Lo que la hora exige
Lula fuera de prisión es acaso una señal, aunque mínima aún, de que el proyecto autoritario de Jair Bolsonaro puede encontrar un límite en la arena democrática de ese país.
Como si no nos dejaran la posibilidad de descanso alguno, las noticias se agolpan en este fin de semana. La novedad de la liberación de Lula da Silva en Brasil inaugura la única novedad que trae, por así llamarlo, una brizna de aire fresco a la región. Lula fuera de prisión es acaso una señal, aunque mínima aún, de que el proyecto autoritario de Jair Bolsonaro puede encontrar un límite en la arena democrática de ese país. Antes de que sea demasiado tarde, claro, porque una sociedad hastiada de discursos violentos puede reaccionar violentamente a esos discursos.
Mientras en Brasil se celebra o se llora, depende de qué lado de la grieta ideológica uno se encuentre, en Bolivia, los resultados de un proceso electoral fallido llenan las calles de protestas que arrojan muertos y heridos. La pregunta de rigor es ¿no es posible sostener una democracia ateniéndose a las leyes constitucionales? De un lado y del otro, cada cual esgrime su razón para justificar la represión o la rebeldía. Y en el medio, los dañados por la violencia.
A pocos quilómetros, en la misma región encendida por las pasiones, Chile continúa su tercer semana de debacle sangrienta. Un gobierno que se obstina en apelar a los métodos más repudiables para contener un descontento que se desborda al paso de los manifestantes. Son millones de personas lanzadas a las calles que exigen un orden más justo, no piden otra cosa. Era previsible que esa demanda fuera utilizada, como suele suceder en estos casos, por sectores radicalizados que alientan la idea de “cuanto peor mejor”, pero nunca esa idea puede avalar la violación de los Derechos humanos como la que lleva adelante el gobierno de Piñera bajo la modalidad de una verdadera carnicería.
No cabe duda, cuando la humareda quede atrás, cuando todo encuentre su cauce y Chile vuelva a ser un país apacible, Sebastián Piñera deberá responder frente al juicio de la Historia. Deberá hacerlo para explicar los centenares de heridos, las decenas de torturados y muertos que ha dejado esta refriega que era absolutamente evitable si no hubiera existido la orden criminal de detenerla a cualquier costo.
Desde esta orilla no tan lejana, aquí en el Río de la Plata, observamos lo que sucede a nuestro alrededor. Tenemos en nuestra memoria tantos dolores, tantos muertos en nuestro pasado reciente, tantos duelos no cerrados aún que no podemos dejar de enlazar esas imágenes del dolor, con las propias, aquellas que llevamos talladas en nuestra propia epidermis
Si nos lo proponemos, la historia puede dejar de ser un campo de batalla regado de muertos, y si nos esforzamos, la democracia a la que aspiramos puede llegar a ser alguna vez la gran casa que nos cobije a todos.
De eso se trata, de pensar con responsabilidad nuestros proyectos nacionales a la luz de este presente incandescente.
Pensar responsablemente a la luz de lo que hoy acontece en Brasil, en Bolivia y en Chile, con todos sus claroscuros, es el desafío. Y no mirarlo como si fuera algo extraño o lejano a nosotros.
Evitar que el dolor y la muerte vuelvan a ocupar nuestras calles, debe ser el objetivo primero y nuestra tarea más inmediata. La nuestra y la de nuestras dirigencias políticas.
Porque debemos, a la luz de las experiencias regionales saber cuidar, como lo más preciado, las instituciones y la democracia que supimos, con tanto esfuerzo, conseguir.
Y eso se logra escuchando, con atención, lo que el pueblo pide, y con justicia, exige.
Porque luego, siempre, es demasiado tarde.
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