Lo que se juega en octubre
*Por Fernando A. Iglesias. Ayer el campo, después los medios de comunicación, ahora Techint.
La elección de enemigos por parte del Gobierno, ¿es fruto de la casualidad o producto de una visión del país que atrasa medio siglo y que está llevándonos a un nuevo callejón sin salida?
No hay más que repasar las últimas declaraciones de guerra del Gobierno para encontrar su evidente coherencia. Sus actuales enemigos son la más avanzada y globalizada de las industrias nacionales, el sector económico internacionalmente más competitivo y los medios de comunicación, esenciales en un universo social definido como sociedad global de la información. ¿Mera coincidencia?
Desde sus orígenes, el gobierno ha insistido en la idea de que modernizar el país es industrializarlo, ignorando que la Argentina es ya más industrial que los Estados Unidos y la Unión Europea, a los que supera ampliamente en el porcentaje del PBI aportado por la industria, y apostando por un modelo manufacturero de baja tecnología, supuesto creador de puestos de trabajo.
Ocho años después, el resultado de esta apuesta se hace evidente en los suburbios de las grandes ciudades en las que el modelo jurásico-industrialista se ha aplicado: contaminación ambiental, salarios de hambre, desocupación juvenil y trabajo en negro; un urbanismo de apartheid expresado en el crecimiento de villas y barrios cerrados; auge de la droga, la inseguridad, las patotas y las policías bravas. Y, sobre todo, ampliación de la gran fábrica de pobres y de ciudadanos desprotegidos, marginados y dependientes de favores clientelistas que son la base electoral de este gobierno.
El Frente para la Victoria (FPV) se está transformando en el Frente para la Destrucción de la Argentina del siglo XXI. Todas las actividades posindustriales que los países avanzados defienden se encuentran bajo amenaza de destrucción deliberada. Se destruye la industria argentina, condenada a vivir del trapicheo de favores gubernamentales en un modelo de proteccionismo obsoleto, con vista gorda a la evasión de obligaciones fiscales y laborales, y variados subsidios a la ineficiencia.
Barones del conurbano, gobernadores de las provincias feudalizadas, empresarios mafiosos disfrazados de sindicalistas: he aquí la estructura real del poder K que subyace a los discursos y que subsiste gracias al clientelismo para todos. Sus factores de poder se desmoronarían en una Argentina orientada al mundo y al futuro y no a la insensata repetición de sus modelos nacionales ya fracasados. No hay torpeza ni azar en las proclamas bélicas de un kirchnerismo que sabe que un país competitivo en todos sus sectores, con ciudadanos que viven de un trabajo en blanco y bien remunerado, significaría el fin de esa hegemonía que expresa la idea de "Cristina eterna".
La imperfecta pero relativamente exitosa Argentina del siglo XXI versus los restos económicos y políticos sobrevivientes de la fracasada Argentina del siglo XX: he aquí lo que se juega en octubre. Los argentinos tienen la palabra.