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Lo único que se controla es la pandemia

Alberto se pone el país al hombro, con opositores en banda y la sociedad encerrada y asustada.

Alberto Fernández gobernadores
Alberto Fernández gobernadores

El Pre y el Post COVID

Gracias a la pestilencia universal del COVID-19 el gobierno de Alberto Fernández, El Poeta Impopular, se puso en movimiento.
Arrancó el Post COVID con admirable tenacidad.
Montado en el combate contra la pandemia que facilitó su transformación extraordinaria.
Por su capacidad de liderazgo, registró un ponderado crecimiento ante la sociedad sorprendida.
Le reservaba el rol complementario del presidente delegado.
Venía inmovilizado por la monotonía de la deuda demencial. Clavó su energía durante los primeros tres meses.
Por el clavel heredado de Mauricio Macri, El Ángel Exterminador.
La deuda se impone como una sucesión macabra de reperfilamientos.
En virtud del crecimiento ilusorio en el que nadie, en definitiva, cree.
Es el diseño de la fábula colectiva, dominada por la ficción.
Arrastra, sin desviaciones, hacia el default. El Plan A.

Durante el Pre COVID, Alberto se consumía entre la impotencia y la opacidad.
Amagaba con ser peor, incluso, que el propio Macri (es admisible el tributo a la exageración).

Carolina Mantegari


De pronto, providencialmente, invadió la problemática pestilente del Coronavirus.
Con su desparramo de riesgos, de encierros y temores, de alcohol en gel. Solidaridades y mezquindades.
El dichoso as del COVID superó cualquier postura.
Consta que no resultó nada fácil convencer al Poeta Impopular.
Se resistía a la idea de cargarse el país al hombro.
Le costaba reconocer que la epidemia era un envío involuntario del Ser Superior.
Para estimularlo en la cruzada de derrotar al “enemigo invisible”.

El COVID le permitía conquistar la iniciativa.
Le brindaba la pátina rápida de la cohesión interna. Lo que le faltaba a la administración sin rumbo, horizontalmente loteada.
Mal loteada, condenada a la quietud de la gestión (las coaliciones reclaman un loteo vertical).
Pero Alberto contabilizaba, transitoriamente, a su favor, la excusa perfecta. Lo reprochable le correspondía al kirchnerismo duro.
O sea a La Doctora. Para algarabía de los comunicadores que mantenían el secreto objetivo de separarlo.
Idea que, desde la periferia, atraía a los fundadores precipitados del albertismo. Los que fomentaban, sin darse cuenta, el Albertismo sin Alberto.
Lógica consecuencia del Randazzismo sin Randazzo, que ocupa la primera línea del loteo opaco de funcionarios.

Carne republicana de consenso

Al ponerse al frente de la guerra malvinera, El Poeta Impopular confortaba, con extrema facilidad, a los opositores piadosos.
Desconocían -los pobres- cómo plantarse ante la adversidad.
Tratar de caminar erguidos, con mochilas cargadas de rocas. O culpas.
Los opositores en banda necesitaban también una causa movilizadora. Patriótica, de ser posible.
La cruzada sanitaria y malvinera para enfrentar al enemigo invisible.

¿Quién iba a ponerse en contra? Nadie podía atreverse a defender el honor del virus. La causa estaba servida.
Podían plantarse como opositores sensatos.
Carne republicana de consenso.
Demócratas empeñados en la guerra contra el Mal.
El COVID desplazaba, felizmente, de la centralidad, al estigma de la deuda.
Pronto, juntos, deuda y COVID, iban a asociarse para compartir la destrucción.

Patacones para Todos

En Italia, Francia, España, con esquemas mejor consolidados, asisten cotidianamente a la macabra contabilidad de muertos.
Aunque se encuentren favorecidos por la pertenencia al mapa, venían castigados por la facilidad transmisora de la pestilencia.
Iniciada en la lejanía cultural del mercado de Wuhan, China, pero multiplicada en la altiva Bérgamo, Italia.
Estados aferrados al mapa de la UE no tuvieron reparos en desprenderse de cientos de miles de millones de euros para blindar con infinitos respiradores a sus economías.
Delicias del capitalismo que la Argentina, en su estado choripanero, no puede disponer.
La catástrofe del precapitalismo vernáculo no admite proezas siquiera menores.
Arrastra, a su sociedad, hacia la clausura inconstitucional de provincias de federalismo paliativo.
Ciudades que se obturan por su cuenta para protegerse. Como localidades, barrios.
Mientras tanto persiste, como exclusivo consuelo, la alternativa técnica de la maquinita inagotable. Editora de billetes crocantes.
En la primera de cambio, se editaran las “cuasi monedas”. Despiertan el fervor de la consigna unánime.
“¡Patacones para todos!”.
La pandemia viene complementada por el caos y la caída espantosa de los valores.
Desborda la conclusión espeluznante: solo se expande el riesgo.
Al cierre del despacho supera los 4.400 puntos.
Para que conste en actas, crece también la esperanza.
Factor para agregar al relato nostálgico del gobierno del virus popular.
Aunque se sepa, de sobra, que en la tristeza del contexto la esperanza sirve para entonar una zamba.

Debajo de la lona

Los bonos de la deuda, desde los PAR a los Discount, oscilan los 25 centavos de dólar.
Están a punto caramelo para los buitres que esperan, sin mayor interés, el rechazo al ofrecimiento del ministro Guzmán, alias Gardelito, o El Chapo.
Brota la expectativa del default. Comparativamente, según Stiglitz, maestro de Gardelito o El Chapo, un default puede ser preferible a un mal arreglo. Pamplinas.
Los valores nacionales agonizan debajo de la lona. Más abajo -incluso- del orgullo.
Para calibrar la magnitud del retroceso y de la mala praxis basta con confirmar que Yacimientos Petrolíferos Fiscales, la YPF patrióticamente estatizada, hoy vale apenas poco más de 1.000 millones de dólares.
El 20% de los cinco miles de millones que se dilapidaron ante los catalanes de Repsol. (Debieran levantar un monumento al prócer Antonio Brufau, en el Paseo de Gracia).
YPF vale exactamente lo mismo que el bono que debe pagarse en marzo de 2021. Mil millones. Por el endeudamiento que, gracias a la magia de Gallucio, suma 8 mil millones de dólares.
Si YPF vale mil, y la deuda es de 8 mil, el horizonte no entusiasma a ningún Bulgheroni.
Aunque para confortar gobernadores se pretenda subsidiar el barril a 59, cuando te tiran el petróleo por la cabeza a 28 dólares por barril.
Extravagante la vocación nacional por el quebranto.
La pandemia del COVID-19 es, en definitiva, lo único que Argentina tiene -más o menos- bajo control.
Gracias a Alberto, que se cargó el país al hombro, junto a los opositores en banda y la sociedad aterrada.










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