Lo que se hizo y lo que se viene
Por Carlos Sacchetto* El ajuste siempre es ajuste, aunque se lo quiera disimular con argumentos ideológicos que pretenden negarlo. Pero no siempre ajustar está mal, sobre todo ante desajustes previos.
Y un día, se acabó lo que se daba. Literal. Ya no son solamente algunas empresas de ganancias excepcionales. La injusta política de subsidios generalizados, que según el análisis kirchnerista resultó necesaria para consolidar el modelo, ha comenzado a desmontarse con la pretensión de que aparezca ante la sociedad como una medida progresista porque afecta a núcleos adinerados.
Pero lo cierto es que los servicios públicos aumentarán entre dos y tres veces, y no sólo para los ricos. Salvo aquellos barrios donde la pobreza estructural persiste, amplios sectores de la clase media urbana, en especial de la Capital Federal, sentirán un fuerte impacto en sus economías familiares. El sacudón será doble. Por un lado el incremento de las boletas de agua, luz y gas, y por el otro, el encarecimiento del costo de vida alimentado por la incidencia de la medida sobre la formación de precios.
Bueno y malo
Hay al menos dos maneras de situarse ante esta realidad. Desde el interés económico del Estado, la decisión de retirar los subsidios es inobjetable porque ya no hay manera de seguir sosteniendo las subvenciones y financiar los más de 70 mil millones de pesos -más del 4% del PBI- que establece el Presupuesto para transferencias al sector privado. Además resulta irritativo que ante tantas necesidades insatisfechas en extensas franjas de población, el Gobierno siga subsidiando a sectores concentrados y a capas sociales de gran poder adquisitivo.
Pero hay otro costado que tiene que ver con la política, esa que se alimenta de los humores de la gente y del apoyo popular a una gestión. Nadie en el oficialismo está seguro de que la imagen presidencial saldrá indemne cuando los bolsillos comiencen a apretar en los sectores populares. El costo político a pagar se prevé alto porque no hay ningún supuesto enemigo a quien culpar por las medidas. Fue el Gobierno el responsable de sostener la ficción de las tarifas baratas y es el mismo Gobierno el que debe sincerar la situación.
El kirchnerismo ha sostenido que la economía debe responder a la política y no al revés. Sin embargo, la realidad se está encargando por estos días de advertir que no siempre ni necesariamente debe ser así. También están en revisión algunos conceptos que tienen que ver con el ajuste.
Por las numerosas y recurrentes crisis económicas, la palabra ajuste se asoció siempre a recortar, disminuir o achicar recursos y limitar sus usos. Siempre también tuvo claras connotaciones ideológicas que vinculaban el ajuste a las ideas de la derecha neoliberal. Para los sectores progresistas, los ajustes económicos son entendidos como armas represivas contra los sectores populares para imponer modelos de explotación.
"Sea como sea nos van a correr por izquierda", admitió resignado ante algunos íntimos un alto funcionario del ministerio de Planificación que integra los equipos que por orden de la Presidenta deben buscar equidad para el ajuste kirchnerista. El hombre no advierte que si la palabra ajuste no tuviera esa carga negativa, y se apelara a la semántica, bien podría decirse que ajuste es lo contrario a desajuste, y que no está mal arreglar el desarreglo.
Esa parece ser la figura que define lo que está sucediendo. Después de siete años de subsidiar a poderosos, de incrementar las injustas asimetrías entre la Capital Federal y las provincias, y de beneficiarse políticamente con la dádiva fácil sin modificar lo esencial que es la distribución de la riqueza, el Gobierno decide ahora arreglar lo que hizo mal. Y debe hacerlo bajo la presión de la única y cruel oposición que hoy tiene, que es la realidad.
Lo que hay
Por todos estos temas surgidos de los problemas creados por el mismo kirchnerismo, transita la política nacional. Pareciera que hace mucho más de 27 días que la Presidenta ganó en forma abrumadora las elecciones con el 54 por ciento de los votos. Todo es vertiginoso en la Argentina. Hugo Moyano hace un equilibrio inestable entre lo que le debe al Gobierno y lo que quiere para los trabajadores.
La estatal Aerolíneas Argentinas pierde millones de dólares pero sus jóvenes directivos dicen que es rentable y el público sufre las continuas interrupciones del servicio. El precio del dólar se agita y se serena pero en el marco de una desconfianza creada más por los remedios que por la enfermedad.
A sólo 20 días de que Cristina Fernández asuma el tercer período de la serie kirchnerista, más de un ministro del actual gabinete no sabe cuál será su ocupación después de esa fecha. Los desvela la incertidumbre porque sólo tienen presunciones, algunas señales contradictorias y, por cierto, sus propios deseos. La Presidenta no se inquieta por eso y es evidente que hasta disfruta de ese nerviosismo que se extiende a su alrededor, producto del misterio que ella misma crea. Es un gran momento para no equivocarse.