cual de lo verdaderamente importante no importa nada.
El peronismo, que hasta hace un año imaginaba todos los desenganches posibles de fórmulas nacionales e incluso de gobiernos provinciales, ahora ha transformado su campaña electoral en una sola consigna resumida en tres palabras: "No hagan olas". Vale decir, "dejémonos llevar por la gran ola nacional, que todo lo demás nos será dado por añadidura".
En la vereda opuesta, el radicalismo clama desesperadamente por reformas absolutamente válidas e indispensables pero por las que no luchó antes (cuando debió hacerlo) con la misma convicción con que lucha ahora. Que troquelen las boletas es positivo. Que haya boleta única o voto electrónico, más positivo aún. Que las elecciones sean desdobladas es mejorar enormemente la autonomía de las decisiones del electorado. No obstante, todos saben que si las cosas hubieran sido al revés y la ola favorable fuera para el radicalismo, éste estaría haciendo lo que hoy hace el justicialismo, y viceversa.
Por su parte el PD, que desde hace años viene buscando su pata nacional persuadido que sin ella jamás le ganaría a las versiones locales de los dos grandes partidos nacionales, ahora al menos encontró su pata regional en la vecina provincia de San Luis y se da la paradoja que lo que parecía la casi inevitable decadencia del tradicional partido mendocino, quizás sea detenida pero desde afuera y por un par de caudillos puntanos. Un consuelo a lo Pirro, pero consuelo al fin.
En fin, hacer leña del árbol caído lo hace cualquiera. Por eso quizás lo que más convenga es hablar del día después de las elecciones, porque si los mendocinos siguen votando a sus representantes locales sólo por la valía de sus referentes nacionales o por la envidia que les suscita San Luis frente a nuestro quedantismo, Mendoza quedará aún más relegada de lo que está en lo que hace a las grandes decisiones nacionales, por la intrascendencia de sus dirigentes locales, ganen quienes ganaren.
Para limitar a Scioli, el kirchnerismo se fijó un objetivo que al final logró: que el gobernador sacara menos votos que la presidenta. Así buscan tenerlo prisionero del Gobierno nacional. Advertido de eso, Gioja se ocupó de que sus representantes locales sacaran más votos que Cristina y los Rodríguez Saá sobrevivirán en su Álamo por ser la única provincia donde no ganó Cristina. En Santa Fe o Córdoba, Cristina es la más votada a presidenta pero sus gobernantes establecieron todas las distinciones necesarias con ella para tener con qué hacer valer sus derechos.
Si nosotros, en cambio, pretendemos que nos paguen por la "lealtad" de ir junto al "proyecto nacional" sin diferenciarnos en nada, lo más seguro es que en vez de pagarnos nos terminen cobrando por el derecho a colgarnos del ganador. Es que sólo cuando se triunfa por derecho propio y no por boleta prestada, se gana el respeto de los de afuera, sean estos de nuestro mismo partido o del partido que fuera.
Por eso, más allá de las desesperaciones actuales, haría bien toda nuestra clase dirigente local en comprometerse ya mismo para reformar enteramente nuestro sistema electoral y político el inmediato día después de las elecciones. A la larga todos ganarán si lo hacen, porque recuperarán autonomía. Caso contrario, aún teniendo el gobierno no se tendrá el poder, porque los ciudadanos de a pie no respetarán a los que ganaron sólo por ir colgados. Aquellos de los que fueron colgados, los respetarán aún menos.