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Ley y medicina

* Por Alejandro A. Bevacqua. Sin especial ánimo de polemizar –o quizás sí–, el caso de Marcelo Diez parece una de las tantas situaciones en que los médicos evadimos nuestra responsabilidad amparándonos en dogmatismos carentes de todo sentido ético y científico.

Sin especial ánimo de polemizar –o quizás sí–, el caso de Marcelo Diez (véase el "Río Negro" del 6 del corriente) parece una de las tantas situaciones en que los médicos –repito: los médicos–, que tenemos el monopolio del manejo de la salud en nuestras manos, así como los magistrados tienen la potestad absoluta e intransferible de dictar sentencia, evadimos nuestra responsabilidad amparándonos en dogmatismos carentes de todo sentido ético y científico y refugiándonos, en este caso, para no cumplir con nuestra tarea tras las togas de los magistrados.

Entiendo y comparto con mis colegas, en tanto profesionales de la salud, la angustia que nos produce un caso irreversible; comprendo el malestar generado ante la (supuesta) falta de respuestas que tenemos frente a ciertos estados patológicos y la mirada suplicante del paciente o de los familiares de éste. Sin embargo ese malestar, por cierto intenso, es inherente a nuestra profesión, o al menos así lo enseñaban los viejos maestros de la medicina; no se puede ser médico, no se puede ser verdaderamente médico, sin una importante carga de desasosiego cuando las cosas van mal, cuando no se alcanzan los resultados previstos o cuando éstos se logran en medio de un importante sufrimiento por parte del paciente, porque ello supondría una verdadera paradoja: la falta de empatía frente al dolor ajeno, característica imprescindible para cualquiera que quiera ejercer el arte de curar.

Ayudar a bien morir no es simplemente ayudar a morir; no es eutanasia, activa o pasiva, sino una idea mucho más amplia, noble. Así entonces, sostengo que los médicos, dentro del marco ético y legal vigente –encuadre teórico normativo variable según las épocas y las sociedades analizadas–, tenemos, sin duda alguna, herramientas para ayudar a bien morir a nuestros pacientes, para acompañarlos a ellos y a sus familias en este inevitable pasaje de la vida a la muerte.

Esto es, ni más ni menos, el verdadero ejercicio de la medicina, de la profesión libremente elegida; es indiscutible asistencia del enfermo y de su familia. Es "ad-sistere", locución latina que significa "sentarse al lado de", "detenerse junto a", de donde deriva el concepto de asistencia.

Reputo de errado tanto el encarnizamiento terapéutico –vulgar expresión de una medicina defensiva– cuanto la idea de judicializar todos los actos médicos, máxime cuando lo legal y lo justo no guardan siempre estricto correlato, no son siempre sinónimos.

Bien señaló Ignacio Maglio, destacado abogado vinculado a temas médicos y reconocido bioeticista, respecto del caso de Marcelo Diez, que "sólo se trata de un cadáver artificialmente oxigenado". Así, dado el monopolio que nos asiste en cuestiones de salud, o de falta de ella, cualquiera sea la definición que se aplique al respecto; considerando el consejo de los bioeticistas y el dictamen de los peritos, evitando el encarnizamiento terapéutico, que es una forma perversa mala praxis; todo ello dentro de un marco normativo que no obliga a un soporte vital extralimitado al punto de siniestramente absurdo y contando con el apoyo familiar, no debe prolongarse ni un minuto más la agonía de ésta o tantas otras personas en similar situación.

(*) Médico. Especialista jerarquizado en Medicina Legal

abevaqua@intramed.net