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Llega la "sintonía fina"

Aquí la palabra "ajuste" ha adquirido connotaciones tan negativas que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner la usa sólo para criticar a gobernantes a su juicio demasiado liberales, razón por la que eligió reemplazarla por "sintonía fina", pero a muchos les costará entender la diferencia.

Por cierto, el aumento drástico de las tarifas de electricidad, gas y agua que tendrán que pagar los usuarios acostumbrados a ser beneficiados por cuantiosos subsidios no puede calificarse de "fino". Tampoco se destacan por su "finura" los métodos policiales que está empleando el gobierno para frenar la compra de dólares o la forma en que el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, habitualmente presiona a empresarios en un esfuerzo vano por mantener estable el costo de vida. Así y todo, es alentador que por fin la presidenta haya optado por reconocer, si bien de manera elíptica, la gravedad del problema planteado por la inflación y que se haya mostrado dispuesta a oponerse a las pretensiones desmedidas del camionero, y secretario general de la CGT, Hugo Moyano, el que fue el blanco principal del discurso que pronunció ante la Unión Industrial Argentina.

Puesto que ha estado en el poder desde hace casi cuatro años, Cristina se encuentra en una situación difícil. Aunque el triunfo electoral rotundo que acaba de conseguir se debió en buena medida a la sensación de que la economía marchaba muy bien, sabe que al país le espera una etapa de crecimiento reducido, en parte debido a las debilidades propias de un "modelo" inflacionario basado en el consumo y la exportación de los productos del campo y en parte al impacto que no podrá sino tener la crisis que están sufriendo no sólo los países desarrollados sino también nuestro socio más importante, Brasil. De resultas de la crisis, hay un riesgo de que los precios de los commodities agrícolas, entre ellos la soja, caigan mucho en los meses próximos, lo que nos privaría de recursos, y que aumenten los costos de la energía que tenemos que importar, lo que modificaría radicalmente la balanza comercial.

Si bien el país parece estar en mejores condiciones que otros para soportar los cambios en el panorama internacional, no le será dado seguir creciendo tan vigorosamente como en la actualidad.

Por fortuna, la presidenta nunca ha procurado explicarnos exactamente en que consiste el "modelo" que ha jurado defender cueste lo que costare, de suerte que puede modificarlo sobre la marcha sin temer ser acusada de ir en contra de sus propios compromisos. A juzgar por lo que dijo a los empresarios de la UIA reunidos en un hotel porteño, ya no siente tanto entusiasmo como antes por el estatismo, acaso porque la debacle protagonizada por los militantes de La Cámpora que están a cargo de Aerolíneas Argentinas haya servido para advertirle que en nuestro país quienes a su modo representan al Estado a menudo carecen de capacidad administrativa.

Asimismo, Cristina se afirmó contraria a la idea, reivindicada machaconamente por Moyano, de obligar a las empresas a repartir ganancias entre los empleados, aunque manifestó su aprobación de aquellas que lo hacen por voluntad propia. De tal modo, brindó la impresión de querer que, en su segundo período como presidenta de la república, la política económica se caracterice por cierta moderación centrista, además de un mayor rigor fiscal, con la esperanza de que, al confiar más en el futuro, los empresarios decidan invertir mucho más, dejando de girar una proporción excesiva de las utilidades al exterior. En vista de que durante buena parte del "año electoral" el temor a lo que podría significar una eventual "profundización del modelo" ha tenido un impacto muy negativo en el estado de ánimo de los empresarios que, como es notorio, han sido reacios a arriesgarse invirtiendo, el cambio aparente de actitud de la presidenta puede considerarse positivo.

 Mal que les pese a quienes quisieran encabezar una especie de revolución setentista, redistribuyendo el dinero disponible según los criterios clientelistas que les son propios, las circunstancias imperantes en el mundo no son propicias para aventuras del tipo que algunos militantes kirchneristas han tenido en mente. Antes bien, será necesario actuar combinando prudencia, pragmatismo y un grado nada común de realismo.