¿Lo importante es el insulto?
Por Alberto Albertengo* Por estos días se ha renovado el planteo acerca del nivel ético -y aún estético- que deben exigir los portales de las redes sociales a quienes opinan sobre hechos, noticias y comentarios. En esta suerte de autocuestionamiento, los diarios no han sido la excepción.
Es que se ha llegado al extremo que de polémica o debate, ¡ni hablar!... Lo único importante pareciera ser la descalificación; y, para peor, con la siempre cobarde cobertura del anonimato.
Los que así actúan, además, ante el menor intento de encauzar la cuestión, reclaman para sí el derecho irrestricto de opinar cual si estuvieran participando en uno de esos programas de televisión donde la mezcla exitosa es insulto y sexo, en proporciones degradantes.
¿Qué ganan y qué pierden los medios con esta reiterada exhibición obtusa de agresión que descalifica opiniones sin argumentos, y agravia prestigios sin asumir ninguna responsabilidad? Esto es lo que hoy está en el centro de una polémica que por ahora no termina de estallar del todo.
DOS POSICIONES
Aquí y en el mundo hay dos corrientes marcadas. Algunos diarios no aceptan comentarios ni opiniones de los visitantes de sus portales, salvo para casos que expresamente se abren al debate pero bajo reglas estrictas.
Otros medios, en cambio, dejan bajo escrutinio todo lo que se publica en la edición en papel con restricciones mínimas acerca de lo puede ser agraviante para terceros involucrados en las noticias o comentarios. Aun con estas precauciones, hay conciencia de que se corre un riesgo que habría que evaluar si vale la pena.
¿Cuál es el límite a la libertad de insultar? Si es que puede tener un límite y mantener el objetivo con que se instauró la posibilidad de opinar. Esta es la cuestión, porque, como ya hemos subrayado, el aluvión deja de lado el debate y se regodea con el insulto gratuito, masivo y generalmente discriminatorio.
OPINAR SIN CARETA
Sugerencia: una alternativa sería mantener inalterado el portal, pero con la condición de que los visitantes que opinen, sugieran o critiquen lo hagan sin apelar a la careta que sobrenombres o alias les pueden proporcionar. Firmando con nombre, apellido y mail. O sea asumiendo cada uno la plena responsabilidad, bajo las mismas o parecidas condiciones a que se allanan los lectores para que sus notas sean publicadas en la edición impresa.
No es posible -aunque hoy lo parezca- que lo importante sea el insulto. Y si así fuera quedaría demostrado que iniciativas como estas, desgraciadamente, no aportan nada a los diarios y menos a la sociedad, que es lo que importa verdaderamente.
Y acá no se está debatiendo la libertad de opinar ni mucho menos.
Siempre se ha sostenido que el insulto -originado en el desdén o en el odio- tiene por objeto descalificar o anular al prójimo. Es una cobardía que pretende dejar al otro indefenso.
LA JUSTICIA ES EL AMBITO
En el caso de los portales de los medios, los usuarios suelen no medir el alcance de sus dichos, confundiendo el derecho a opinar con la imputación de conductas impropias o directamente delitos, sin pruebas sostenibles y sin tener en cuenta el ámbito inadecuado.
La Justicia es el marco único del debate que involucre acusaciones contra cualquier persona.
Si bien, en su momento, un fallo de la Corte Suprema de la Nación en el caso Cuerpo Médico Forense vs. Diario La Nación defendió la posición que sostiene que "todo ciudadano tiene el derecho de llevar ante el tribunal de la opinión pública a personas investidas de autoridad", es obvio que este derecho no protege el agravio de una acusación sin pruebas, ni propicia el insulto como vindicta.